Por MARÍA ANTONIETA FLORES
La tarde se empieza a despedir. Estoy llegando a una casa erguida en claro diálogo con el trópico, abierta a esa luz húmeda que encandila. Mientras camino desde la puerta de la entrada percibo el verde de las plantas y la presencia de la madera. Bajo unos pocos escalones y, en vez de mirar al frente, volteo a ver un pequeño jardín interior y un muro de ladrillos. Luego sabría que ese muro había sido la pared de un rancho y que se usó para separar dos ambientes de la construcción.
La casa, diseñada por el arquitecto y escritor costarricense Álvaro Dobles, cuyo apellido poco frecuente en esta tierra lleva a recordar a Isa Dobles (ellos fueron un matrimonio alguna vez), es el mundo donde Isbelia Sequera Tamayo sigue tejiendo en el pensamiento y la palabra las huellas que la memoria y los sentidos han acumulado en su historia.
Ahora estoy sentada en una pequeña sala de espaldas al muro que contemplé, mientras la joven que la acompaña va a avisarle de mi llegada. Nacida el 24 de noviembre de 1928 en Barquisimeto, Isbelia baja las escaleras con gracia y naturalidad.
Nos vemos y su mirada habla de su fuerte conexión con la vida y de su voluntad. Un café nos acompaña y la conversación avanza. Me cuenta sobre sus primeras lecturas, menciona a José Rafael Pocaterra. ¿Cuentos grotescos? Memorias de un venezolano de la decadencia, me responde. A los doce años escribió un decálogo para tratar a una adolescente, lo que es muestra de un talante decidido, quizás demasiado para su época, y esto ya era un indicio poderoso de todo el camino que esta mujer trazaría en distintos ámbitos, en distintos mundos.
La geografía siempre impone el deseo de descubrir, el reto de ir más allá del horizonte que se divisa, ir hasta los confines. Gracias a ese deseo y al llamado del viaje, se hizo más universal su mirada, más abarcante su saber y mucho más rica su contribución al desarrollo de su nación. ¿Cuál es ese llamado secreto que te vincula a un tema en particular? ¿Qué llevó a Isbelia Sequera Tamayo a detenerse en el polémico tema de las fronteras? Porque los temas los escogen a una, al contrario de lo que se piensa.
Toda frontera es un límite. Cruzar ese límite implica que se ha recibido un permiso para hacerlo o revela un acto de desobediencia: por voluntad propia se cruza al otro lado. La existencia de toda frontera está vinculada al poder y a la prohibición.
Jean-Pierre Vernant, en ese lúcido libro que tituló La muerte en los ojos, señala que las fronteras son el lugar “donde se establece contacto con el Otro, donde se codean lo salvaje y lo cultivado: por cierto, que, para oponerse, pero a la vez para Inter penetrarse.” La psique, el alma, la emoción y la consciencia de Isbelia han buscado en sus estudios, trabajos y propuestas sobre las fronteras detenerse en ese borde o límite, en osada maniobra que busca un saber más allá de lo racional. Es el deseo de conocer lo desconocido. Su poesía revela un diálogo íntimo con el cosmos, con el mundo, con lo otro que se manifiesta más allá de las fronteras. Para cruzar estas fronteras, en muchas oportunidades, ha tenido que ser una mujer desobediente. Desobediente a las normas sociales de su época, a la imposición de ser la esposa perfecta que no cruza los límites del hogar. Tuvo que romper con la idea de que el hogar era su único templo para hacer del mundo su residencia: “Mujeranimal Mujercosa Mujerserhumano Es la gran elección de la vida Yo elegí ser humano”. Gracias a esta elección y al acto de desobediencia que implica, abrió camino a mujeres nacidas en años posteriores y no dudo que la pasión y el deseo de ir más allá, de arribar a los confines y conquistar nuevos mundos haya determinado este movimiento de abrir nuevas rutas.
