Por NELSON RIVERA
—¿Podría comentar para los lectores del Papel Literario sobre la base de datos BIBLIOS? ¿Qué información arroja sobre el trabajo de los investigadores venezolanos?
—Es una base de datos en formato electrónico que recoge buena parte de los trabajos científicos hechos en Venezuela desde 1893 hasta el presente, que han sido publicados en revistas de calidad estables en el tiempo y que usan el sistema de revisión por pares. Allí se encuentra registrado lo mejor de nuestra ciencia. Recoge 75.263 trabajos realizados por 72.965 investigadores venezolanos y extranjeros que corresponden a 241.423 entradas, ya que a cada autor en cada publicación le corresponde una entrada. La construcción de BIBLIOS empezó hace unos 40 años y está a la disposición de los académicos que la soliciten para sus trabajos de investigación. Ha sido el instrumento fundamental para mis investigaciones en cientometría: la ciencia de la evaluación cuantitativa de lo científico.
—El primer texto que ofrece la Antología del pensamiento científico venezolano es de Alejandro de Humboldt. ¿Cuál fue su contribución al pensamiento científico venezolano? ¿Quién fue Carlos del Pozo y Sucre?
—Si bien Humboldt era alemán, se incluye un texto suyo en la Antología porque él se refiere al trabajo científico de Carlos del Pozo y Sucre, un venezolano que no llegó a publicar nada pero cuyo ingenio investigativo pudimos conocer gracias a la narrativa de Humboldt. El hecho se trae a colación empezando el libro para dejar bien claro que ciencia que no se hace del conocimiento público no existe. Este punto de partida en el análisis del quehacer científico elimina la charlatanería, algo que, aunque parece obvio, en realidad no lo es en nuestro medio. Para muestra un botón: el reciente episodio de las gotitas milagrosas, supuesto fármaco vernáculo promocionado por el jefe del gobierno para acabar con la pandemia viral pero cuya efectividad no ha sido científicamente comprobada mediante publicaciones calificadas.
—Los venezolanos recordamos a José María Vargas como nuestro primer presidente civil. ¿Cuál fue su importancia como hombre de las ciencias?
—Aparte del valor intrínseco de haber sido el primer presidente no militar del país, categoría poco frecuente en nuestra historia, Vargas fue un científico con logros significativos como médico, botánico o químico. Pero sin duda su opus magno fue junto al Libertador Simón Bolívar al recrear, refundar, la Universidad de Caracas, nuestra Universidad Central de Venezuela. Eso le dio un vuelco a la formación de los médicos en Venezuela y preparó el terreno para el arribo del positivismo al país.
Una de las expresiones que revela la maestría de Vargas en medicina y, en especial, su vocación humanitaria, es su contribución a las medidas de prevención y profilaxis cuando, en el año de 1832, se extendió al continente americano la pandemia de cólera morbus asiática. Iniciada en la India en 1826, esta se propagó rápidamente por el globo llegando, a mediados del año de 1831, a América del Norte, Canadá y Estados Unidos. Es entonces cuando se produce una muy justificada alarma en los países de América Latina, y Vargas, por encargo de la Facultad de Medicina de la Universidad de Caracas, inicia la escritura de una memoria en la que describía los síntomas de la enfermedad, instruía sobre las formas de prevención y explicaba las medidas de primeros auxilios. Ese escrito, reproducido en el libro, tiene tanta vigencia hoy cuando la humanidad enfrenta otra pandemia como lo tuvo en 1832. Dos siglos de por medio y la receta de salud pública es casi la misma. Eso, para mí, hace de Vargas un hombre universal.
—¿Por qué podríamos considerar a Luis Daniel Beaperthuy un precursor de la inmunología?
—El tránsito del vitalismo al positivismo en Venezuela no fue fácil, pero allí estuvo Louis Daniel Beauperthuy, reformulador del paradigma médico imperante en su época: el miasmático. Beauperthuy postuló en su lugar la transmisión insectil de algunas enfermedades, como el caso de un virus para la fiebre amarilla y de un protozoario para la malaria o paludismo. Por la formulación del nuevo paradigma muchos lo reconocen hoy en día; si bien no todos.
