Por GLORIA CHÁVEZ VÁSQUEZ
En Nueva York, el escritor Reinaldo Arenas era un recluso voluntario. Rodeado de amigos que lo admiraban y adulaban, e innumerables enemigos, muchos de ellos agentes del régimen de Fidel Castro, que, agazapados, promovían la ideología marxista y le recordaban con sutiles pero insidiosas amenazas que, aunque hubiera escapado de la isla, no estaba totalmente a salvo. Pero Reinaldo jamás guardó silencio y cada que pudo los confrontó: en conferencias, artículos y entrevistas. Al mismo tiempo construía su obra.
Su vida social, como su horario, estaba racionada por la disciplina y la premura para escribir la obra que tenía que producir antes de que anocheciera. Su popularidad en la gran manzana se debió, inicialmente, a la curiosidad que despertó en los círculos intelectuales y el rumor de que había escapado de la isla comunista el escritor cubano más relevante del siglo. Como un deja vú al estilo Pasternak, sus escritos habían sido contrabandeados y publicados en Francia, para eterno disgusto del Castrismo. Después de su odisea en el éxodo del Mariel y una corta estadía en Miami, Reinaldo se había decidido por la gran metrópoli, porque, como John Lennon, creía que era donde estaba la acción. Probablemente el lugar donde su identidad sexual gozó de mayor libertad.
El éxodo del Mariel (1980) impactó a Nueva York y otras ciudades norteamericanas como un enorme meteorito. Las distintas comunidades volcaron su asistencia en los nuevos damnificados. Para sorpresa de todos, los marielitos traían entre ellos un elemento inquietante y disfuncional. Muchos de sus benefactores resultaron víctimas de sus protegidos. Con el tiempo, un alto porcentaje de ellos terminó en la cárcel o en la morgue.
El detalle de la producción del periódico que producía un grupo de intelectuales salidos por El Mariel lo obtuve de dos artistas exiliados, Ernesto Briel y Jesús Selgas, amigos personales de Arenas. De ese modo esperaban diferenciarse del tsunami humano (125,000), mucho del cual provenía de cárceles y manicomios, y que había infiltrado el oportunista régimen de Castro, para desacreditar a la colonia cubana en Estados Unidos.
Coincidí con Reinaldo en varias ocasiones: en el teatro, donde Florencio García Cisneros, editor de Noticias de Arte, lo introdujo como el gran escritor que era; luego durante la Feria Latinoamericana del libro que patrocinaba la universidad de Nueva York y donde ambos exhibíamos nuestros libros. Ya para entonces se discriminaba a los escritores privilegiando a los comprometidos con la izquierda. Un amigo mutuo, Oriol Contreras, nos presentó oficialmente y en breve sostuvimos raras pero interesantes tertulias, como los parias que éramos, en la ciudad de los rascacielos. Como buen caribeño, Reinaldo era hombre cariñoso; de voz agradable y presencia grata. Lo más notable en él, y a simple vista, era su pelo abundante y sus ojos de mirada intensa, un tanto retraída. En varias ocasiones me obsequió y autografió algunos de sus libros y fue de ese modo que acordamos artículos y entrevistas para el periódico y las publicaciones para las que yo escribía.
Cuando le envié la primera entrevista a Umberto Senegal, poeta y editor de Kanora, una de las revistas literarias que circulaban por ese entonces en Colombia, también le envié copias de El Central y Arturo, la estrella más brillante. Senegal reconoció su valor literario, y de inmediato inició correspondencia con Arenas. El también poeta y profesor de literatura Carlos A. Castrillón, que había leído sobre el escritor en el artículo de Ángel Rama «Reinaldo Arenas al ostracismo», se dio cuenta de la relevancia del escritor. Buscó y encontró unos cuentos de Arenas que circulaban en antologías.
