En los próximos días el coronavirus estará de aniversario. Cumple un año, con sabor a eternidad, dejando a la gente encerrada en su casa, desconcertada por tanta información que desinforma y sin posibilidades de ver por dónde diablos se encuentra el horizonte.
Ahora el futuro es el pasado
La vuelta a la “normalidad” se nos ha vestido de añoranza, pasando por alto que la pandemia pudo desplegarse porque se topó con un planeta mal acomodado, dibujado en una crisis generalizada, que incluye serios problemas ecológicos que hacen de nosotros una “especie en extinción”, conforme lo argumenta el profesor Jeremy Rifkin.
La pandemia, reiteró, así pues, los severos reparos que, desde hace rato, se le vienen haciendo al modelo de desarrollo que rige, con sus variantes, en todas partes del mundo e incluso los hizo más visibles.
En efecto, la desigualdad se ha acentuado. Las cifras asoman que los pobres se hicieron más pobres, mientras que los ricos, sobre todo los más ricos, aumentaron su fortuna. En el documento publicado con motivo del inicio del más reciente Foro Económico Mundial, llevado a cabo en línea (y no en Davos, como es tradición), se prevé que los pobres “necesitarían más de una década para recuperarse de los impactos económicos del coronavirus”.
Así mismo, con ocasión de la pandemia se ha reforzado el autoritarismo en casi todas partes, según lo recogen varios análisis. La comprensible vigilancia sanitaria se ha convertido con frecuencia en limitaciones significativas a la democracia, entre otras cosas por hacer de los datos de los ciudadanos uno de los activos estatales más valiosos de allí que algunos pesimistas vaticinen que es una perversión política que llegó para quedarse.
Para algunos sí, para muchos no
Los científicos hicieron su trabajo. Gracias al capital de conocimientos acumulado a lo largo de varios años sobre el área de la virología y a la cooperación entre varios de los centros de investigación más destacados, se consiguió desarrollar la vacuna en relativo corto tiempo. Sin embargo, no se ha logrado producirla en las cantidades necesarias y se ha visto desde un principio una gran desigualdad en la distribución, como lo revela la ONU: 75% de las vacunas ha ido a 10 países.
Aparte de lo anterior, los sectores socialmente más vulnerables han tenido menos oportunidad de acceder a ella y, aparte de la pobreza de la pobreza, se han atravesado otros factores, tales como la discriminación por motivos raciales y, encima, la idea de ciertos personajes de figuración mundial, conforme a la cual se considera que, en beneficio de los más jóvenes, las personas mayores de edad deben estar de últimos en la cola de espera, dado que “ya vivieron mucho”, argumento que es complementado con la prédica de que los terrícolas somos demasiados, sobran al menos 2.000 millones de ellos y hay quien llega a decir que eventualmente Marte puede ser su destino. En fin, cada uno es dueño de su lengua, aunque haga de ella un uso irresponsable y bárbaro.
Todos o nadie, that is the question
Más allá de los que imaginan como meta el regreso a la normalidad, afortunadamente hay el discurso contrario, el de la necesidad del cambio, de resetear el planeta y modificar radicalmente la dirección en la que marcha hoy en día.
El diálogo y la cooperación son factores esenciales, declaró hace poco Antonio Gutérres, el secretario general de la ONU. “Se necesita que la economía mundial tenga un respeto universal por las leyes internacionales” y se debe construir “…un mundo multipolar con fuertes instituciones multilaterales”, añadió. Pero fue aún más allá cuando expresó que, ante las circunstancias actuales, “el nacionalismo no tiene sentido”.
Creo, a propósito de estas declaraciones, que desgraciadamente no terminamos de pensarnos como terrícolas. Las líneas trazadas en los mapas continúan fijando la pauta en el desenvolvimiento del mundo. No debe asombrarnos, entonces, que no se haya alcanzado a diseñar un plan conjunto para controlar la pandemia y, menos que menos, a plantearse la creación de un sistema de vigilancia a escala global.
El mundo está al borde de un fracaso moral, oí decir. No lo había pensado de esa manera, pero ojalá no tenga razón quien lo dijo.
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