Veo en Sequera Tamayo a una humanista, a alguien que sigue la tradición del humanismo renacentista. Así me he aproximado a su poesía y he encontrado ese mundo cuyo centro es el ser humano y que es simbolizado a través del árbol. En su más reciente publicación, que data de 2018, en el aire suspendida, está su poema “hombreárbol”, identificación entre ambas naturalezas: “El árbol crecía dentro de él Cuando el hombre cortó una parte del árbol murieron los dos y ninguno de ellos lo supo”. Y este símbolo me conduce a su primer libro publicado en 1986, al poema “Árbol de la vida”:
Figura lejana
que espera
en la medida del tiempo
que no retorna,
del tiempo de donde no se regresa,
en la pérdida del ocaso.
La presencia de este árbol en un paisaje helado y nevado la introdujo a un tiempo mítico, le permitió vincularse con un tiempo ajeno al lineal, ese tiempo que marca el reloj. Porque lo resaltante de la poesía de Sequera Tamayo y lo que me interesa es cómo las vivencias que le proporcionó todo su trabajo vinculado a la geografía y las fronteras dotaron a su mundo interior de un paisaje ligado a los más elementales símbolos de nuestra cultura. El árbol, el mar, las arenas, la sal, la muralla. “Soy casa y río.”: lo inmóvil y lo dinámico. Mujer de profundidades, de cimas y simas. Siempre mirando a lo lejano, a los mundos que están más allá.
Cuando Isbelia me invitó a pasar al lugar donde escribe, a su biblioteca, me encontré en un lugar despojado y con una iluminación natural maravillosa. Hay fotos familiares en la biblioteca, ella de cinco años con un hermano mayor, la familia, los que la precedieron y sus descendientes. Cerca de su escritorio, de un lugar de su biblioteca, ella sacó una carpeta con papeles. Eran los textos que su madre, Carmen Lucía Tamayo Yepes, hermana de Francisco Tamayo, había escrito y que ella atesora. Viendo esos papeles pensé en cuántas carpetas o baúles estarán llenos de papeles con escritos que nunca conoceremos porque no cruzaron la barrera de lo privado, o en cuántos archivos de Word se perderán irremediablemente. Igual destino hubieran tenido los escritos de Isbelia si ella no hubiera entregado una carpeta con ellos a Enrique Alcalá.
Una de las primeras cosas que le pregunté era por qué había publicado tan tarde y ante mi insistencia, ella me respondió: “Porque me descubrieron”. A pesar de que funda junto a Salvador Garmendia, Alberto Anzola, Elio Mujica y su madre la revista Tiempo Literario en Barquisimeto en la década de los cuarenta y ejerció cargos de gerencia cultural como directora de Cultura de la UCV y directora de la Asociación Cultural Humboldt, hubo una profunda timidez, me atrevo a usar este término, en publicar su escritura más íntima. Mujer volcada a una vida pública y muy activa con reconocimientos importantes, guardaba estos textos bajo llave y con pudor —esa palabra necesaria que hoy está tan en desuso—.
Una novela, Pezones negros, seis libros de poesía y un séptimo que responde a la idea del texto transgenérico, en el aire suspendida, más los textos inéditos es un aval considerable. Alguien podría pensar que la poesía que ha publicado Sequera Tamayo se afilia con corrientes anteriores. Pero ella no sigue ningún movimiento literario y en esto está muy vinculada al aire de esta época. Su discurso poético se asimila a la tendencia de la palabra depurada, al lenguaje depurado, muy acorde con los temas que trata. Ya Enrique Alcalá señala en el prólogo de su primer libro, diseñado por Carlos E. Rodríguez, al igual que su segundo libro, tres características básicas de su escritura: el lenguaje directo, la presencia de la naturaleza como tema y la pasión. Y, ciertamente, son tres características indiscutibles en su obra.
Todo se nombra más allá del objeto que se nombra. ¿Qué quiero decir con esto? Que en su poesía, el sentido de una palabra se extiende y se prolonga en el tiempo. Cuando Isbelia mira un árbol, mira todos los árboles. Cuando contempla el mar, ve todos los mares y, además, se encuentra en él por un proceso de identificación tal como ocurre en su poemario Mar desolado. En este libro, la desolación del yo encuentra su espejo en el mar. Si en Allá a lo lejos, muy lejos nos presenta el diálogo del yo con el afuera extranjero y misterioso, en Mar desolado es el diálogo del yo consigo mismo. Es un libro interior, en el cual el paisaje es la organizada construcción de su mundo interior. Su yo poético es un navegante solitario, un náufrago. Las poderosas imágenes que se generan a partir del mar están manifiestas en este poemario.
