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20 años de la “revolución cultural”: un fracaso a paso de vencedores

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De aquella alocución presidencial en la que Hugo Chávez ejercía su voluntad sin que nadie lo detuviera, el Aló, presidente del 21 de enero de 2001 fue particular. Ese día, con la remoción de los más importantes nombres de la institucionalidad cultural del país para dar inicio a su llamada «revolución cultural», comenzó la época más oscura para el arte en Venezuela. Chavéz despedía a hombres y mujeres que habían impulsado y apoyado el desarrollo del quehacer artístico en el país. Caracas, en aquel entonces, era de las principales capitales culturales del continente: en sus museos, teatros, sellos editoriales, por ejemplo, se daban cita reconocidos artistas e intelectuales. De aquellos días no queda nada: hace 20 años el entonces presidente del país comenzó con la demolición de una infraestructura de la que hoy solo queda el nombre, y en algunos casos, ni eso.

Uno de los despidos que tuvo mayor resonancia nacional e internacional fue el de Sofía Ímber. Ella, la fundadora y directora del Museo de Arte Contemporáneo, periodista, coleccionista de arte y entrañable personalidad caraqueña, la intransigente había sido, como dijo el artista colombiano Fernando Botero en una carta publicada en El Nacional, «sacada de su propia casa».

El Museo de Arte Contemporáneo fue fundado por Sofía Ímber en 1973 y comenzó sus actividades con una exposición del artista español Pablo Picasso en 1974. Desde entonces, era labor de la periodista concebir todas las exhibiciones y adquirir las piezas para el museo. Y así fue hasta 2001 cuando fue suplantada por la subdirectora Rita Salvestrini quien ocupó el cargo por tan solo dos años. Desde entonces, ha pasado por manos de doce directores en 20 años.

Durante la gestión de Ímber fueron adquiridas 5000 obras de arte que, entre otras, incluyen piezas de Botero, Monet, Picasso, Matisse, Soto, Cruz-Diez, Miró, Chagall, Braque, Kandinsky y Mondrian. Realizó exhibiciones individuales de artistas como Red Grooms, Armando Reverón, Paul Klee, Luisa Ritcher y Pedro León Zapata; y colectivas como la Colección Karel Van Stuijvenberg, con obras de los museos estadounidenses MoMA y Guggenheim, e incluso una colectiva sobre la vanguardia dadaísta. De todas las exhibiciones se hicieron catálogos.

Mientras fue directora, Sofía Ímber expandió el área del museo de 600 a 21000 metros cuadrados distribuidos en 5 pisos: contaba con 13 salas de exposiciones, una biblioteca, bodega, talleres, recepción, espacios verdes y oficinas. El  museo fue precursor en el encuentro entre el arte y sus vecinos.

Se convirtió en el primer museo venezolano en ofrecer un servicio bibliotecario especializado en arte, un espacio de formación plástica formal para niños y adultos, un departamento de educación especial para invidentes y un centro multimedia para las artes. La entrada era gratuita.

Hoy, el deterioro del museo es absoluto. Basta con acercarse a la sede ubicada en Parque Central para ver las condiciones en las que se encuentra esta institución que alguna vez fue referencia en Latinoamérica: vacía y descuidada. Entre 2002 y 2003 fueron hurtadas 14 obras. Una de ellas, Odalisca con pantalón rojo de Matisse, recuperada en 2014 de un hotel en Miami. Y en noviembre de 2020, una obra de Gego y otra del maestro Carlos Cruz-Diez fueron robadas por personal del museo, por personal de la institución, pero recuperadas por el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas.

Desde 2006 el museo no lleva el nombre de su fundadora y en 2017 fue cambiado por el de Armando Reverón, un artista indispensable de la cultura venezolana que pertenece al periodo moderno del arte y no al contemporáneo. Sin embargo, la figura y obra de Ímber aún vive en la memoria del venezolano. Recibió en Venezuela la Orden Andrés Bello y Orden Libertador; la Medalla Picasso, otorgada por la Unesco; Legión de honor en Francia, Orden al Mérito de la república italiana, Orden de Isabel la Católica de España y, en 2016, recibió un homenaje en Miami por su legado, influencia y trascendencia.

