La muerte de Teodoro Petkoff es un gran pesar para Venezuela y para muchos círculos políticos e intelectuales de América Latina y más allá. Teodoro fue uno de los venezolanos más importantes de nuestra historia contemporánea. Lo fue tanto como luchador político democrático, como por intelectual innovador, como por incansable servidor público, como por periodista valiente y veraz. Los que tuvimos el privilegio de conocerle, de tratarle e incluso de trabajar a su lado, tenemos el compromiso de darlo a conocer a las nuevas generaciones, para que estas no solo adquieran un conocimiento cierto de su valor y de su trascendencia, sino para que también sientan el orgullo de contar a Teodoro Petkoff como un ejemplo de honradez, de trabajo, de entrega por las mejores aspiraciones de Venezuela y su gente.
Conociendo a Teodoro, no estoy seguro que se hubiera impresionado por el torrente de opiniones favorables que se están suscitando. Ni lo ilusionaban los elogios ni lo intimidaban los ataques. Él tenía sus convicciones bien establecidas, pero no anquilosadas, porque muchas de ellas fueron evolucionando a través de una vida repleta de duros desafíos. La suya no fue una carrera fácil o fulgurante, de esas en la que los reconocimientos llegan temprano, y casi que se aplica la vieja conseja de “cría fama y acuéstate a dormir”. Nada que ver. Cuesta tras cuesta, Teodoro fue abriéndose un espacio en la vida venezolana, siempre animado por la polémica y siempre buscando la justicia social.
De su juventud comunista, y de sus tiempos de jefe político del nuevo socialismo, a su edad madura como estadista y luego como dinámico editor de periodismo de calidad, Teodoro fue cambiando mucho pero al mismo tiempo siguió siendo el mismo. Sus ideas políticas las fue modificando en un proceso de reforma y apertura que no solo supuso un camino original en Venezuela, sino también en el socialismo mundial. Pero su temperamento febril, su austeridad de vida, su cercanía con el sufrimiento humano, no solo no cambiaron con el paso de largos y accidentados años, sino que se hicieron signos característicos de una personalidad sin máscaras. Teodoro no tenía doble cara. Tampoco tenía, paradójicamente, mucha mano izquierda. Solía hablar claro y, muchas veces, frontal. Y eso le trajo no pocos enconos, pero también el respeto y la admiración de muchos. Entre estos me cuento.
Podría recordar numerosas anécdotas de su tiempo como ministro de Cordiplan en el segundo gobierno del presidente Caldera, cuando venían a pedirle villas y castillos y él los despedía con las manos vacías. Si una propuesta era correcta, necesaria y conveniente para el país, se esforzaba en hacerla realidad. De lo contrario, si la petición lo que pretendía era avanzar intereses particulares de poder o de riqueza, más vale que no la hubieran formulado, porque Teodoro no tenía paciencia para este tipo de tejemanejes. Algunos se preguntan si Teodoro hubiera sido un buen presidente. Contesto que no. Hubiera sido un gran presidente. Pero el destino, como él pensaba, o la Providencia, como pensamos otros, le tenía deparada otras coordenadas, y en el combate periodístico Teodoro encontró un camino muy propio.
Cierto que en 2006, ya de 74 años, estimó que podía competir, de nuevo, por la Presidencia. Pero aquello se trató, más bien, de un hiato dentro de la última etapa de su vida pública, la de editor y director de periódicos beligerantes con el poder e intransigentes con la verdad. A Chávez ni le pidió ni le dio cuartel. En 1999 cuando buena parte de los medios le hacían el juego, Teodoro desde su tribuna periodística de entonces ya denunciaba y documentaba los abundantes desmanes del poder, lo que casi más nadie se atrevía a publicar. No por nada es que los dueños de esa tribuna periodística lo cesaron en su cargo de director. Al cabo de pocos meses, Teodoro regresaba al ruedo con Tal Cual, acaso uno de los periódicos más perseguidos por la hegemonía roja, tanto con el predecesor como con el sucesor.
La saña que mantuvieron contra Teodoro, hasta el final de sus días, confirma la miseria moral de los que han ostentando el mando en esta Venezuela menguada, pero no deja de confirmar la entereza de Teodoro, un luchador curtido por una prolongada experiencia, de aciertos y errores, de altos y bajos, de satisfacciones y contrariedades, de victorias y derrotas. Se podía estar de acuerdo o en desacuerdo con él, pero no se podía, de buena fe, desconocer que su pensamiento y su acción eran manifestaciones sinceras de una persona difícil, audaz, meritoria y profundamente comprometida con su patria.
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