En la actualidad la humanidad ha volcado su atención al descalabro que significa los estragos ocasionados por el coronavirus SARS-CoV-2, causante de la enfermedad covid-19 y las consecuencias que se presentan como un aluvión de calamidades. El planeta de repente parece sacudido y el pavor surgido acaba con el mercado, el sosiego, las aspiraciones y principalmente la forma de vida que hasta ahora hemos llevado. Los aparentemente encomiables esfuerzos por conseguir una vacuna que realmente solucione esta delicada situación, se asemejan a una competencia de carreras de galgos, en la que, dada la partida, instintivamente estos veloces animales se lanzan con todo el vigor persiguiendo a una escurridiza y artificial liebre a la cual jamás van a darle caza; si estos ágiles canes tuvieran consciencia y supieran que no podrán coger a la presa ¿seguirían los instintos rigiendo su comportamiento?
La contundente realidad es que el interés y los recursos económicos parecen definidamente negados a combatir la más terrible y condenatoria dolencia que azota a la humanidad, la pobreza. Mientras siga existiendo el desfavorable desequilibrio y vivan seres humanos sometidos a limitaciones indignas, el verdadero progreso y evolución de las sociedades como conjunto global, estará postergado. De acuerdo con el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) se estima que alrededor del mundo existen 1 500 millones de individuos que viven en la pobreza multidimensional, lo que corresponde aproximadamente al 23 % de población total del planeta. De estos 1 500 millones, cerca de la mitad, específicamente el 46 %, subsisten en la condición de grave pobreza y presentan registros deficitarios en al menos tres de las estimaciones que cubre el IPM (Índice de pobreza multidimensional) el cual evalúa cinco dimensiones: salud, condiciones de la vivienda, acceso a los servicios públicos, condiciones educativas y trabajo. El alcance de la miseria parece acrecentarse si se fija la atención en los números para constatar que la mitad de las personas desamparadas que sobreviven en la Tierra son niños (750 000 000). Sin duda, esto nos lleva a vislumbrar un alarmante porvenir.
Algunos datos sobre la mortalidad son ilustrativos hitos en el panorama de la salud en el orbe: 500 millones (mujeres, hombres y niños) padecen de diabetes y de estas, 1 600 000 fallecen anualmente; 7 500 000 por año son los fallecidos en el Mundo producto de ataques al corazón. Tan solo el cáncer de mama fue el responsable de unas 685 000 muertes en 2020, siendo este tipo de cáncer apenas el que ocupa el quinto lugar en la mortandad por afecciones cancerígenas; el primer lugar lo ocupa el cáncer de pulmón, con 1 796 144 muertes el pasado año. De acuerdo con datos concordantes de la Universidad Johns Hopkins y la OMS, padecer de covid-19 ha producido unas 2 800 000 muertes en 12 meses. Queda para la discusión que si bien es cierto que este virus ha resultado sumamente peligroso y ante su amenaza, amerita un esfuerzo orientado a llevar tranquilidad y salvar vidas, no deja de ser paradójico que otros males sigan año a año siendo verdaderos verdugos de la población mundial, y no exista la misma alarma comunicacional ni acciones por parte de los países dominantes para contrarrestar los embates de viejos padecimientos que azotan a la humanidad.
Otros puntos resaltan en el espectro relacionado a esta nueva enfermedad, detalles que siguen dividiendo al hombre entre aquellos que viven en países con buenos niveles económicos y los que habitan en países económicamente deprimidos. Según la Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura (FAO), se esperaba que para finales de 2020 el covid-19 incrementaría a entre 80 y 130 millones de personas habitantes del planeta subordinados por el hambre. Estudios del OXFAM, Comité de Oxford de ayuda contra el hambre (Oxford Committee for Famine Relief) dan un claro ejemplo, los contrastes son de índole económico. En los países ricos cada segundo se vacuna a una persona, mientras en la mayoría de los países pobres no existen realmente programas adecuados de vacunación; adicionalmente exponen que 2 700 millones de individuos no han recibido protección social para afrontar la crisis ante esta pandemia.
En Venezuela, solo la organización y la acertada planificación servirá en el futuro para que los ciudadanos consigan la tan anhelada seguridad. En el presente no hay posibilidades de que el sistema de salud pueda brindar una respuesta efectiva para esta contingencia si se llegase a elevar los casos de contagio. Un erosionado poder adquisitivo cubre de dificultad la perspectiva, los indicadores dan cuenta de la acelerada disminución en la correcta alimentación de los venezolanos. Es urgente la concertación de todos y afrontar con firmeza la crisis, exigir nuestros derechos y que, de una vez juntos como Estado, garanticemos a los habitantes el bienestar y generemos estructuras económicas que permitan, junto con una educación integral, avanzar en el crecimiento humanístico, lo que se traducirá en un mañana de reales oportunidades.
Hoy, como nunca antes, el ser pobre en Venezuela resulta estar destinado a la mayor vulnerabilidad a la que, como individuos, podemos ser expuestos dentro de una sociedad. La acentuada crisis política y económica también ha roído a las estructuras sociales, las cuales están seriamente comprometidas al subsanar constantes emergencias que debilitan la capacidad de solución; el presente significa un gran reto para el concepto de solidaridad. El impacto de la agenda diaria obliga y convoca a levantar la voz. No existe forma de mantenernos impávidos ante el horrendo hado que se cierne diariamente sobre la vida de miles de venezolanos, quienes se encuentran en medio de la angustiante confrontación del existir.
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