La autonomía de los museos venezolanos fue breve: de 1990 hasta 2005 cuando el viceministro de Cultura Farruco Sesto creó la Fundación Museos Nacionales (FMN). Allí reunió a la Galería de Arte Nacional (GAN), Museo Contemporáneo de Caracas Sofía Ímber (Macsi), Museo Alejandro Otero (MAO), Museo de Ciencias (MUCI), Museo de Bellas Artes (MBA), Museo Arturo Michelena (MAM), Museo de la Estampa y del Diseño Carlos Cruz-Diez (Medi), Museo de Coro (MUCOR), Museo de Barquisimeto (Mubarq, Museo de Valencia (Muva), Museo de los Llanos (Mulla) y el Museo de Calabozo (Muca) en una única administración. Se desconoce el estado actual de sus colecciones, poco se sabe de su mantenimiento, el personal calificado que queda es mínimo y el pueblo, ese al que tanto quería acercar Chávez a la cultura, muy rara vez se ve por sus predios.

En 2001 Chávez destituyó, además de a Sofía Ímber, a Clementina Vaamonde de la GAN, a María Elena Ramos del MBA y a Pilar Pérez Baldó del Medi. Los museos pasaron a ser dependientes del Estado. Ya no estaban en manos de «élites, príncipes, reyes, herederos y familias», como dijo Chávez aquel día.

En 2001, Manuel Espinoza, viceministro de Cultura y presidente del Consejo Nacional de la Cultura (Conac) entre 1999 y 2003, comentó que para la movilización e integración social era necesario prestarle mayor atención al arte popular que a las tradicionales bellas artes. «La cultura debe estar al servicio del desarrollo, no al servicio de las élites que distorsionaron el proceso cultural», dijo Espinoza, quien además recalcó la importancia de no ver con alarmismo a la «revolución cultural». Se trataba, según él, de una liberación del potencial creativo del pueblo.

Sucede, sin embargo, que las salas de los museos de la FMN terminaron desatendidas. Los edificios exigiendo mantenimiento y las obras, restauración y conservación. La periodista venezolana Cristina Marcano publicó en 2020 un artículo en el que explora la revolución cultural chavista. «El plan de demolición de la gestión cultural anterior transformó el terreno de las artes plásticas en otro campo de batalla, donde la principal baja ha sido la afluencia de visitantes. Centralizados en una fundación nacional y despojados de su identidad, eliminados incluso sus logotipos, los museos son apenas una sombra de lo que fueron», escribió en la Revista de la Universidad de México.

Monte Ávila Editores cumplirá 53 años desde su fundación, pero mucho ha cambiado desde que Simón Alberto Consalvi, periodista e historiador; el poeta, traductor y crítico literario Guillermo Sucre, y Benito Milla, gestor cultural español, la crearon en 1968. Fue una de las casas editoriales más importantes de Latinoamérica. Pero en 2001, y enmarcado dentro de la «revolución cultural», la junta directiva fue reemplazada por una escogida por el chavismo. Así, el presidente, Alexis Márquez Rodríguez fue sustituido por Mariela Sánchez Urdaneta y la línea editorial pasó a ser controlada por un Estado fundamentado en marcadas ideologías de izquierda.

Entre los años 1995 y 2000, la editorial publicó 324 títulos, 239 de autores venezolanos y 85 extranjeros, esto de acuerdo con el sitio Analítica. La mayor cantidad de ejemplares impresos alcanzó los 20.000 libros y las ventas superaron los 880.000 libros en Venezuela y otros países. Sin embargo, para finales de 2001, cuando recién comenzaba la gestión chavista, el diario El País de España contaba el ocaso de la casa editorial debido a una reducción de presupuesto por parte del gobierno de Chávez. «La ha llevado prácticamente a la quiebra financiera», dice la nota que además destaca que la editorial no alcanzaba 20 publicaciones aquel año.

