La capacidad para expresar nuestras emociones mediante la palabra es una herramienta poderosa en cualquier relación humana. Trabajar las habilidades de comunicación nos abre las puertas del éxito personal y laboral y, además, es clave para nuestra salud mental. Sin embargo, el silencio también tiene un papel destacado en la adecuada gestión emocional.
Tendemos a pensar que quien se queda callado es por ignorancia, por timidez, por desinterés, por aburrimiento o por falta de recursos emocionales, intelectuales o relacionales. Solemos creer que el silencio implica incomodidad, que es preciso llenar los vacíos para no dar la impresión de que no sabemos de qué hablar o qué decir. Presuponemos que, sobre todo en el mundo laboral y en las relaciones de poder, hay que demostrar a toda costa que conocemos tanto o más que nuestro interlocutor sobre cualquier asunto y que tenemos respuestas ante cualquier situación. Pero no debería ser así.
El silencio también habla, y a nuestro favor, si sabemos manejarlo. Estas son algunas de las situaciones en las que resulta preferible callar:
Ante determinadas personas. Todos conocemos gente que parece buscar robar nuestro tiempo, que se enreda en volver a tratar lo que ya se ha discutido, que da vueltas y vueltas a asuntos cerrados. Son personas con las que no sirve de nada decir «no quiero discutir más este asunto», porque eso les da pie a iniciar nuevos circunloquios. En estos casos, el silencio educado y atento, con un lenguaje corporal adecuado, puede hacer que la perorata se extinga por sí misma. Y lo mismo ante quien está muy enfadado: combatir es la peor estrategia.
Cuando tenemos el deber de escuchar. El verdadero líder se limita a exponer de forma clara y breve y, a continuación, se calla para dar voz a los demás y recoger sus aportaciones con interés. No seamos como quienes, en su afán de protagonismo, parecen convocar reuniones para escucharse a sí mismos. Por lo mismo, no caigamos en hacer preguntas y, sin esperar, pisar la respuesta del otro. Igualmente, cuando entrevistamos a un posible cliente o a un candidato, no olvidemos que no está ahí para enterarse de lo que tenemos que decirle ni para someterse a un interrogatorio: hay que dejarle hablar, él es el protagonista.
En momentos de reflexión. Lo importante es encontrar la respuesta óptima, no cualquiera ni la más rápida. Cuando alguien nos urge, cuando se nos demanda una solución inmediata, no hay por qué apresurarse. Basta con unos segundos de silencio para relajar la atmósfera y mostrar que necesitamos tiempo para pensar. Tomarse un momento de reflexión durante una conversación o incluso antes de comenzar un discurso es una estrategia de comunicación que mantiene la expectación, recupera la atención e indica a los demás que somos humanos, que estamos implicados en lo que hacemos, que nos respetamos a nosotros mismos y a los otros lo suficiente como para no precipitarnos.
Para aprender. Se aprende observando y también escuchando. Hablar por hablar, aparentar que sabemos lo que ignoramos es la mejor forma de seguir siendo unos ignorantes.
Por amor a los demás. En el trabajo diario, el liderazgo es también permitir que los demás crezcan. Es preciso saber estar callados para mostrar nuestro cariño y respeto hacia los demás.
Hay un refrán que solía decir mi abuela: «El buen saber es callar, hasta ser tiempo de hablar». Sabio consejo.
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