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La faceta de Julio Portillo como diplomático e internacionalista

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Por JUAN CARLOS MORALES MANZUR 

Escribir sobre Julio Portillo no es fácil dadas las múltiples facetas que el ilustre zuliano tuvo en vida. Fue profesor universitario, gerente público, escritor (orador, ensayista), diplomático, promotor cultural, entre otros perfiles que destacar.

Sí nos interesa señalar su faceta como internacionalista y diplomático. Y es que mientras Julio alternaba sus estudios en Derecho se especializaba en Estudios Internacionales en la Universidad Central de Venezuela, donde luego formaría a los embajadores del mañana. Fue profesor de Derecho Internacional Público, Derecho Constitucional, Aspectos Prácticos de la Diplomacia y Negociaciones en la Escuela de Estudios Internacionales de la Universidad Central de Venezuela desde 1992, profesor del Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional (Iaden) y de todas las escuelas superiores de las Fuerzas Armadas Nacionales, además de profesor de Derecho Internacional Público y Ética en la Universidad Rafael Belloso Chacín.

Pudo desarrollar una carrera diplomática desde los últimos años de la década de los noventa del siglo XX como cónsul en Río de Janeiro, cargo que ejerció con profesionalismo, dejando en alto el nombre de Venezuela, e impregnándose de la cultura de ese país, época que le dejó un buen dominio del portugués y una cátedra que impartió en una de las universidades cariocas.

Como embajador de Venezuela en la República Dominicana se ganó el afecto de ese país. En dicho cargo dejó una estela de brillo que no se ha podido superar. Y es que su conocimiento de República Dominicana era de vieja data. Cuando todavía era un adolescente comenzó a visitar Santo Domingo, pocos meses después de la caída del régimen de Rafael Leónidas Trujillo. Desde entonces, hizo amigos en el país caribeño y se convirtió en un asiduo visitante de esa tierra, y siendo embajador desarrolló una labor cultural muy significativa, donde deslumbra su importante bibliografía dominicana.

En 1991 había publicado su primer libro sobre ese país: Venezuela-República Dominicana: relaciones diplomáticas 1844-1984, que hoy es, sin dudas, un referente obligado para conocer el desarrollo de la amistad entre ambas naciones, que como resaltará en su obra inicia desde la fundación de la patria de Duarte. Llevó su libro al presidente Balaguer y también al profesor Juan Bosch, estableciendo desde entonces amistad con ambos líderes. Con otro de los grandes dirigentes políticos de entonces, José Francisco Peña Gómez, tenía una relación estrecha pues habían coincidido en París en los años setenta del siglo XX mientras ambos estudiaban Ciencias Políticas. A partir de ahí, con toda seguridad desde antes, su campo de amistades en Santo Domingo se amplió notablemente. Y una vez que deja el cargo de embajador siguió viajando a la capital dominicana, especialmente para pasar  las navidades y recibir el nuevo año.

Julio Portillo defendía, con las investigaciones que había realizado como historiador y con sus propias apreciaciones, el hecho de que Bolívar no atendiera el pedido de Núñez de Cáceres de integrar República Dominicana a la Gran Colombia, situación que atribuía al hecho de que la misión enviada con ese propósito no llegará al conocimiento de Bolívar hasta tres meses después, cuando ya se había producido la invasión haitiana, además de la comprensible explicación que ofrecía sobre la probable indiferencia de Bolívar a la lucha de Duarte por la independencia dominicana, debido a su vieja amistad —manifestada en ayudas concretas— con los líderes haitianos de su proceso emancipador.

Fue notable su proyecto de celebrar el bicentenario del natalicio de Rafael María Baralt en Santo Domingo, donde ya Portillo había logrado instalar una plaza con un busto suyo en 2001, acto al que asistí como miembro del Ejecutivo del gobernador Manuel Rosales del Zulia. La estatua de Baralt, réplica de la de Maracaibo, está ubicada frente a la Plaza Iberoamérica o Plaza del Conservatorio, situada en la intersección de las avenidas César Nicolás Penson y Pedro Henríquez Ureña. Este es un legado indiscutible de Julio, que lo hará eternamente recordado por el pueblo dominicano.

Al frente de esa, su última misión diplomática, jugó también un importante y excelente trabajo en beneficio del intercambio bilateral y, a pesar del repentino término de sus funciones, continuó buscando los elementos comunes y similares que permitieran mantener el vínculo. En esa búsqueda investigativa, rescató valiosos documentos y elevó al máximo prócer dominicano en su libro La Faz de Duarte: iconografía; también resaltó el papel de Rafael María Baralt como el primer embajador dominicano ante la Corte Española, en un prolijo trabajo biográfico de su vida y contribuciones.

Venezuela debe gratitud al embajador Julio Portillo por la trascendencia que dio a las relaciones dominicano-venezolanas, y por su desempeño brillante y ejemplar en los destinos diplomáticos que el país le encomendó.

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