La situación de Venezuela se torna cada día más peculiar. Es un caso único, digno de ser llevado al mundo del celuloide. En nuestro país ocurre todo cuanto pareciera inimaginable, aún, para aquellos seres de mentes prodigiosas, capaces de recrear cualquier fantasía. Así tenemos que hay un país, pero que presenta una disrupción que lo asemeja a un territorio de nadie o, mejor dicho, bajo control simultáneo de diferentes mafias. Hay una nación, pero sin que funcione el Estado de Derecho porque los cárteles han logrado hacerse con un Estado narcotizado.
Con un simple vistazo al panorama venezolano será posible enumerar las paradojas que se confirman en un país inmensamente rico en minerales de todo tipo y con gente capacitada en las mejores universidades del mundo, pero que ahora refleja cuadros dolorosos de pobreza y marchas de millones de migrantes que salen a buscar mejores condiciones de vida en tierras ajenas. Un país que llegó a tener 22 refinerías de primer nivel, dentro y fuera de Venezuela, pero que no están en capacidad de refinar gasolina y la gente tiene que dedicarle varios días a la semana para ver cómo logra echarle unos litros de combustible a su unidad de transporte. Un país que era capaz de sembrar miles de hectáreas de maíz y de arroz, incluso para autoabastecerse y quedaba para exportar, y hoy esas tierras están desiertas y la ciudadanía depende de las importaciones que no se pueden sufragar porque ese país riquísimo ya no cuenta con divisas suficientes. Un país que llegó a tener como signo monetario el poderoso bolívar con el que se podían hacer transacciones directamente en Europa y en los mismísimos Estados Unidos, en aquellos tiempos dorados del “ta’ barato, dame dos”, pero que ahora no se sabe qué moneda identifica al país que tiene a su instituto emisor en bancarrota y desprestigiado.
Como advertí anteriormente, esta lista puede ser interminable porque por dónde metamos el ojo nos encontraremos con las más alarmantes contradicciones que ameritan una explicación. Por ejemplo, en Venezuela existen decenas de termoeléctricas y de complejos hidroeléctricos, pero resulta que no hay luz y los apagones son una tortura para los lugareños de los Andes venezolanos en donde están realizadas inversiones multimillonarias en el complejo Uribante-Caparo. Los agricultores de Mérida y Táchira no cuentan con fertilizantes, pero eso es inexplicable porque si algo tiene Venezuela es una industria petroquímica pero que está enclenque.
Lo último es que el régimen madurista sabe que hay una pandemia amenazante, pero Maduro inventa unas gotitas milagrosas que no sirven para nada y divide los riesgos de ese virus entre “un día sí y otro no”, todo bajo ese esquema absurdo de “la flexibilización”. Frente a esta calamidad los venezolanos colocados en la acera de la resistencia, hemos tenido muchas posibilidades de librarnos de semejante locura, como es el respaldo espectacular de 60 gobiernos del mundo, pero a pesar de esa fuerza real tenemos lo increíblemente cierto y es que Maduro, muy a pesar de que ha incurrido en los dislates que deberían haber dado pie a su derrumbamiento, sigue en pie sobre las ruinas del país que él mismo ha destruido.
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