16 años después de que el chavismo tomara Monte Ávila, El País volvió sobre el tema del fracaso cultural en un texto donde entrevistaban al filósofo, diplomático, investigador y magíster en teatro Leonardo Azparren, exdirector de Monte Ávila Editores. «Después de la gestión del profesor Alexis Márquez Rodríguez (la última antes del chavismo), cambió poco a poco su política editorial para hacer énfasis en ediciones ideológicamente afines con el régimen del teniente coronel Hugo Chávez», explicó. Además, reseñó el artículo que Monte Ávila había perdido su lugar «casi hegemónico» en el mundo editorial.

Tanto Monte Ávila como Fundarte eran dos editoriales que «se erigían como dos buques insignias de la política editorial nacional junto con la impoluta y brillante Biblioteca Ayacucho y la revista Imagen era un admirable reducto de artillería de la estética de la creación verbal», escribió Rafael Rattia en un artículo de opinión en El Nacional. La editorial fue dirigida por Simón Alberto Consalvi (1968-1979), José Vicente Abreu (1979-1984), Juan Liscano (1984-1985), Néstor Leal (1985-1989), Rafael Arráiz Lucca (1989-1994) y Alexis Márquez Rodríguez (1994-2000).

En sus inicios, la editorial publicó 739 títulos y en su primera década creó las colecciones Altazor, Colección 2001, Continentes, Donaire, El dorado, Estudios, Las ideas, Letra viva, Los espacios cálidos, Manuales, Perspectiva actual, Prisma, Teatro y Temas venezolanos. Luego, en la década de 1980 se añaden Ante la crítica, Memorabilia y Formas de Fuego. También, la Biblioteca de utopías, Puertas del campo, Biblioteca Ángel Rosenblat y la Biblioteca Mariano Picón-Salas. En total, suman 415 títulos publicados. Finalmente, en la década de 1990 se imprimen 592 libros y se suman la Colección breve, Pensamiento filosófico y Primera dimensión.

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Además de Monte Ávila, la editorial Biblioteca Ayacucho, creada durante el primer mandato del presidente Carlos Andrés Pérez, fue tomada por el chavismo en 2001. El presidente de la Biblioteca Ayacucho había sido desde su fundación en 1974 el abogado, escritor y poeta Ramón José Medina. Junto a él se unieron mentes brillantes como las de Oswaldo Trejo, Miguel Otero Silva, Simón Alberto Consalvi, Oscar Sambrano Urdaneta, Pascual Venegas Filardo, Pedro Francisco Lizardo y Ramón Escobar Salom para su consolidación como otra de las grandes editoriales subsidiadas del país.

El propósito de esta editorial era presentar textos sobre literatura latinoamericana y del Caribe, especializándose en documentos históricos e historia, poesía, cuentos, novelas, crónicas y ensayos. Medina fue reemplazado por el poeta Alfredo Chacón.

De acuerdo con un artículo sobre la Biblioteca Ayacucho de Yorgy Andrés Pérez Sepúlveda, profesor de Lengua y Literatura, en la revista Voz y Escritura. Revista de estudios literarios: «Las transformaciones sufridas en el campo cultural en los últimos años avizoran una tendencia centralizadora que opera sobre postulados políticos e ideológicos que no responden a los lineamientos constitucionales en un orden estricto». Además, el académico indagó en la participación del Estado como tutor de la promoción de valores culturales que Chávez perseguía desde 1999 y que consigue al centralizar las instituciones de cultura al gobierno.

Por iniciativa de un grupo de artistas encabezado por Amador Bendayán (fundador y primer presidente), Alfredo Sadel, Néstor Zavarce y Héctor Cabrera, entre otros, nació la Casa del Artista, ubicada en Quebrada Honda. Fue creada la Fundación Casa del Artista el 25 de marzo de 1987 mediante el Decreto Presidencial con el propósito de «ser la instancia cultural de atención integral del artista a nivel nacional e internacional, en el marco de la seguridad y justicia social, destinada a garantizar su reconocimiento, como bien cultural material e inmaterial del país, que contribuya con el fortalecimiento de la identidad nacional y el alcance de la suprema felicidad social».