La identificación que logra con los elementos de la naturaleza no es similar a la que los románticos establecían. Sequera Tamayo no impregna de sus sentimientos al paisaje que observa. Más bien hay un proceso de identificación y personificación. Ella es río, casa, árbol, mar. Se fusiona con lo observado, se pierde para encontrarse y reconocerse parte de la naturaleza y del cosmos. En su discurso poético, junto a características como el ritmo, la repetición, la condensación y la transformación por vía metafórica, predomina el despojamiento verbal como ya lo comenté. Su poesía se vincula con la tradición de la poesía hispana que presiden Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. No hay búsqueda intencional, es un lenguaje natural no impostado. Lo segundo a resaltar es la vinculación que su obra posee con los libros de viajes. Es evidente en Allá a lo lejos, muy lejos, quizás su mejor libro. En él recoge la emoción poética de un yo ante la inmensidad de la naturaleza y ante las grandes obras de una cultura milenaria, desconocida, asombro ante los famosos guerreros de terracota y la gran muralla. La viajera, porque Sequera Tamayo jamás podrá ser una turista que pasea entre monumentos y museos, observa en soledad o entre la multitud, dialoga y se deja transformar para regresar enriquecida al mundo hogareño y familiar. Sin embargo, su poesía no se funda en una poética de lo doméstico y del pequeño mundo, su poesía se afianza en la monumentalidad que la naturaleza le ofrece. Y ante esos mundos lejanos, emerge su mirada de niña. Uno de los mejores poemas de Mediodía del lenguaje se titula así, precisamente:
Niña
Nunca había estado tan cerca del cielo.
Nunca me había devuelto a la infancia
mirando las estrellas,
los fantasmas y los duendes,
perdida en una soledad
con lejanas campanas
bajo la mirada
de un gran lagarto blanco.
Nunca.
La vida
la propia vida
entierra sus muertos.
Junto a este eje primordial de su poesía, se manifiestan otros dos temas: lo erótico amoroso y la relación con la palabra. Y es tan importante esta relación con la palabra que el primer poema de su primer libro publicado se titula así, “Palabra”:
Falta una palabra. La que cierra el círculo. La que remonta la montaña hasta alcanzar la región del aire enrarecido donde el sonido rompe el silencio. La palabra que mueve mi sangre, que me hace volver. La palabra que se extiende al infinito, que se enrosca en mi cuerpo, que me ata y tortura. La palabra que me hace soñar. Falta esa palabra.
El erotismo recorre su obra, la intensidad del deseo del yo hacia el tú. Quiero destacar la perspectiva erótica que ofrece en su primer poemario: el eros se desborda en la naturaleza, impregna los elementos del paisaje. La fusión erótica, el erotismo activo, deseante, que busca, también es encontrado:
Llegas alcanzando
uno a uno
mis latidos,
mezclándolos con aceite,
mieles y azahares.
Tales son los mundos lejanos que nos ofrece Isbelia Sequera Tamayo a través de su palabra, mundos conquistados, revelaciones, momentos de realización y de curación, camino abierto para nuevos descubrimientos:
Hoy ya sé leer
el misterio del amor y del espejo,
la magia del sueño y del olvido.
*El anterior es una versión del texto leído el 4 de diciembre de 2019 durante el homenaje a Isbelia Sequera Tamayo organizado por La Poeteca.
Obra poética.
Al borde de lo sensible 1986 con diseño de Carlos E. Rodríguez
Allá a lo lejos, muy lejos 1989 con diseño de Carlos E. Rodríguez
Cosiendo tu piel Antología. 1996
Mediodía del lenguaje 2001
Son poemas de amor 2016
En el aire suspendida 2018
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