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Negociar o no, falso dilema

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La magnitud, la hondura y las nefastas consecuencias de la crisis venezolana demanda de las fuerzas de cambio –políticas y sociales– hacer los esfuerzos necesarios para lograr la salida del poder de quienes gobiernan. Ese es objetivo nacional fundamental, visto que el chavismo no está ganado para producir ningún tipo de viraje en su acción de gobierno para revertir la crisis, más bien insisten en las políticas responsables de la misma por considerarlas funcionales a su proyecto de dominación inspirado en el castrismo.

Para derrotar la dictadura, las fuerzas democráticas no solo deben trabajar en la construcción de una amplia convergencia nacional, sino también aprender a actuar en los distintos ámbitos en los cuales se plantea y escenifica la lucha contra el régimen. Asunto en el cual ha faltado la disposición, la voluntad y la pericia del caso. La flexibilidad táctica no está reñida con la coherencia estratégica ni con el objetivo central, más bien ha demostrado ser indispensable para navegar con éxito en una situación compleja como la venezolana.

Incluida en el menú de escenarios de lucha se encuentra la negociación, siempre y cuando se tenga claridad de que la misma contribuya a posibilitar y acercar el fin del régimen.

La negociación no puede ni debe ser para darle oxígeno ni para pactar una cohabitación o coexistencia con la dictadura; la ilegitimidad de origen y desempeño del régimen no lo recomiendan. Cualquiera de ambas situaciones es perjudicial para los intereses de la nación y sus habitantes. Actuar en esa dirección deslegitima y desvía de su papel en la sociedad a quienes intenten hacerlo desde el campo democrático.

Siendo partidario de una eventual negociación (más que de un diálogo porque esa etapa está superada por las circunstancias), el mismo debe estar orientado a acordar con el oficialismo su salida del poder: sus términos, condiciones y las garantías que la situación recomiende.

Lo ocurrido en Chile con Pinochet, en Suráfrica con el apartheid y en estos lares con Pérez Jiménez demuestra que con las dictaduras se puede negociar siempre y cuando sea desde la premisa inicial de que abandonen el poder y existan las condiciones para imponer tal designio.

Por tanto, negociar o no se transforma en un falso dilema cuando se hace de ello un asunto de vida o muerte y no se asume con el debido realismo y consecuente pragmatismo. Esa importante herramienta política no se puede desechar a priori ni asumirla dogmáticamente.

¿Está planteada en el corto plazo una negociación de ese tipo? Pareciera que no. Creo que, por los momentos, el régimen no tiene incentivos suficientes para asumirla. Pero los acontecimientos pueden evolucionar de tal forma que se vean obligados a estudiar seriamente ese escenario.

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