Son fenomenologías que prosperan sobre las ruinas de la República de Venezuela: prostitución exacerbada, «mafiadeo», «orfandad jurídica», «desasistencia humanitaria» y «desenfrenado hamponato». El funcionariado-plaga territorial del infactado régimen mega-salvaje no puede controlar la distribución eficaz de los alimentos subsidiados que envía la nomenclatura mayor: y que no deberían estar sometidos al acaparamiento, especulación o chantaje ideológico. El atraco, hurto, saqueo, la mercadería de sustancias ilícitas y trabajadoras sexuales de distintas edades, aparte del contrabando de combustibles, el ataque a instituciones educativas [especialmente las universidades], el abuso de autoridad, comportamiento caótico y cobro indebido para expedir documentos de identidad, cédulas o pasaportes, datos filiatorios u otros extraordinarios, no puede dibujar un país normal presentándose tutorial para la supervivencia en el infierno.
La lógica desapareció del discurso que escuchábamos entre venezolanos que procuraban comunicarse. La riqueza idiomática, la discusión para el concilio o pacto a favor de la controversia pacífica y entendimiento, que exige la paz, son recursos irrelevantes en el panorama sociopolítico en el cual transcurre la vida del ciudadano. Lo digo sin eufemismos: la razón suficiente [que nos confiere dignidad de humanos en la Sociedad de Civiles, amparada por una fuerza armada institucional] fue aniquilada. Imperfectos éramos, pero en nada nos convirtió una cúpula de malnacidos que tendrá su día de encorve.
El hambre contracultural irgue insurreccional porque, en la centrífuga del camino hacia la liberación y progreso, la inteligencia siempre irrumpe lapidaria, con inevitable e insustituible brazo armado, enfadada. Aun cuando su funda hubiese sido confeccionada por inmorales y ello estuviera «viciada de nulidad ante la ética», la camorra de la vindicta admite sustanciación inteligible. Las mascarillas en boga por dictado de organizaciones mundiales, que escrutan la virulencia naciente y poniente, no blindan a ninguna persona ante patógenos letales de la universalidad dionisíaca, sino que enmascaran la fatalidad que comporta el hecho que el mundo esté gobernado por exterminadores.
El oprobio fecunda el óvulo de la distorsión de la moral ciudadana, la insuficiencia de raciocinio precipita o apura el desbordamiento de un caudal de atrocidades y psicopatologías. Escucha cómo habla la pareja, hijos, nietos y amistades de tus vecinos: son animalescos, muestran fauces que chorrean saliva venenosa pese intentar mantenerlas en ocultas mediante el movimiento torcido de sus labios.
Hasta yo, que soy un intelectual, un escritor físicamente endeble, en curso de edad provecta, propia de un anciano no senil, salgo de mi residencia a enfrentar numerosos enemigos fortuitos tras inclinar mi cabeza y mirar cauto los ojos de tantos malnacidos. Simulo tener un arma de guerra escondida en mi moderna y pequeña alforja.
—Ese viejo no aguanta un coñazo –murmuran los autoproclamados dueños de calle junto con los comisarios de la revolución, juntándose en juergas donde la burundú-burundá-burundanga los enloquece. Experimentamos tiempos que no son de ningún dios o entidad providencial, ese que albedrío nos concede con el propósito que, discrecionalmente nos asesinemos unos a otros: los hambrientos por infortunado destino o aquellos saciados por formar parte de la clase social aventajada, también los desahuciados y esperpentos. De la trama de mi novela me aparto ofuscado, pero en ella sugiero sumergir a otros, sin trajes de buceo. A quienes pueda interesar leerla, no dudo mi narración lo ilustrará iluminándole el camino de las infamias (https://www.academia.edu/15274741/DESAHUCIADOS_NOVELA_VERSI%C3%93N_DIGITAL_2015) @jurescritor
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