Recuerdo unas palabras de mi padre, cuando en su infinita sabiduría expresaba su opinión sobre una situación a la que debía hacer frente. Era escéptico y siempre acompañaba cualquier duda con la siguiente frase: “Piensa mal y acertarás”. Me imagino que fue debido a las muchas decepciones que habría sufrido en tiempos anteriores que cada vez que le tocaba tomar una decisión se decantaba por la duda, pues lamentablemente no creía en la bondad humana.
Algunas veces iba más allá, su explicación de la frase anteriormente expuesta era que el mal justifica al mal, ya que en su devenir histórico se había topado con personas que albergaban en su alma mucho resentimiento social, con dosis elevada de ambición desmedida pero vulnerables frente al dinero, en pocas palabras, todos tenían un precio y la bondad a veces brillaba por su ausencia.
Lo expuesto logró esculpir el rol de aquellas personas que expresan ser víctimas, pero en el fondo son manipuladoras, pendencieras y estafadoras. Allí entran los vividores que, a través de una engañosa revolución, han timado a la sociedad venezolana, presentándose como los salvadores de la patria y los justicieros de los excluidos, pero terminaron siendo unos criminales que se adueñaron del poder para beneficio propio.
Se vendieron como militantes de la verdad y la justicia, enarbolaban la bandera del amor y la comprensión, pero en el fondo lo que los movía era la codicia y el apego infinito a la riqueza inmediata, utilizando la política para llegar al poder y como consecuencia directa, la obtención de dinero a través de entramados de corrupción.
Improvisados y paracaidistas, desfilando orgullosamente sus franelas rojas, amparándose en la ignorancia, sin conocer las figuras estampadas en su vestimenta, se montaron en el portaaviones de Hugo Rafael, para ubicarse al lado de un triunfador, que logró la presidencia y elevar la esperanza de muchos, a través de un acto de violencia, que mató a inocentes, una fecha que hay que recordar, para no olvidar que, desde ese fatídico 4 de febrero de 1992, la democracia venezolana fue golpeada en su esencia, que la llevó a lo que vive hoy en día el país, que no es más que una brutal dictadura, que va a contravía de la democracia, diseñando un régimen que garantiza por mucho tiempo su estadía en el poder.
Ahora, ya el comandante supremo, eterno e intergaláctico está ausente, por causas que todos conocemos, sus discípulos expresan orgullosos su ideología y los supuestos logros del proceso revolucionario, pero en el fondo ni ellos mismos se lo creen y mucho menos saben qué es el marxismo, el leninismo, el maoísmo y ni hablar del estalinismo, aderezado, además, con socialismo del siglo XXI y un toque de culto a la personalidad. Resultado: una nación empobrecida y unos cuantos parásitos paseándose por las calles asfaltadas con miseria en un Ferrari.
Se esmeraron en diseñar patrones de conducta, muy acordes a la delincuencia, irrespetando cualquier norma y ley que vaya en contra de los principios revolucionarios. Igualmente, un control férreo de su militancia, para que aceptaran los lineamientos del partido, porque el que no lo hacía, estaría bajo un estado general de sospecha.
En todo momento, hicieron de las palabras su arma principal, descalificando a todo aquél que les llevara la contraria, por un lado, y por el otro, para manipular a los venezolanos, que compraron esperanzas con las mentiras que divulgaban en el sistema nacional de medios públicos.
Solo ellos tenían el derecho de disfrutar de la bondad de estar vivos, porque aquellos que osaban protestar y levantar su voz, eran dignos de ser castigados, sufriendo persecuciones, encarcelamientos y en el peor de los casos, la muerte.
Desde 1992, dejamos de ser un país feliz, para embarcarnos en una aventura que 29 años después, dejó a un lado la sonrisa y se refugió en la hostilidad, en la ira y en la desesperanza. Promocionaron, auparon y fomentaron la lucha entre hermanos, mientras los revolucionarios entendieron que el odio daba ganancias, por lo tanto, en la medida que iban avanzando en el control del Estado, se sintieron con derecho a incumplir la ley, a torturar, a robar, a asaltar el poder, personificando una falsa venganza de los desposeídos, los excluidos y los miserables. Supieron obtener dividendos del rencor, sin tener que expresarlo.
Ahora, en el 2021, podemos llegar a la conclusión de que el chavismo es un germen ligado a nuestras entrañas, que es de liberación controlada, pero que se aviva cuando aparece un idiota populista, que habla con próceres de la independencia y otros más actualizados, tienen una profunda conversación con un pajarito.
Ya las virtudes del sistema democrático han desaparecido, ahora lo que se respira es el vicio en el manejo de la cosa pública, atrapando el interés del planeta expresando incoherencias, justificando sus desmanes, tratando de alcanzar la atención, pero ya todos están conscientes de la realidad que hay en Venezuela, que no es otra que nuestra patria vive una profunda crisis, por culpa de un régimen dictatorial, porque en lo único que son capaces es hablar de goticas milagrosas, hechizos, brujerías y pendejadas, mientras los venezolanos padecemos hambre y abandono, sin embargo tratan de vender al mundo un país que se parece más a Narnia que a la patria, en el cual todo es bello, lindo y perfecto. La nación la cual nacimos, comienza a ser un recuerdo, una cita nostálgica y lejana.
Han sido exitosos en mostrar su incontinencia de maldad, que no tiene límites, porque el líder de la revolución dejó en herencia su ira, sus amenazas que generaron y generan miedo y siguen sembrando desconfianza a través de críticas destructivas y desprecio por aquellos que empuñan la bandera de la paz, la libertad y la democracia. En pocas palabras, han delineado una verdad esquematizada desde Miraflores, que ha servido y sirve a la medida del requerimiento, que no es otro, permanecer en el poder sobre todas las cosas.
Se han aprovechado de las adversidades, para buscar su coartada para actuar con entera impunidad, manipulando hechos, simulando sentimientos, para levantar estandartes de aversión y justificar sus desmanes, que no es más que una exposición continua de su codicia, sin olvidar el dominio del pensamiento de la sociedad, con una dosis de violencia, para lograr la obediencia debida. Ya que el fin último del comunismo es cambiar en gran escala las ideas y las convicciones de los venezolanos. Ahí entra la manipulación, para debilitar la voluntad y erosionar el criterio, evitando así que podamos discernir entre lo bueno y lo malo, entre lo real y lo irreal.
¿Qué nos queda por hacer? No perder la capacidad de pensar, alimentando nuestro saber para diferenciar la verdad de la mentira. No dejar de lado nuestra esencia como ciudadanos, para defender nuestros derechos y cumplir con los deberes, para poder recuperar la democracia, que lamentablemente, está aún muy lejos de ser rescatada, por ahora.
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