A mediados del siglo XIX se asociaban clima y enfermedad mediante el concepto de aclimatación, lo cual dio paso al conocimiento popular de que los recién llegados a la América debían adaptarse a las enfermedades propias del territorio. Pues si bien esas enfermedades tropicales cobraban un peaje vital, los que sobrevivían obtenían entonces una resistencia frente a ellas. Fernando Merino, uno de los coautores del libro, al estudiar la obra de Beauperthuy, se percató de que él postuló en 1853 que la aclimatación no era otra cosa que una inmunidad adquirida natural, adelantándose así unas cuantas décadas al nacimiento de la inmunología como disciplina científica. Y es que, si bien las vacunas tenían ya casi un siglo de haber sido descubiertas, su mecanismo de acción no se había asociado al proceso inmunitario descrito por Metchnikoff, Nuttal y Pasteur, quienes entre 1880 y 1898 desarrollaron las teorías celular y humoral de la inmunidad.
—Humboldt, Ernst, Pittier, Bengoa, Bilbao, Pi y Suñer, Jaffé: ¿cuán decisivos han sido los venidos de otros países en el desarrollo científico venezolano?
—Sin duda nuestros investigadores llevan en su haber la mejor parte de los logros de la ciencia hecha en el país. Empero, otra parte importante de ese bagaje intelectual debe ser atribuida a los investigadores extranjeros que emigraron a Venezuela y convirtieron a nuestro país en su nueva patria. Ellos trajeron nuevos modos de pensar, métodos, paradigmas y maneras de enfrentar los retos.
—Son muchos los científicos extranjeros que escogieron a Venezuela por hogar: Codazzi, Ernst, Pittier y Rohl en el siglo XIX. En el siglo XX, invitados desde el gobierno por Adriani, Uslar Pietri, Tejera, Briceño Iragorry, Eduardo Mendoza o Picón Salas, llegaron eminencias médicas como Bengoa, Ruesta, Sahagún, Sánchez Covisa, Bilbao, Ortega, Corachán, Pi Suñer, Carrasco Formiguera, Mayer, De Gavaller o Jaffé para reforzar los cuadros de salud nacionales. En otras disciplinas vinieron también García Bacca en filosofía y literatura; García Pelayo, Moles Caubet y Juan Carlos Rey en derecho y ciencias políticas y Sonntag en sociología, escapándoseme nombres en otros campos del saber como las ciencias del agro. Más adelante, en los primeros años a mediados del siglo XX, llegaron del cono sur muchos biólogos, químicos, físicos, matemáticos y computistas huyendo de gobiernos totalitarios de sus países, todos recibidos con brazos abiertos como debe ser ante el infortunio.
—¿Cómo hacían aquellos hombres, los Domínici, Razetti, Rísquez y otros, para incursionar en la ciencia, en un país en el que, por ejemplo, en palabras de Domínici, “hasta 1888 los hospitales de Caracas eran casas inmundas”? ¿Qué hacía el poder ante estas iniciativas?
—Parar el desenfreno que conlleva la pasión de investigar es misión imposible. En los comienzos de nuestro devenir científico, las investigaciones las financiaban los propios investigadores de su pecunio personal. En el caso de los médicos de comienzos del siglo XX, el consultorio era a su vez el laboratorio, y mientras ellos no fueran enemigos del gobierno se les dejaba trabajar. En caso contrario, y valgan los ejemplos de las controversias entre Razetti y Gómez (1912, 1924), el mandamás simplemente clausuraba la universidad o exilaba al infortunado y problema resuelto.
Muerto Gómez, se empezó a mejorar la infraestructura universitaria y los laboratorios de docencia pasaron a ser también laboratorios de investigación. Para cuando aparece el Ivnic, en 1954, se comienza a consolidar la noción del investigador de carrera y el laboratorio como su locus natural. Un poco más tarde, con la creación de las facultades de ciencias se apuntala la profesionalización del desempeño, para terminar el proceso al institucionalizarse el sector con la creación del Conicit en 1968. La ciencia venezolana se puso los pantalones largos con el desarrollo y la formulación de Orimulsión® por parte del Intevep de Pdvsa. El Intevep fue a la innovación tecnológica en el país lo que el IVIC fue a la ciencia nacional
En general se puede decir que la ciencia venezolana siempre ha dependido de la buena voluntad del gobernante de turno, y este se ha caracterizado por dispensar sus ayudas con cuentagotas. El sector privado venezolano en muy buena medida se ha mantenido al margen de la ciencia y la innovación, aunque hay que reconocer lo hecho por empresas como Polar. No obstante, aun a pesar del escaso apoyo recibido, lo entregado por Venezuela a sus investigadores ha rendido un magnífico rédito al potenciar la pasión de los que han dedicado su vida a buscar el conocimiento.