En 1986, Senegal publicó un ensayo sobre El Central, el cual acabó de seducir al lector en Castrillón y desde 1989, cuando comenzó su profesorado, lo incluyó junto con Leprosorio en sus seminarios sobre poesía latinoamericana. En 1991, tras la muerte del escritor, a raíz del artículo «Los infiernos de Reinaldo Arenas», de Eduardo Márceles, publicado en el Magazín de El Espectador, Castrillón comprendió el valor de la obra de Arenas, más allá del asunto político. Senegal le facilitó los libros iniciales y, ñal año siguiente, en un viaje a Bogotá, consiguió los demás. A partir de entonces leyó la obra completa de Arenas. En esa época Castrillón cursaba un posgrado y decidió que su tesis sería sobre El mundo alucinante; en el proceso escribió varios ensayos sobre el autor, uno de los cuales se publicó en la revista La Nuez (1992), de Nueva York, y otro en Alba de América (1997), de California. Este último, titulado «El humor alucinante de Reinaldo Arenas». Los artículos tuvieron bastante difusión y se encuentran citados en muchas publicaciones e investigaciones; también aparecen reproducidos en varios sitios de la red.
Mientras Carlos Castrillón se ocupaba del estudio profundo de la obra de Arenas, existía escasa documentación y circulaban pocos de sus libros. En 1993 Castrillón terminó su tesis, la cual publicó la Universidad de Caldas (1998) con el título de La reescritura de la historia: a propósito de El Mundo Alucinante, un panorama general sobre la obra de Arenas. Posteriormente publicó Palabras reincidentes, en las que se concentraba en su análisis.
Hoy en día, Castrillón, catedrático de la Universidad del Quindío y experto en la obra de Arenas, forma parte del circuito de investigaciones en Maestrías y Doctorados que estudian la obra del escritor. Entre las tesis dirigidas por él, se encuentran títulos como El cinismo en la obra de Arenas y una de las más recientes: Libertad de vivir manifestándose.
Para cuando se estrenó la película Antes de que anochezca en Bogotá (2001), El Tiempo publicó una reseña titulada Tras las huellas de Reinaldo Arenas. Su autor, Jimmy Arias, comentaba que valía la pena “detenerse en la figura del literato, más allá de su vida sexual y su posición política.” Y añadió: “Algunas de sus obras llevan ese estigma de hombre desterrado y oprimido, como El central, que gira en torno a su permanencia en uno de los campos de trabajos forzados para los prisioneros de Castro, en el que estuvo recluido”.
Escritores colombianos como Juan Gustavo Cobo Borda consideran a Arenas un gran novelista. R. H. Moreno Durán, que conoció a Reinaldo en la década de los 80, cuando trabajaba con la editorial Montesinos en Barcelona (España), (la misma que editó su primer libro, El mundo alucinante, y uno de sus últimos, Arturo, la estrella más brillante) afirma que “Lo mejor de su obra literaria es sin lugar a dudas El palacio de las blanquísimas mofetas y El mundo alucinante”. Moreno Durán está convencido de que esta última “es una de las grandes novelas de nuestra generación”.
Otro colombiano que tuvo la oportunidad de conocer íntimamente a Arenas en Nueva York, y que se ha convertido en uno de los principales promotores de su obra, es el barranquillero Jaime Manrique. Manrique le dedicó un capítulo de su libro Maricones Eminentes. En su artículo El renacimiento de Reinaldo Arenas publicado en The Village Voice (2000), Manrique cita la respuesta de Reinaldo a su pregunta de por qué estando tan quebrantado de salud escribía con tanto afán. Según el escritor colombiano, Arenas contestó que escribir era “su última revancha”.
*Este artículo fue publicado originalmente en el portal ZoePost (www.zoepost.com), fundado y dirigido por la escritora Zoé Valdéz. Se publica con la autorización del medio y de la autora, Gloria Chávez Vásquez.
**Gloria Chávez Vásquez es colombiana, cuentista, novelista y periodista.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional