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La dolorosa cosecha del odio

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El camino de lucha que estamos transitando para lograr el bienestar y la felicidad está lleno de obstáculos que vamos a vencer con la voluntad férrea que tenemos los venezolanos cuando asumimos un reto. Los venezolanos somos, ya lo hemos demostrado antes, del tamaño del compromiso que se nos presenta.

Los obstáculos más nocivos son los que perjudican la consolidación de nuestro propósito común de conseguir la derrota definitiva de los traidores que se adueñaron del poder en Venezuela. El discurso violento, dirigido contra compañeros de lucha, es uno de ellos. El ataque virulento contra nuestros propios aliados también lo es y, en ocasiones, ese discurso aflora simplemente porque alguien se atreve a expresar una idea diferente.

Esas expresiones de rencor desmedido socavan las bases que deben unirnos si queremos realmente acabar con la tragedia que arrasa el país. Ese odio nos enferma, nos convierte en rehenes de ese mal y nos aleja del éxito.

El gran traidor que ocupa fácticamente Miraflores siente un resentimiento tan profundo por los venezolanos, un desprecio sin igual, que nos ha llevado a la actual crisis que afecta a toda la sociedad. Ese odio destructivo es el mismo que sembraron intencionalmente en la sociedad y es ese resentimiento el que se ha convertido en el freno que nos impide avanzar decididamente hacia un futuro mejor. Nada ganamos con atacar a quien hoy lucha a nuestro lado por el logro de un objetivo superior. Todos padecemos las calamidades y el desastre generalizado que ha generado ese grupo de delincuentes. El dolor que se ha derivado de toda esta situación debemos transformarlo en una fuente de cooperación, de comprensión y de energía para la búsqueda de un nuevo futuro para Venezuela.

Tristemente, la gran mayoría del pueblo venezolano está unido en el infortunio y la desolación que reina en el país. Sin embargo, no solo lo malo nos une, también nos unifica el deseo de cambio, el anhelo de una democracia robusta, el deseo de bienestar y prosperidad para todos, más y mejores oportunidades, la deseada reunificación familiar y un sinnúmero de variables que todos queremos tener presentes en nuestro futuro.

Es esa esperanza individual la que nutre y fortalece la lucha colectiva de un pueblo que saldrá adelante y sacará del poder al grupo de corruptos que olvidaron sus promesas, se burlaron al pueblo y traicionaron sus ideales.

Atacarnos los unos a los otros no nos ayuda a construir la fuerza arrolladora que hoy se requiere para rescatar a Venezuela. El hambre, la miseria, la muerte y la anarquía no discriminan, nos afectan a todos por igual. Ninguna persona vota para que su vida empeore, ningún venezolano fue a sufragar para que su vida se le convirtiera en la pesadilla que hoy vive.

Toda nuestra sociedad fue traicionada y burlada por un grupo de delincuentes que se aprovechó del pueblo, a costa de su sufrimiento, para apoderarse del Estado y enriquecerse. Ni la venganza ni el resentimiento son buenos aliados. Nos desorientan y no nos permiten ver con claridad los errores que estamos cometiendo, ni reconocer los aportes que cada uno puede brindar. Intencionalmente, los destructores del país alientan esas iras para desmotivarnos, agotarnos, desmoralizarnos y convencernos de una absoluta mentira: que ellos son invencibles.

El principal aliado del tirano es aquel que promueve la fractura y la división de quienes lo adversan. Cada ataque y descalificación entre los venezolanos que perseguimos el mismo objetivo, solo sirve para darle oxígeno al destructor mayor y a su grupo criminal. Sustituir tanta toxicidad y tanto rencor, por comprensión y unidad de propósito de seguro nos fortalecerá y motivará a seguir adelante.

Si logramos sanar viejas heridas, lograremos orientar todo nuestro empeño hacia la construcción de una fuerza ciudadana concentrada en la recuperación de nuestra democracia, con la más poderosa de las armas que nos da la Constitución: el voto.

La clave para alcanzar victorias radica en nuestra capacidad de reunirnos en torno al objetivo colectivo del restablecimiento de la democracia. Lograrlo es posible si damos paso a sentimientos de grandeza como el respeto, el reconocimiento, la comprensión y la humildad. De esa forma transitaremos el camino exitoso y armonioso que nos conducirá a la Venezuela que todos anhelamos.

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