—Me sorprendió saber que El Cojo Ilustrado publicó un artículo científico de Domínici. ¿Este es un hecho excepcional? ¿Era frecuente la acogida a la ciencia en esa revista?
—La evolución de los medios de divulgación de la ciencia es un tema bien interesante. En los años de finales del siglo XIX, fuera de Venezuela había revistas —llamémoslas de corte intelectual— dirigidas a una minoría preparada, ilustrada y muy pocas especializadas en alguna rama de la ciencia en particular, caracterizadas estas últimas por una circulación bastante limitada. Entre las de corte intelectual en Venezuela fueron pioneras en el año 1857 El Naturalista y El Eco Científico de Venezuela, pero pronto sucumbieron: un patrón demasiado común entre nuestras revistas. Aun así, poco a poco fueron apareciendo las revistas especializadas, una de ellas y la que más ha durado en el país es la Gaceta Médica, que ha sido publicada sin parar desde 1983 —año en que la fundó Luis Razetti— y que es el órgano de difusión de la Academia Nacional de Medicina.
La revista El Cojo Ilustrado apareció en 1892 y estaba dirigida a la intelectualidad criolla. Enfocada hacia temas culturales, también publicaba escritos relativos a lo que era moderno en esa época como la fotografía. Lo de Domínici fue uno de esos, se trataba de la novel medicina científica, la que se basaba en la investigación y el laboratorio. Santos Aníbal Domínici debió considerar que era el medio más idóneo en el país para dar a conocer su revolucionario modo de ver la nueva medicina.
—Quiero preguntarle por el vínculo entre ciencia y pobreza en Venezuela. Tuve la sensación, sobre todo en las primeras décadas del recorrido de vuestra antología, que ha existido una motivación poderosa entre los científicos: encontrar respuestas a enfermedades que afectaban a las zonas rurales y a los más pobres —que eran la mayoría—. ¿Es así?
—Buena parte de la agenda socialista bolivariana —inicialmente un ropaje que vestía al comunismo marxista leninista— llamaba a la inclusión y al empoderamiento de las minorías. Ese llamado traducido a lo académico desembocó en un culto inaudito por el postmodernismo que entre nosotros se manifestó cuestionando severamente el método científico, la libertad académica y la meritocracia. A través de esos cuestionamientos se generó una matriz de opinión que denunciaba a la ciencia venezolana de la era democrática como elitista y al servicio de los intereses capitalistas y, por ende, antipopular, desprovista de conexión con los grandes problemas nacionales como salud, alimentación o ambiente.
Permítaseme una digresión: a los profesionales de la salud, Chávez se encargó de etiquetarlos como mercaderes y promovió su sustitución en la atención primaria por pseudo-médicos cubanos de la poco célebre Misión Barrio Adentro. De ella queda ya muy poco, monumental testimonio a la falta de constancia del liderazgo gubernamental chavista-madurista y de su descomunal desinterés por la salud de los menos favorecidos.
Sin duda, el presentar a los investigadores venezolanos como seres ajenos al devenir de sus conciudadanos —Ciro Peraloca dixit del teniente coronel— es una de las grandes tergiversaciones del socialismo bolivariano, cuya gravedad se profundiza a la luz de un último acontecimiento: en estos días de pandemia, y ante un problema que el país no tiene los medios para enfrentar —habida cuenta de un sistema hospitalario nacional destruido, ausencia de condiciones mínimas de salud pública, carencia de apoyo internacional calificado y arcas vacías—, Nicolas Maduro saca de su chistera un supuesto medicamento hecho en Venezuela capaz de combatir al letal covid. Una actitud más que vergonzosa: tanto por lo burdo de recurrir a quienes por años se han estigmatizado y no se les ha prestado atención alguna como por la humillación a la que fueron sometidos los responsables de la investigación, “invitados” a asistir a un show televisivo para testificar unas hipotéticas bondades de las gotitas milagrosas, supuestamente bajo presión de perder el favor gubernamental y hasta sus puestos de trabajo. Mientras tanto el resto de los investigadores que han decidido permanecer en el país continúan siendo el blanco del maltrato gubernamental, sin ninguna facilidad para adelantar planes de investigación que no le rindan rédito político al mandamás.
Volviendo al tema del vínculo entre ciencia y pobreza en el país, nuestra ciencia, y muy especialmente la del siglo XX, estuvo marcada por la búsqueda de soluciones a los grandes problemas nacionales, enmarcadas ellas dentro del rigor científico y las mejores prácticas internacionales. En primer lugar sobresalen en salud, con el combate de las enfermedades tropicales; en nutrición, con las mejoras en la agricultura del maíz; o en energía, con Orimulsión®. Se falta a la verdad cuando se afirma que la ciencia venezolana está desvinculada de la realidad nacional o se afirma que sus protagonistas, los investigadores locales, solo están interesados en estudiar problemas esotéricos.
—La ciencia parece haber sido un factor primordial en el proceso que ha permitido alargar la esperanza de vida de los venezolanos. ¿Podría hablarnos de 1936, año capitular para la ciencia y el sistema de salud? ¿Domínici, Baldó, Oropeza?
—Antes de 1936 la salud pública, como responsabilidad de Estado, era marginal y es solo después de la muerte de Gómez que se le da un vuelco y aparecen en escena ilustres investigadores que toman la rienda de lo sanitario; además de los mencionados en la pregunta se debe mencionar a Tejera y Gabaldón, entre otros. Para el año 1936, la esperanza de vida del venezolano era de 38 años y la mortalidad por paludismo alcanzaba 42% en algunos estados llaneros. Después de las campañas de erradicación de la malaria, de las mejoras en salud pública y de la profesionalización del oficio de salud pública, en la década de los cincuenta, el índice de esperanza de vida subió a 54 años, llegando a rondar los setenta años hacia finales del siglo XX.
Baldó y Oropeza fueron héroes civiles que acompañaron a Gabaldón en el saneamiento de Venezuela. Abordando problemas como tuberculosis y mortalidad infantil, ellos llevaron al país, en menos de 20 años, a condiciones de salubridad propias de sociedades desarrolladas. Hay que señalar que eso lo lograron porque los gobiernos posteriores a la muerte de Gómez —sin mayor distinción de connotación política— tuvieron a lo profesional como paradigma de la salud pública. ¡Existió continuidad administrativa!
En cualquier caso, lo cierto es que no hay que ir muy lejos para conocer cuáles eran las condiciones de vida del venezolano en 1936, ya que ellas son muy similares, si no las mismas, a las que el país presenta hoy en día: malaria rampante, cese de los programas de vacunación, alta mortalidad infantil, escasez de combustible y tener que cocinar con leña, incomunicación generalizada —prensa, TV, Internet, telefonía o transporte terrestre, marítimo y aéreo—, falta de derechos ciudadanos y siga usted contando.
—En el relato, la creación del IVIC constituye un hito fundamental. ¿Podría explicar su significación y alcance? ¿Cuál es el estado del IVIC hoy?
—El IVIC ha sido fundamental al generar un ethos para el investigador venezolano, hecho donde Marcel Roche tiene un papel primordial. Este recoge como principios la libertad académica y la meritocracia, sustentada esta en la evaluación curricular del desempeño basado en la publicación y el logro, elementos claves para la clasificación del personal que la conducen pares internos y externos. Las otras facetas de ese ethos lo constituyeron la dedicación integral, la formación de nuevos investigadores y la difusión del conocimiento generado. Como contrapartida, la institución ofrecía las mejores condiciones laborales posibles tanto en equipamiento, financiamiento o servicios como en seguridad social.
Hoy en día, buena parte de los logros alcanzados en captación de recursos humanos, infraestructura y fuentes de información, aparte de la cooperación internacional, se han visto mermados, si no eliminados. Y si bien se mantiene una que otra isla de excelencia investigativa, el instituto ha perdido fuelle, hasta viéndose muy disminuida su legendaria escuela de postgrado, el CEA, primero en conferir títulos de doctorado de acuerdo con los estándares contemporáneos.