En 2004 la Fundación Casa del Artista pasó a ser un ente adscrito al entonces Ministerio de Estado para la Cultura. Y en 2008 sus bases legales cambiaron y con ello se agregaron objetivos que se alejaban de su concepción original: la «activación y movilización de redes y colectivos culturales» que pretendía acercar las artes a las comunidades, servicio de asesoría legal y consultas médicas, ambos gratuitos, pero auspiciados por el régimen.

Susej Vera es la actual presidenta de la Casa del Artista en sustitución de Roberto Mesutti quien se lanzó como candidato al Parlamento chavista. La actriz trabajó en Tves.

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Modelo cultural para Latinoamérica y referencia en el mundo, el del Teatro Teresa Carreño (TTC) es uno de los mejores ejemplos de devastación dentro de la infraestructura cultural del país. El complejo fue inaugurado durante la presidencia de Luis Herrera Campins en 1983 y desde entonces en la majestuosa Sala Ríos Reyna y la Sala José Félix Ribas se presentaron importantes figuras de la música, la danza, el teatro y la ópera universal.

Cuando se anunció la «revolución cultural», Eva Ivanyi fue ratificada como presidenta del Teatro Teresa Carreño. En 2002 se habló de la reestructuración de varias instituciones culturales; entre ellas, el complejo construido por Tomás Lugo Marcano, Jesús Sandoval y Dietrich Kuncke. Ivanyi señaló entonces que ese proyecto se venía gestando desde el año 2000. «Ahora entramos en una fase en la que no sólo se necesita la aprobación del proyecto por parte de Cordiplan, sino también la voluntad política que permita la asignación y entrega de los recursos económicos, porque sin dinero, esa reestructuración no tiene ningún destino», dijo.

La proporción entre los eventos culturales y los políticos comenzó a declinar en favor del oficialismo a partir de 2003 cuando Ivanyi dejó la presidencia. La programación cada vez fue tornándose más política y menos cultural: Chávez y luego Maduro comenzaron a utilizar la Ríos Reyna para actos del partido de gobierno y los artistas adversos al régimen no encontraban espacio en su programación. Con el tiempo, a lo sumo, no eran más de cuatro espectáculos anuales que se presentaban en el complejo de Los Caobos en el que comenzó un acelerado proceso de desmantelamiento, destrozo de infraestructura, robo y expropiación de instalaciones para los artistas.  El Coro de Ópera Teresa Carreño y el Ballet de la Fundación Teresa Carreño, creados en 1979, siguen haciendo vida en el lugar.

El director de orquesta, y exdirector musical del TTC, Eduardo Marturet fue entrevistado en 2006 en El Nacional y frente a la desaparición de la Sociedad de Amigos del Teatro Teresa Carreño, organización encargada de gestionar recursos, relaciones públicas y producción teatral, comentó que la razón de ser del teatro había desaparecido.

En 2013, Nicolás Maduro realizó una purga de la directiva. Quedaron por fuera Miguel Issa, coordinador general, y Damelis Rodríguez, directora ejecutiva. Designó una junta interventora a cargo de Gustavo Arreaza, hermano del hoy Canciller y director entonces de Venezolana de Televisión; Gladys Requena, diputada de la Asamblea Nacional; la viceministro de gestión comunicacional, Lídice Altuve Moreno, y el director del Instituto de las Artes Escénicas y Musicales, Néstor Viloria.

Esta nueva intervención, de acuerdo con lo establecido en la Gaceta Oficial 40.319, se debió a un incumplimiento de objetivos por parte de la institución. La junta interventora tenía entre sus objetivos establecer un nuevo plan de reestructuración interna, realizar auditorías y denunciar cualquier tipo de irregularidad.

