Evitar la palabrería superflua para comentar, a modo de introducción el libro de un amigo, con justicia y objetividad, entraña una tremenda dificultad por el afecto. Aunque nos enfrentamos a lo más representativo de la obra poética de José Luis Morante, el elogio acude de forma espontánea. No es en vano. Hay que dejarlo ser.
En estas Pulsaciones, el poeta entrega su poesía más viva, el latido constante de su trayectoria poética, y se impone la reflexión, a modo de viaje interior hacia la más pura emoción, siempre contenida y hecha literatura.
Esa emoción, que descansa en la experiencia, conduce al equilibrio, a la buscada precisión para identificar una voz muy personal que juega a desdoblarse y multiplicarse: el yo único, el sujeto, el otro, los otros. Y nos representa a todos.
Quizás es intencionado que el poeta abra esta antología con “Heterónomos”, poema que aborda la cuestión del sujeto, la identidad: uno de los temas poéticos más complejos. Similar inquietud encontramos en autores fundamentales como Fernando Pessoa, Walter Benjamin o Antonio Tabucchi. Y ahora en José Luis Morante.
Es nuestra vida la que pasa, y nos fragmentamos en personajes que confluyen en una sola existencia y sobre un escenario común. Es la escisión ineludible: “tropecé conmigo” dice Morante en “Encuentro”, “nadie sabe sobre lo de su doble vida” en “Funcionario poeta”, o “el sujeto escindido / que habita mis poemas / se ha adherido a mi cuerpo” en “Sujeto escindido”, donde de nuevo se constata que el tema de la identidad es esencial en su obra, una de “las hebras habituales de mi trabajo poético”, como refiere en la “Nota final”. Vivir es enfrentarse al reloj. La temporalidad también atraviesa el costado de Morante, y en un poema reciente, “Jubilación”, escribe: “no hay más tema que el tiempo”, afirmación que nos recuerda a “No volveré a ser joven” de Jaime Gil de Biedma: “envejecer, morir, / es el único argumento de la obra”.
Emerge de pronto y con lucidez una abrumadora conciencia de finitud: “mis ojos envejecen” dice Morante en “Vista cansada”. El tiempo también, como viaje, como aventura incierta, patente en los poemas de su libro Largo recorrido, “la vida / es una sucesión aleatoria de causas y efectos”, “cada mañana tiene leyes propias. / Es el azar la fórmula cifrada / que descubre sus vínculos” escribe en “Causas y efectos”.
“No hay profetas, ni dioses, / ni hay rastro de los guías” (“Nómadas”), la vida es “un territorio abierto a lo posible” (“Primer tramo”). De nuevo, golpea a fuerza de poesía, justo donde duele, en la incertidumbre, en el miedo, en los ingredientes terribles de la condición humana pero, como afirma José Luis Morante en “Alcantarillas”, “nada socava / el afán de seguir”.
Además de la identidad y el tiempo, en la poética del autor hay un tercer aspecto esencial: la presencia del otro, de los otros.
No hay imperativos categóricos, ni verdades inapelables, ni tampoco excesos: “busco en vano la esencia de las cosas”, en “Desde Rivas”.
La presencia de esos otros que nos habitan, es amplia en su obra: el padre en “Recuerdos de mi padre” y “El picaporte”, Beatrice, la profesora de “una belleza altiva, inapelable” en “Vita nuova”, los amigos y un amor antiguo en “Resaca”. Todos. Nosotros.
El autor dice vestir con frecuencia el “jersey gris de la melancolía” (“Heterónomos”): en “Ciudad privada” escribe que “no hay rastros inmutables, no hay indicios / de una felicidad remota en la memoria”. Sabe “que ningún cielo existe” pero conserva una esperanza lúcida: “Camino a tientas. / Sé que soy mientras busco” (“Alcantarillas”).
Podría continuar comentando de forma más exhaustiva, poema a poema, pero no es mi intención distraer ni atrasar la lectura de esta antología vital. Aquí habita José Luis Morante, por completo. El aliento de su obra, los días derramados sobre el verso, el más profundo pensamiento, la vivencia esencial, el poeta auténtico.
Y aquí sus Pulsaciones.
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