Quién sabe si quepa aquí lo alegórico: la escultura que domina la plaza principal del IVIC, el Bolívar y Bello de Marisol Escobar y que es la portada del libro, ha estado tan descuidada que se extravió el perro Pecos, parte integral del conjunto escultural. Eso, aunado a la promoción de conucos comunales en los jardines del instituto y a la imposibilidad de que lleguen revistas o libros a su biblioteca, para mí dice mucho acerca de lo que fue y de lo que ha llegado a ser el instituto en manos de una dirigencia más comprometida con la causa política que con la causa científica.
—Humberto Fernández Morán. ¿Podría hablarnos del valor y aporte que usted le atribuye?
—Fernández Morán intuyó que la ciencia, después de la Segunda Guerra Mundial, no sería más cosa de individualidades, genialidades o buena fortuna. La ciencia adquirió una complejidad que solo le permitiría avanzar en el descubrimiento de nuevos conocimientos cuando fuese fruto de trabajo con los mejores talentos manejando los mejores equipos e investigando en los límites del saber. Siendo eso así, él se propuso implantar ese nuevo modo de hacer ciencia en Venezuela. Lo ofreció al gobierno en 1951 mediante documento publicado en Acta Científica Venezolana, recién creado órgano de expresión de los investigadores existentes en el país en esa época. Pérez Jiménez compró su idea y en unos meses, en 1954, Fernández Morán tenía el Ivnic andando. El presupuesto de ese instituto entonces fue de 5 millones de dólares, cantidad que debe ser comparada con el de toda la UCV, que apenas rondaba los 2 millones para la misma época. La creación del Ivnic y su posterior concreción como IVIC y la generación del nuevo ethos significó un salto cuántico en el desarrollo de la ciencia en Venezuela.
—En su discurso de incorporación a la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, usted se refiere al vínculo entre democracia e investigación científica. ¿Prospera la investigación científica mejor en regímenes democráticos? ¿Cuáles son los factores que la investigación científica necesita para producir resultados?
—La ciencia necesita antes que nada de libertad. Libertad absoluta de pensamiento y acción. Necesita también de información sin cortapisas y facilidades adecuadas para el trabajo, lo cual implica mínimas trabas burocráticas. Es indiscutible que la ciencia bajo regímenes totalitarios, dictatoriales, no prospera ya que el mandamás como sea necesario demanda sumisión para imponer un criterio único que solo se acomoda a su forma de ver las cosas, precluyendo cualquier otra visión, por más que esta cuente con certeza científica. Los ejemplos del perjuicio de ciencia dirigida desde el poder sobran en la historia: el oscurantismo medieval, la genética y la agricultura del camarada Lysenko o la razia de los físicos durante el nazismo.
—Usted ha sido un persistente divulgador de la actividad científica venezolana y de sus logros. ¿Guarda la sensación de que la sociedad permanece muy alejada, de espaldas a la ciencia y a los científicos?
—Con la llegada de la informática se consolidó el comienzo de la era del conocimiento. Hoy día el saber lo es todo. Ya los recursos naturales o los procesos industriales pasaron a un segundo plano y el conocimiento se ha constituido en la piedra angular de la economía mundial. Empero, por los momentos, el conocimiento está supeditado al recurso humano. Y si bien hay quienes piensan que eso no será así algún día, cuando impere la inteligencia artificial, por los momentos es el paradigma reinante.
La formación de recursos humanos debería ser el objetivo número uno de cualquier sociedad, pero esa formación no debe ser para almacenar conocimiento —que para eso están ahora los discos duros—, sino para ampliar los horizontes de esos conocimientos, y eso solo se puede lograr con la investigación y la innovación. En mi experiencia, no veo mejor manera de alcanzar el gran objetivo de empujar la frontera del saber sino a través de la investigación académica, la investigación en todas las ramas del saber.
El covid ha desatado un tsunami informativo que, día tras día, ha puesto a la investigación médica en las primeras páginas de todos los medios de comunicación. Nunca antes la opinión pública había estado tan pendiente del trabajo de investigadores científicos que afanosamente buscan medios efectivos para frenar la maligna amenaza del letal virus. Esta pandemia, una más de las que ha golpeado al mundo, reitera la paradigmática necesidad de la ciencia para la sobrevivencia de la humanidad. Ojalá que cuando ceda la pandemia no olvidemos la lección.
Si bien la ciencia de por sí puede ser difícil de comprender, simplemente porque a veces sus cosas son complejas, en la medida que las sociedades avancen en su educación y en la divulgación de los logros del saber, la relación entre conocimiento y sociedad tenderá a ser otra cosa distinta de lo que hoy entendemos. En nuestros países —los de origen latino— pareciera que todavía persisten los dos conceptos y de allí la noción de divorcio entre ellos, inclusive a pesar de que no se pueda estar seguro de que alguna vez estuvieron casados.
Contrariamente, en los países anglosajones en donde la sociedad cuida mucho de los generadores de cultura esa separación entre conocimiento y sociedad ya no es un tema per se en tanto que como paradigmas están siendo mutados. Y es que la humanidad está viviendo una auténtica revolución gracias a las nuevas tecnologías de la información o de la comunicación. Hoy en Internet, en esa red global, se consigue virtualmente cualquier cosa que se pueda necesitar en términos de información, mientras que unos y otros apenas estamos separados por un clic. Cualquier ser humano instantáneamente puede estar al tanto de lo que está pasando en cualquier sitio y en lo que sea. Este simple hecho cuestiona nociones clásicas como nacionalidad, distancia o estatus.
—Pregunta inevitable: la relativa a la migración de los investigadores. ¿Cuál es el estado de la pérdida de talento de la ciencia venezolana? ¿Dónde están esos investigadores ahora?
—El socialismo bolivariano es el responsable único de la hemorragia de talento que sufre Venezuela. Todo empezó en el 2003 con el pitico y el “pa’fuera” de Chávez en la TV, cuando la huelga de la industria petrolera. Ese día casi mil investigadores, profesionales y técnicos de la industria petrolera fueron despedidos y casi todos emigraron. A partir de eso, la infinidad de cambios que se introdujeron al contrato social entre investigadores y Estado fue hecho para que el segundo pudiera controlar al primero, reduciéndolo a mansa servidumbre.
Con el arribo al poder de Maduro el ataque en contra de lo académico arreció, estrangulándolas financieramente y persiguiendo con saña a la intelectualidad académica reacia a ser doblegada y forzada a seguir el credo político socialista bolivariano. Es así que la disidencia de las grandes universidades públicas, UCV, USB, LUZ, ULA, UC, UDO, UNEG y UCLA, ha sido castigada con el permiso dado a las bandas delincuenciales oficiales para hacer tabula rasa de las instalaciones universitarias: laboratorios y bibliotecas han sido destrozadas por el simple gusto del saqueo y ello ante la mirada impertérrita de un gobierno cuya inacción delata su culpabilidad.
Muchos de los investigadores venezolanos migrantes han aterrizado en los países de nuestra región. Ecuador y Colombia son dos casos muy singulares que han recibido a muchos de ellos. Ecuador, a través de un programa gubernamental llamado Prometeo y diseñado específicamente para atraer talento investigativo destinado a áreas clave de su desarrollo, mientras que las universidades colombianas de los estados fronterizos se han beneficiado por el hecho de que resulta más fácil para los investigadores venezolanos desplazarse hasta esas zonas. Ellas los están aprovechando al máximo en campos como petróleo o matemáticas.
—Háblenos de otro tema sobre el cual usted ha escrito: el de la pertinencia de la ciencia para el desarrollo de Venezuela. ¿Por qué tiene relevancia? ¿Lo entiende la dirigencia política?
—En general, la investigación científica solo interesa a los políticos venezolanos en dos oportunidades de su vida. La primera, durante las contiendas electorales, pues les da una aureola de modernidad y amplitud intelectual, y la segunda, cuando enfrentan un problema serio y su tratamiento le rinde dividendos políticos. Por ejemplo, actualmente y por lo de la pandemia, el gobierno de Maduro ha recurrido al IVIC para que de alguna manera certifique unos supuestos medicamentos antivirales, metiendo a sus científicos en un problema ético de gran monta: certificar algo cuya eficacia y bondad no está todavía debidamente certificada o arriesgarse en el mejor de los casos a perder el financiamiento de los proyectos en curso, el trabajo o en el peor la libertad.