La revista Clímax denunció en un artículo de 2018 corrupción y desvío de dinero en el Teresa Carreño. «El deterioro de la infraestructura se agravó en este tiempo, a pesar de que anualmente en el presupuesto se destinaban amplios recursos para su remozamiento. Entre los años 2006 y 2007, por ejemplo, se registraron irregularidades financieras durante la implementación del llamado ‘Plan de obras extraordinarias’, que contó con un presupuesto de Bs. 20.569.209.997,15 (9.567.073 dólares para la época)».

A finales de noviembre de 2020 comenzaron trabajos de mantenimiento en las áreas comunes del teatro y en la sala Ríos Reyna. En entrevista con El Nacional, Irvin Peña, director ejecutivo del Teresa Carreño, dijo que esta restauración forma parte de «una primera etapa» que llega siete años después de declarada la intervención de la Fundación Teatro Teresa Carreño.

Peña aclaró que el teatro no gestiona el dinero, pues el mantenimiento se realiza a través de una intervención del presidente. «Nosotros decimos quiénes participan y se les entrega de forma directa».

Pero un teatro no es solo su infraestructura. Son las agrupaciones quienes dan vida a un centro cultural. Y, desde hace años, existen precedentes de la decadencia en el Ballet del Teresa Carreño, antes considerado uno de los más importantes del continente. En 2018 se reseñaban las deplorables condiciones bajo las cuales se presentaría su tradicional montaje decembrino, El cascanueces. De acuerdo con un entrevistado que prefirió no revelar su nombre en aquella ocasión «ya no hay casi profesionales de la vieja escuela. La mayoría se ha ido del país y todo se centra en el ballet juvenil, que tampoco está bien preparado. Se ha creado un mal hábito y todo se tiene que montar en el menor tiempo porque lo importante es que salga. Ya no se cuida la calidad. El reto es presentar y ya».

El Ballet del Tersa Carreño fue fundado en 1979 y cuando se convirtió en una compañía estable del complejo cultural estuvo bajo la dirección artística del maestro Vicente Nebrada. Durante 18 años fue la cabeza del ballet. Rita Dordelly es la directora artística en la actualidad.

La otra compañía estable es el Coro de la Fundación Teresa Carreño. Creado en 1973, debutó con la ópera Il trovatore de Verdi en el Teatro Municipal de Caracas. Luego de que se inaugurara el Teatro Teresa Carreño en 1983 comenzaron las grandes producciones dirigidas por Vincenzo Gianni.

Ubicado en Altamira, el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg) fue fundado en 1974 por decreto de la periodista, poeta y escritora Lucila Velásquez, también presidenta del Instituto Nacional de Bellas Artes (Inciba). La institución creada en 1966 por Mariano Picón-Salas tuvo como propósito satisfacer las necesidades culturales de la sociedad venezolana y lograr una cooperación provechosa entre los artistas, creadores, grupos y productoras.

El equipo detrás del Celarg incluyó a los escritores Juan Liscano, Salvador Garmendia, Lucila Velázquez, Adriano González León, Pedro Díaz Seijas, Domingo Miliani; y a los abogados José Ramón Medina y Manuel Alfredo Rodríguez. Ellos contaron con un grupo de asesores conformado por Arturo Uslar Pietri, escritor, periodista, abogado, filósofo y político; Miguel Otero Silva, periodista, novelista y ensayista; y Simón Alberto Consalvi, historiador, político, periodista y escritor. Juntos trabajaron para instalar el primer consejo directivo en 1974. El objetivo del Celarg era promover los estudios de la cultura Latinoamericana y, especialmente, la vida y obra de Rómulo Gallegos.

