En esta ciudad, a 45 minutos en tren de Ámsterdam, vive Máxima Zorreguieta desde que se incorporó a la familia real de la Casa de Orange-Nassau. Pero La Haya es mucho más que un cuento de princesas. Para empezar, es la tercera ciudad de la ONU, después de Nueva York y Ginebra, y sede de la Corte Penal Internacional.
Además, es una de las urbes europeas con más espacios verdes. Un tercio de su superficie son parques y plazas. En uno de esos retazos arbolados, junto al lago Hof Vijver, un grupo de músicos protesta contra un recorte a la cultura, con comida multitudinaria y orquesta en vivo. A pocos metros, la figura de acero de un hombre gigante en cuclillas abre una exposición de esculturas chinas en el parque Lange Voorhout, y Meg Ryan abandona el lobby del Hotel Des Indes, un lujo de 120 años.
Todo eso aparece en un recorrido entre los edificios del Parlamento holandés, donde los reyes inauguran el año político, y el museo Mauritshuis. Si uno piensa que ya vio todo el arte de los Países Bajos en Ámsterdam, se equivoca: este museo guarda dos obras primordiales del acervo local, La joven de la perla (o La joven con turbante), de Johannes Vermeer, y La lección de anatomía del doctor Tulp, de Rembrandt.
A unos diez minutos de tranvía se encuentra la playa Scheveningen. No es de arena blanca y aguas cálidas como las de Aruba –isla subordinada a la Corona holandesa, en las Antillas– pero es “la” costa, muy concurrida por jóvenes y surfers. Una Bristol a la holandesa, con rambla, infraestructura de sobra y un mar frío donde hace falta coraje para bañarse. El balneario está construido en torno al hotel Steigenberger Kurhaus. Es monumento nacional y sus salones merecen un recorrido, como lo hicieron Igor Stravinski y los Rolling Stones.
Otra cosa que hay que hacer es acercarse a un puesto de arenque (haring), frente a la playa. En Ámsterdam lo piden troceado, pero acá lo comen crudo: entero, eviscerado, sin piel, ni cabeza. A lo sumo, con un poco de cebolla picada. La forma típica de hacerlo es con la mano; se lo toma de la aleta caudal y se emboca por el otro extremo. Junio es el mes de la buena pesca, el mejor momento para consumirlo fresco.
No muy lejos se encuentra Madurodam, conocida como “a ciudad más chica de Holanda”, porque se trata de un parque temático construido en miniatura que replica los hitos del país a escala 1:25: las casas de los canales, los campos de tulipanes, el mercado del queso, los molinos de viento, el Palacio de la Paz. Es un programa ideal para ir con niños, que juegan a ser Gulliver por un rato.
Nobleza obliga. Hay que decirlo: Máxima opacó totalmente a su marido, el rey Guillermo Alejandro. Aunque el heredero del trono de los Países Bajos siempre tuvo buen ojo para elegir novias lindas –explica Mieke, la guía local–, ninguna tuvo el carisma de Máxima. “Es como la chica de al lado, la vecina”, resume, para explicar lo sencillo que le resultó a la argentina ganarse al pueblo holandés.
Todos recuerdan las lágrimas de ella el día de su casamiento y adoraron el beso de lengua sostenido que le dio a él cuando salieron a saludar al público. Para los habitantes de La Haya, es común cruzarse con la pareja por la calle Noordeinde, donde se levanta el discreto palacio real homónimo (la bandera naranja izada indica la presencia del rey). Él se corta el pelo en la peluquería de enfrente y ella recorre seguido las galerías de arte con sus tres hijas, Catharina-Amalia, Alexia y Ariane.
Toda la Casa Orange-Nassau se benefició con la llegada de la plebeya argentina. Ella les aportó frescura y los ayudó a verse más accesibles. Incluso, ablandó la imagen rígida y conservadora de la ex reina Beatriz, una de las mujeres más ricas de Europa, que abdicó el 30 de abril de 2013, cuando la sucedió su hijo Guillermo Alejandro.
En los próximos meses, los reyes estrenarán nuevo hogar en La Haya: se mudarán al palacio Huis ten Bosch (Casa del bosque), el palacio donde también vivió la suegra de Máxima, que queda a solo 15 minutos de Villa Eikenhorst, su lugar de residencia desde hace 15 años.
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