El régimen está débil y lo sabe y es esa la razón por la que se empeña, con una mezcla de desparpajo y desespero, en mostrar todo lo que lo tipifica como una dictadura: sus armas, sus violencias, su insaciable apetito de poder llenos de ilegalidad, destrucción, amenazas, censura, represión, sus herramientas desestabilizadoras, teniendo el ataque como actitud permanente, y sus estrategias siempre anticipadas y sistemáticamente actualizadas, para enfrentar cualquier imprevisto.
Su guía es un libreto concebido en el Foro de Sao Paulo por una izquierda comunista encabezada por Fidel Castro y Lula da Silva, y luego escrito y reescrito a la luz de las experiencias de la revolución cubana que, inexplicablemente, no vieron los partidos democráticos de la llamada cuarta república, ocupados como estaban en el goce y disfrute de un poder que los llevó a olvidarse de la gente, de sus problemas y por lo tanto del perfeccionamiento de la democracia, convencidos como estaban de que aquella fiesta era eterna.
En ese libreto, escrito con inspiración leninista-estalinista, están sus maneras de clasificar, acosar y destruir la más mínima disidencia, el código que los lleva a señalar tanto a los enemigos internos como a los externos, la invención de presuntos golpes de estado, cuando no de magnicidios, para desviar la atención cada vez que el pueblo protesta por sus desaciertos, señalando siempre al imperio como autor intelectual y a los enemigos internos como cómplices. Las fórmulas para amedrentar, la propaganda y la mentira son permanentes, igualmente la inhabilitación de los partidos, el acoso, prisión y maltrato a sus dirigentes, su aparato de censura, la repartición de dádivas, el carnet de la patria y las bolsas de comida como armas de sometimiento, a todo lo cual hay que añadir la red de colectivos violentos y su aparato represivo instaurado en cada parroquia y muchos elementos más.
La pregunta es ¿qué hacer frente a un poder tan omnímodo? ¿Qué debemos hacer para enfrentar a tan poderosa dictadura? ¿Seguirá la oposición dividida a muerte? ¿Seguiremos creyendo que el régimen es invencible y con esa excusa cruzarnos de brazos?
Preguntas todas que nos hacemos mientras el régimen no da tregua cocinando una nueva Constitución en la que los derechos ciudadanos desaparecen al darle vía libre al totalitarismo.
Es cierto que un gobierno convertido en régimen desde sus inicios, con tanto poder en sus manos, puede llevarnos a pensar que es invencible; sin embargo, y a pesar de ese inmenso poder, lo que el cogollo del régimen no ha podido esconder es su miedo al descontento popular ya enquistado y creciente incluso en sus propias filas, su miedo a una posible reunificación de la unidad democrática con liderazgo renovado, y ese temor llega a la categoría de pánico, con solo pensar que ese descontento se convierta en un río desbocado que en su carrera logre la unificación de todo el descontento nacional, incluido el de los chavistas, porque eso, unido a la presión internacional, los llevaría al peor de los escenarios imaginables.
Desde luego que eso no se logra con una oposición dividida a muerte como la que tenemos, ni con líderes que antepongan sus proyectos personales a los intereses de la nación, ni con las altisonancias de discursos y estrategias estériles y mucho menos con fantasías y cuentos de camino. Esos factores sobran y entorpecen todo anhelo de normalidad. Lo que hace falta es una dirigencia capaz de lograr lo que muy acertadamente Simón García llama “una unidad de país”, meta fundamental para hacer posible la reconstrucción de esta Venezuela tan lastimada, agredida, saqueada como ha sido en estos veinte años de imperio castrocomunista.
Es hora de entender que si bien tenemos un apoyo moral de la comunidad internacional, todo lo que pueda ocurrir depende única y exclusivamente de lo que hagamos nosotros. Que si no logramos activarnos con pasión y convicción en la lucha, la inercia irá convirtiendo la tragedia en un pasaje que se lo tragará el olvido y eso no tiene perdón ni de Dios, ni de nadie.
Si queremos elecciones limpias, si queremos los cambios en el CNE, nuestros presos políticos fuera de las cárceles, recuperar el terreno perdido, rehabilitar líderes y partidos políticos, y bajarle los humos a la dictadura, salgamos a la calle con una sola voz a exigirlo.
La inercia, lo he escrito muchas veces, no conduce a nada. Cerrar el frente electoral como camino para salir de la dictadura, mucho menos. Abstenerse es estéril y hacerlo sin decirnos a dónde conduce esa senda es un despropósito. Permanecer callados y con la cabeza bajo tierra, sin salirle al paso a todas las propuestas totalitarias que aprueban en la espuria constituyente, podría ser un claro indicio, por demás inaceptable, de rendición.
Haber cerrado la vía del voto como posible camino del cambio, e insistir en mantenerla cerrada a la hora, por ejemplo, en la que el régimen someta a referéndum el nuevo proyecto de Constitución, es desde todo punto de vista un suicidio.
Somos muchos y cada día más quienes pensamos que el camino electoral no puede ser cerrado sin un plan efectivo que lo sustituya y, con toda certeza, la abstención no lo es. Tomo de nuevo la palabra de Simón García cuando dice: “Las calamidades de nuestra realidad conducen a una disyuntiva ineludible: si no votamos nos entregamos a una perpetuación de la dominación comunista. El tema no es darle legitimidad a una dictadura, sino demostrar que no tiene ninguna”.
Sabemos que el régimen hace esfuerzos desesperados por sentarse a negociar y ganar tiempo, y que para ello cuenta con la presión internacional que van haciendo, la pusilanimidad de algunos gobiernos de nuestro continente, la complicidad de la satrapía de Ortega, Evo y el régimen cubano, el “compromiso” de los Tupamaros de Mujica en Uruguay, la debilidad de las “indefensas” islitas del Caribe, las declaraciones y posturas de Rusia, China, Turquía e Irán, la Cancillería, no ad honorem, que Maduro le ha confiado a Zapatero, los buenos oficios de Podemos, con Iglesias, cómplice y beneficiario del régimen, a la cabeza, orientando la política exterior y comunicacional de Pedro Sánchez perdido como está en el laberinto que crearon él, el PSOE y Podemos, a raíz de un pacto, muy parecido a un golpe de Estado, que culminó con la salida de Rajoy.
Y esa rendija tampoco se puede cerrar porque pudiera ser una puerta que, de abrirla, podría acercarnos a una transición, siempre y cuando se haga bajo condiciones muy claras como son: la libertad previa de todos los presos políticos, la habilitación de los partidos que fueron suspendidos, designar un nuevo CNE, permitir la supervisión electoral de organismos internacionales, desactivar la espuria constituyente, y darle el valor que tiene la Asamblea Nacional electa por el pueblo el año 2015.
Personalmente y mientras viva, no me cansaré de insistir en que solo tenemos una vía para enfrentar la fuerza de la barbarie y esa no es otra que la de la racionalidad y el sentido común, y el primer paso que hay que dar es construir una unidad con base en un proyecto que nos hable de un gran futuro en libertad y democracia, y contradiga el actual exabrupto de un régimen que es causante exclusivo de la tragedia que hoy vivimos.
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