Pensar que una organización criminal como el ELN, la que cuenta en su haber con decenas de miles de víctimas inocentes, ha emprendido un movimiento inspirado en la buena voluntad no es otra cosa que un estúpido gesto pueril inaceptable en los tiempos que corren. Pretender que tal cosa puede ocurrir y que es preciso prestar oídos a las nuevas corrientes pacifistas que estarían naciendo dentro de la organización subversiva y que la Cuba de Díaz-Canel actúa cual corderito al apoyar una iniciativa que promueve la desmovilización de los insurgentes y su incorporación a la vida institucional no puede ser visto sino como otra treta más de las izquierdas en la que La Habana y el ELN se dan la mano para continuar con el juego desestabilizador de la región, que tiene su mejor aliado en el Palacio de Miraflores en Caracas.
La situación actual en Colombia es que ya se sembró en la colectividad la tesis de que el ELN, o al menos los “buenos” del equipo, estarían interesados en nuevas conversaciones de paz con el gobierno de Iván Duque. Se ha sembrado también la especie de que hoy pudieran estar conviviendo dos ELN con dos distintas estrategias de actuación, una, la misma violenta de antaño y otra, arrepentida armada de un pacifismo novedoso y bienintencionado.
Ya la confusión está creada y ya existen adeptos para las dos tesis: o bien se estima que es cierto lo de una profunda fractura del ELN o bien se cree que toda esta propuesta de negociación de paz es otra pieza de una estrategia dilatoria como las del pasado. Recuerdo a los lectores que a Iván Duque le queda un poco más de un año en la silla de Nariño.
A todas estas Caracas se lava las manos. Cuba, por su lado, lleva adelante uno de esos juegos atractivos y perversos a la vez con los cuales pretende confundir a los observadores, por una parte y, por otra, intenta sembrar en el ánimo del gobierno de Joe Biden la percepción de que lo que priva ahora en La Habana es un espíritu progresista, aperturista, pro-democrático, inclusivo, de manera que ello les permita avanzar con los gringos en una suerte de nueva “entente cordiale”. Esta posición abonaría la tesis de que el gobierno cubano execra el tráfico de drogas por considerarla una actividad antirrevolucionaria, y se desmarca de los “niños malos” del ELN involucrados en crímenes horrendos del lado venezolano de la frontera. Es propio recordar que el gobierno estadounidense ha de nuevo incluido a Cuba entre los países que protegen terroristas.
Así es como el embajador de Cuba en Bogotá, José Luis Ponce Caraballo, esta semana alertó formalmente al gobierno neogranadino sobre un posible atentado del Frente Oriental de Guerra del ELN en Colombia, del cual estaría enterado por trascorrales, pero al reunirse con la Cancillería de Duque, se niega a proveer más detalles de la operación que se estaría gestando, ni de su origen. Recordemos también que con la protección cubana los miembros del Comando Central del ELN se encuentran a sus anchas en Cuba.
De todo este batiburrillo de hechos que han entrado en la escena poco a poco en los primeros días de febrero, ocupando seriamente la atención de la oficialidad colombiana, lo que nos queda claro es que se está gestando el nuevo escenario de actuación de Cuba y Venezuela en la región como consecuencia del eventual cambio de política de Estados Unidos con la isla y de las nuevas brisas que pudieran eventualmente soplar entre Estados Unidos y Venezuela.
Colombia sigue siendo un punto focal de estos dos hechos por ser este país el origen de tráfico de narcóticos, por ser la cuna de los movimientos insurgentes asociados hoy en día al terrorismo mundial, dos temas que quitan el sueño a la Casa Blanca. Y porque Venezuela es pieza clave de ambas realidades. Por ello guarda silencio.
Estos asuntos nos mantendrán con el alma en vilo a quienes queremos ver orden y paz en la región en los meses que vienen…
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