El crecimiento de la estampida humana que vivimos los venezolanos está agravando el cuadro sociopolítico de la nación, de por sí muy complejo en el comienzo de este año 2021.
A lo interno del país se eleva de forma considerable el quiebre formal, material y espiritual de la familia, con las consecuencias dramáticas, derivadas de su desarticulación. Nuestro núcleo primario va quedando, en millones de casos, reducido a las personas mayores y a los niños. Los adultos y en muchos casos los adolescentes han tomado el camino del éxodo buscando conseguir empleo, alimentos y otros bienes, con los cuales atender sus necesidades y las de sus familias.
De entrada la sola partida produce un impacto emocional, afectivo y psicológico en todo el cuadro familiar. El viaje de ida se está produciendo ya, en la mayoría de los casos, en precarias condiciones. Desde diversos puntos de la geografía venezolana las personas salen caminando hacia la frontera con Colombia, y en menor cuantía, a embarcaderos precarios para buscar una modesta lancha con la cual hacerse a la mar y viajar hacia las vecinas islas del Caribe. En ese movimiento los riesgos son inmensos. Conocemos los casos de trata de personas y los graves incidentes en el mar con compatriotas en ruta hacia Trinidad, Aruba, Curazao y otros destinos.
También hemos tenido noticia de las graves penurias de los caminantes que huyen del paraíso socialista. Asaltos, hostigamientos y extorsiones a lo largo del camino, fundamentalmente a manos de funcionarios de seguridad, son constantemente denunciados. Arrollamientos y accidentes de tránsito, como el ocurrido en Apartaderos-Táchira, (a pocos kilómetros de la raya fronteriza con Colombia) la noche del miércoles 27 de enero del presente año, donde un camión militar que transportaba a migrantes volcó, dejando un saldo de 10 fallecidos y 21 heridos. Todo un drama humano, que además, agrava el colapso de hospitales y medicaturas a lo largo del recorrido. Drama ocultado por el aparato de publicidad e información del régimen. Lo conocemos gracias a la información que circula en las redes sociales. La dictadura de Maduro y sus voceros no hablan de la tragedia, le restan la importancia que tiene.
Al impacto familiar debemos sumar el producido sobre la vida de nuestras ciudades, pueblos y comunidades rurales. Va quedando una gran soledad, perceptible al transitar por ellas. La economía afectada por el saqueo y por el modelo socialista, se resiente ante la ausencia de personal apto para la labor productiva. Los miserables salarios y la falta de oportunidades han vaciado al país del recurso humano.
A la par que se afecta la vida interna de nuestra Venezuela, se altera la de los vecinos.
Millones de compatriotas migrantes, en transito hacia el sur, están produciendo un cambio en la política de nuestros hermanos latinoamericanos.
Mientras Colombia, por decisión del gobierno del presidente Iván Duque, anuncia un programa de regularización, documentación y formalización de la diáspora venezolana, concediéndoles una protección, los demás vecinos al sur movilizan sus ejércitos a la frontera para contener la estampida en marcha.
A un pueblo hambriento, enfermo y desarmado se le recibe, ahora, con un muro militar para impedirles se asienten en su territorio. El impacto mundial de esta situación ha merecido este pasado domingo 14 de febrero, Día del Amor y la Amistad, un mensaje del papa Francisco. El Santo Padre ha felicitado a Colombia “por su valiente decisión de acoger a la diáspora venezolana”. Con lo cual le está reprochando a los demás países su política de progresivo cierre hacia nuestros compatriotas. El mensaje pontificio conlleva uno indirecto para la dictadura madurista, la cual no se da por aludida.
En otros momentos hemos registrado cómo hubo una política de puertas abiertas, de fraterna y cordial acogida para nuestros compatriotas que llegaban a sus países. Estaremos agradecidos con ese trato a una parte significativa de nuestra población migrante. Luego comenzó un proceso de cierre, con la exigencia de visas, cada vez más difíciles de obtener, hasta llegar a esta última etapa de militarización de las fronteras para cerrar el paso a esta nueva ola migratoria.
La solución a esta tragedia no está en la militarización de las fronteras. Somos conscientes del impacto social, sanitario, económico, de seguridad y político que este hecho social está produciendo. Pero no se va a resolver con dejar a nuestros compatriotas en precarias condiciones en unas fronteras, la mayoría de las veces, inhóspitas, poniendo en riesgo la vida y salud de nuestra población.
Todos los dirigentes venezolanos, que tenemos relaciones con líderes de América Latina, estamos en el deber de solicitar un trato humanitario para nuestros compatriotas migrantes. Dado que la dictadura no se inmuta ni ocupa del drama, nuestros partidos políticos, iglesias, gremios, universidades y demás sectores organizados de la sociedad debemos poner en marcha una campaña mundial para exigir respeto a los derechos humanos, así como protección y acogida para los venezolanos que han abandonado nuestro territorio. Así como continuar nuestra exigencia, expresada en la pregunta 3 de la reciente consulta popular, de gestionar apoyo para el rescate de la democracia, paso fundamental para detener esa sangría humana que hoy padecemos.
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