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Literatura y ciencias: disparidad y concordancia

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Por JESÚS ALBERTO LEÓN

Distinciones

Quizás la diferencia más mencionada es la supuesta ausencia de emoción en las ciencias y su notoria presencia en la literatura. La obra literaria recoge emoción y la suscita. El producto científico es obra de la inteligencia desnuda y sólo ésta sirve para evaluarlo. Pero no hay acción de la inteligencia que no sea impulsada por palancas emotivas y hasta la más austera estructura teórica provoca a veces emoción estética entre los entendidos. Recuérdese la “pasión de comprender” de Sartre y la “concupiscencia del conocimiento” del personaje de Umberto Eco en El nombre de la rosa.

Contraponer intuición versus lógica como instrumento de aprehensión, potencias constructivas que guían la elaboración de literatura (arte) y ciencias y modos de enfrentarse a los productos de éstas, ha sido trajinado. Pero ambas se usan en cada una de las dos actividades sin que se les pueda atribuir separadamente a una u otra.

Veamos las oposiciones subjetividad vs objetividad y expresión vs conocimiento. La literatura navega sin ambages en las corrientes íntimas del sujeto, de ahí nacen sus construcciones en un ejercicio de libertad. Y en la expresión de ellas afinca buena parte de su eficacia conmovedora. Por el contrario, la ciencia ha  pretendido siempre alcanzar el “conocimiento objetivo” (Popper).  Pero sin duda hay componentes objetivos en la elaboración literaria, y no faltan quienes hayan privilegiado la concepción de arte y literatura como saber. Destacan entre éstos Dilthey, Bergson, Cassirer y Susanne Langer. Ella insistió en que la intuición del escritor es similar a la del pensador que Locke llamó “luz natural” propia de la aprehensión de las relaciones y las formas y no de la percepción de cosas, de contenidos. Langer insiste “la emoción estética surge de lograr un vislumbre de realidades inefables”. Por otra parte, la objetividad de las ciencias, su ingenua confianza filosófica, se ha vuelto “objetividad sin ilusiones” (Philip Kitcher).  Habrá que insistir en que la literatura como arte es un hacer, no un saber (Etienne Gilson) y “no se puede decir ni que es verdadera ni que es falsa” .

Coincidencias y Consiliencia

Éstas reposan en dos fundamentos: uno óntico, el otro epistémico.

El ontológico es la estructura jerárquica del mundo, su multiplicidad concatenada de estratos, la determinación de muchas características de las capas más superficiales por entidades y procesos que operan en las capas más hondas.

El epistemológico es la problemática accesibilidad cognoscitiva de las capas hondas: lo patente no trasunta sin esguinces lo latente. En consecuencia las ciencias deben recurrir a la imaginación con tanta asiduidad como las artes, como la literatura.

El saber es un cuerpo construido, tejidos con hilos sacados en parte de la imaginación. De allí que haya quizás tanto ejercicio poiético, productivo, en la búsqueda científica como en la construcción artística.

El conocimiento no es (no puede ser) un espejo. Tampoco se le extrae de las entrañas del Ser mediante parto directo. Hay que gestarlo afuera como una réplica cuyo parecido con el oculto (presunto) modelo no puede ser corroborado ahí mismo, sino a través de complicadas inferencias trazadas en compañía de la duda (invitada permanente) y mediante las preguntas prácticas llamadas experimentos.

Nada importante en las ciencias es accesible a la experiencia directa o a la experiencia técnicamente auxiliada. Ni los objetos decisivos ni los procesos determinantes. Nadie ha visto (ni olido, ni tocado…) ni verá nunca, ni medirá directamente (por más sofisticada que sea la tecnología de medición) un electrón, un mesón pi, un quark, un gene, o el despliegue de un proceso cualquiera. Son conceptos con referentes existentes en un mundo inapresable. Tienen que ser inventados para poder ser descubiertos.

Por supuesto, en la búsqueda científica (cuyos primeros productos suelen llamarse hipótesis) la imaginación está doblemente acotada. Por los saberes previos y por la estructura teórica (ella también construida con imaginación y lógica) en el seno de la cual se esté trabajando. Y por la necesidad de derivar de la (s) hipótesis consecuencias observables y ver si coinciden con las mediciones posibles. Éste paso requiere fraguar la imagen concebida en un lenguaje riguroso (matemáticas, preferiblemente) que garantice la eficacia deductiva. Hay que ir de una visión imaginada del corazón de la realidad (ignoto, inabordable) a características correspondientes de la piel de esa realidad, ésta sí accesible al tacto de la observación y de la medición. Un desmentido a éste nivel puede derribar la hipótesis. Una confirmación, en cambio, no la convalida, simplemente la deja abierta a otras confrontaciones (Popper).

En la literatura y las artes, en cambio, la imaginación emprende vuelo con menos lastre. Inventa así un repertorio de emociones, de posibilidades vitales, mediante un manejo más libre de las imágenes. Gaston Bachelard ha escrito “la imaginación no es, como sugiere la etimología, la facultad de formar imágenes de la realidad, es la facultad de formar imágenes que sobrepasan la realidad, que cantan la realidad”. Y aunque el lenguaje (plástico, verbal,…) impone sus restricciones, es en la lucha contra éstas resistencias como se construyen las obras. Éstas no solo son exploración de imágenes posibles con el instrumento del lenguaje, sino exploración del lenguaje mismo. De nuevo Bachelard: En el arte “la palabra no se limita a expresar ideas o sensaciones sino que trata de tener un porvenir. Se podría decir que la imagen poética, en su novedad, abre un porvenir al lenguaje”.

Bachelard ha ido al extremo de considerar a la imaginación como la facultad de superación del hombre, la facultad de sobrehumanidad, y ha  dicho “se debe definir al hombre por el conjunto de las tendencias que lo impulsan a sobrepasar la humana condición”. Al hundir ambas sus raíces en la imaginación, artes y ciencias forman parte capital de esas tendencias y ayudan a configurar el horizonte definitorio del ser humano.

Artes y Ciencias son actividades creativas, producen mundo, dan origen a nuevas presencias (las teorías científicas, las producciones literarias —poesía, cuentos, novelas— las obras plásticas —pintura, escultura— también arquitectura, cine, fotografía artística…) radiantes, por más evanescente que sea su materialidad. Y al hacerlo descifran a su modo estratos ocultos o inusitados de la realidad, inalcanzables para la experiencia ordinaria pero revelados indirectamente a través del esplendor del ejercicio creativo.

Asimismo van las diversas artes y las ciencias integrándose en una simbiosis que William Whevell llamó “consiliencia”, término recogido por E.O. Wilson como título de su libro Consilience: la unidad del conocimiento (1998) para referirse a esa síntesis que va avanzando para constituir la “Tercera Cultura” (término de Brockman) concebido como oposición a la famosa diatriba que provocó C.P Snow con su texto Las dos Culturas publicado en 1959 y en versión corregida en 1964. Mencionemos para terminar el libro póstumo de Francisco Fernández Buey Para la Tercera Cultura (2013).

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