Lo anterior no es fantasía ni elucubración, sino dura realidad. Abundan los ejemplos de acoso y persecución de científicos por emitir juicios poco favorables a la acción de gobierno de Chávez y Maduro, y los casos están allí. Recuerdo a Reinaldo Dipolo o a Claudio Mendoza, por no hablar en primera persona, luego de haber sido expulsado de la Fundación de Estudios Avanzados el 13 de abril de 2009, ante mis reiteradas críticas a la política científica de Chávez.
—En Internet encontré un resumen curricular de 70 páginas —creo que actualizado hasta el 2019— que habla de su ingente actividad acumulada como estudioso, investigador y funcionario de centros académicos y científicos: lista de membresías, distinciones y participación en congresos y encuentros científicos; también centenares de ponencias, monografías, libros, artículos y otros documentos que usted ha publicado. Usted, Jaime Requena, hombre de energía, brillo y logros, ¿percibe que nuestra Venezuela cuenta con los recursos humanos y políticos como para lograr cambiar el actual estado de cosas?
—Me gustaría ser optimista y pensar que el estado actual de las cosas se puede cambiar. No digo revertir, porque eso sí no lo creo posible, por varias razones. En primer lugar porque, si bien nuestro pasado, el que yo llamo democrático, el de 1960 a 1999, fue muy bueno, tuvo también defectos que, de ser posible, deberíamos evitar que se repitan. En segundo lugar, porque las condiciones del entorno de Venezuela y del mundo en general de hoy en día son muy diferentes a las que existieron en 1958, cuando arrancó la saga de convertir al país en una sociedad moderna en lo político y social. Cualquier cambio debe tomar en cuenta que la Venezuela que se pretende no podrá contar con el maná petrolero. Esa era se acabó.
En lo que concierne a la educación y lo académico, se debe empezar por aceptar que la sociedad del futuro es la del conocimiento y eso ahora está poco presente en el país, con la educación arruinada. En tercer lugar, existen otros problemas que pienso deben tener alta prioridad en la agenda de cualquier gobierno dispuesto a darle un vuelco a la crisis y que van a consumir recursos financieros y humanos en cantidad. Me refiero a la reinstitucionalización, el combate de la pobreza que pasa por empleo, salud y educación básica, y la lista que sigue es inmensa. Finalmente, cualquier proceso de cambio en Venezuela tiene que incluir la presencia de ayuda foránea. Solos no lo vamos a lograr. Es una lección del pasado.
En 1936 Venezuela pudo salir del oscurantismo dictatorial mediante un grupo de distinguidos ciudadanos que tenían un plan, una hoja de ruta y un modelo a seguir y que se empeñaron en lograr, para lo cual recurrieron a un grupo de selectos inmigrantes que dieron lo mejor de sí. Ellos llegaron a nuestras costas porque veían un país de oportunidades. Siendo esto así, queda claro que es necesario, para que podamos recibir la ayuda que necesitamos, que los de afuera vean oportunidades adentro, que los de adentro se las concedan y que todo el conjunto trabaje al unísono para lograr el bien común.
El que Venezuela pueda volver a tomar el camino intelectual que adquirió durante la segunda mitad del siglo XX es la tarea. El que pueda hacerlo pasa primero por deslastrarse de lo que le ha traído el socialismo bolivariano. Y si bien eso no es una tarea fácil, es la que hay que realizar. Hecho eso, serán muchos y muy difíciles los retos. El tiempo no corre a nuestro favor. 21 años de desgracia han dañado profundamente al país y lo han llevado a ser casi inviable. Unos años más y, estoy convencido, llegará la puntillada de ajusticiamiento que pondrá a Venezuela en el sitio de los desahuciados. Por ello hay que apurar el paso, para salir cuanto antes del gobierno actual. Ahora sí que se puede frasear el mantra de ellos: Patria o Muerte.
Para finalizar, permítame decir: ¡lo que hicimos lo podemos volver a hacer! La interrogante es ¿cómo lo hacemos ante tantas dificultades?
*Antología del pensamiento científico venezolano. Jaime Requena, Fernando Merino y Blas Bruni Celli. Kalathos Ediciones. España, 2021.
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