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El no-debate sobre la educación en México

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El tema de la educación en la pandemia ha dominado los debates de la comentocracia y de la administración pública en muchos países. El nuevo presidente de Estados Unidos busca lograr el regreso total a clases en estas semanas; expertos consultados por The New York Times y la propia Centers for Disease Control han emitido puntos de vista favorables al regreso, bajo ciertas normas.

En Europa la discusión sigue, con distintas políticas educativas según los países, y los sectores de la sociedad. En México, salvo uno que otro comentario de especialistas muy calificados -sobre todo en Reforma– impera el silencio.

En casi la totalidad de los países de América Latina, los gobiernos han cerrado escuelas públicas y privadas desde marzo del año pasado. Más de 95% de los niños y adolescentes están fuera de la escuela. Sustituyeron la enseñanza de educación básica (9 años) con clases a distancia (para los países con alta conectividad) o por televisión (con los que carecen de Internet masiva, como México). Se produjo algo de debate en algunas naciones, pero hasta hora la situación sigue así. Los niños van a perder dos años de escuela (la mitad de 2019-2020, todo 2020-2021, y probablemente la mitad de 2021-2022).

En Estados Unidos y en Canadá se siguió un camino federalista, conforme al esquema educativo de esos países. Condado por condado, o en todo caso, estado por estado, unas escuelas públicas permanecieron abiertas (la ciudad de Nueva York), otras cerradas (el estado de Maryland y la Ciudad de Washington); las privadas podían proceder más o menos como lo resolvieran ellas. Las que se mantuvieron abiertas, en ocasiones cerraron por un lapso, para volver a abrir. Hoy en día, más o menos la mitad de los alumnos del país siguen en casa; los demás, en la escuela.

Los expertos concluyeron que las escuelas no son un lugar de contagio ni de niños ni de adultos. Las factores  principales para impedirlo son el uso universal de mascarillas, la sana distancia, una ventilación adecuada y evitar actividades en grandes grupos. El nivel de contagio en una comunidad no fue considerado como un elemento pertinente; solo se debe cerrar una escuela si hay pruebas de infección dentro de la misma.

La mayoría de los países europeos mantuvieron abiertas sus escuelas, salvo algunas ciudades italianas, y el Reino Unido de manera intermitente.  Consideraron que el daño para los alumnos de perder esos años permaneciendo en casa -a pesar de la alta conectividad de dichas sociedades- era mucho mayor, duradero y difícil de corregir, que posibles contagios de niños y de adultos en situaciones de baja peligrosidad. De vez en cuando, de lugar en lugar, algunas escuelas cerraron, pero reabrieron rápidamente. No ha sido tanto el caso de las universidades; en Francia, por ejemplo, la mayoría operan a distancia. En Japón cerraron hasta noviembre de 2020, pero abrieron a partir de entonces. Corea del Sur, en cambio ha cerrado las escuelas en varias ocasiones.

En todos los países ricos, los sindicatos de maestros, las asociaciones de padres de familias, y muchos directores de escuelas no concuerdan con los lineamientos de los gobiernos nacionales o locales. Se han opuesto -por ejemplo, en Chicago- a la apertura escolar, a pesar del hecho que el sistema público de muchas comunidades refleja un típico sesgo racial y de clase de Estados Unidos. Los niños de clase media alta de los suburbios van a escuelas públicas de calidad; los niños negros y latinos de familias de menor ingreso, asisten a escuelas públicas deficientes de los centros de ciudad. El debate ha sido intenso y prolongado, y no será hasta ahora que se empiece a zanjar, a partir de la postura de Biden y de más conocimientos en Europa también sobre el impacto del covid sobre las escuelas y los daños cognitivos que el cierre produce.

Hoy que el gobierno de México está a punto de consumar un cambio -incomprensible- en la titularidad de la SEP, podría ser interesante que tenga lugar un debate sobre el dilema que todos los países enfrentan. Cerrar es lamentable; abrir puede ser peligroso. Los expertos prefieren la apertura; los maestros y los padres, el cierre, aunque en este último caso las cosas pueden estar cambiando.

En países grandes y diversos, como el nuestro, todo indica que la brocha gorda es una aberración. Hay estados y ciudades en México que fácilmente podrían haber permanecido abiertas, y seguramente hay colonias en las grandes urbes donde el riesgo de contagios generalizados era excesivo.

Los funcionarios de la SEP (hasta ahora) saben todo esto. No han promovido un debate por razones que solo ellos conocen. Diplomáticos y ejecutivos extranjeros en México se sorprenden de la indiferencia frente al tema. Yo lo atribuyó al desinterés total de López Obrador por la educación (salvo por los libros de texto y la macrorreforma retrógrada que viene), pero ellos ven otra explicación. Al final, quienes podrían participar en una discusión al respecto pertenecen al círculo rojo. Sus integrantes tienen a sus hijos en escuelas privadas, donde si bien el daño por el cierre no es inexistente, resulta infinitamente menor que en las escuelas públicas. Dicen: “Así es México”.

 

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