El primer presidente del Celarg fue Manuel Alfredo Rodríguez (1975-1981), Lyll Barceló Sifontes (1981-1984), Eduardo Casanova (1984-1986). En 1985 la organización se muda a su sede definitiva en la avenida Luis Roche, en un edificio construido donde estaba la última casa de Gallegos. La lista de los directores sigue con Gustavo Díaz Solís (1986-1991), Luis Pastori (1991-1994), Elías Pino Iturrieta (1994 – 1999), Domingo Miliani (1999 – 2000), Rigoberto Lanz (2000-2001) y Roberto Hernández Montoya (2001)

Dentro de las actividades que realizaba esta casa de estudios destaca la entrega del Premio Nacional de Fotografía (solo dos ediciones); el Premio Nacional de Poesía Fernando Paz Castillo (desde 1982) y el más antiguo y reconocido: Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos. Este último se celebra desde 1967 y constituyó uno de los galardones literarios más importantes del país hasta 2001. Durante 34 años confirió un diploma, medalla y premio metálico a destacados novelistas como Mario Vargas Llosa por La Casa Verde (1967), Gabriel García Márquez con Cien años de soledad (1972) y Arturo Uslar Pietri en 1991 gracias a su obra La visita en el tiempo.

El premio entregado cada dos de agosto en honor al natalicio de Rómulo Gallegos es visto con escepticismo desde que Rigoberto Lanz, presidente del Celarg desde mediados del año 2000, se encargara de reestructurar la institución para adecuarla a la «revolución cultural» de Chávez. «Queremos que sea un centro de estudios y no un centro de festejos», precisó Lanz hace 20 años de acuerdo con una nota del sitio Inter Press Service.

Entonces, con un Celarg politizado, el Premio Rómulo Gallegos comenzó a celebrar a escritores con marcadas ideologías de izquierda. La ruptura ocurrió en el año 2005. Y sobre ello, el diario El País de España publicó un artículo del escritor y crítico literario venezolano Gustavo Guerrero. «Y es que había que ser ciego, o ingenuo, o de mala fe, para no ver que, de los cinco miembros del tribunal, tres eran viejos y curtidos guardianes de la revolución castrista y los otros dos fervientes partidarios del teniente coronel Hugo Chávez Frías y su revolución bolivariana», dijo Guerrero.

En 2005 el ganador fue el español Isaac Rosa con El vano ayer. El jurado estuvo conformado por los venezolanos Alberto Rodríguez Carucci y Cósimo Mandrillo; Nelson Osorio de Chile, el cubano Antón Arrufat, y Jorge Enrique Adoum de Ecuador. La siguiente edición resultó ganador el título El tren pasa primero de la mexicana Elena Poniatowska con un jurado compuesto por Luis Britto García, Luis Navarrete Orta, Isaac Rosa, Hellen Umaña (hondureña) y el español Juan Madrid. Durante las ediciones siguientes los encargados de valorar las obras incluían a escritores cubanos, mexicanos, colombianos, puertorriqueños y, por supuesto, venezolanos.

Luego de 48 años de trayectoria, el galardón de literatura más importante de Venezuela fue suspendido. Ya para 2015 se hizo evidente que las condiciones económicas del país no estaban dadas para otorgar el premio en metálico. El Nacional reseñó en 2017 que los 100.000 dólares correspondientes a Pablo Montoya, ganador por Tríptico de la infamia, no fueron otorgados sino en 2016. Entonces, para la edición XX, no había presupuesto. «Pero se va a convocar para que sea entregado en agosto de 2018», dijo Roberto Hernández Montoya, presidente de la Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos.

El Premio Rómulo Gallegos regresó en 2020, con controversia incluida. El clímax de la politización del Celarg trajo consigo una ola de rechazo por parte de intelectuales venezolanos quienes aseguraron que participar significaba legitimizar la dictadura de Nicolás Maduro. Entre ellos, Yolanda Pantin, Jacqueline Goldberg, Leonardo Padrón, Juan Carlos Méndez Guédez, Antonio Lopez-Ortega, José Urriola, Ana Teresa Torres y Juan Carlos Chirinos.

En 2020 la ganadora del premio fue la escritora argentina Perla Suez, por su obra El país del diablo. Interrogada sobre qué opina de que el premio fuese otorgado por un régimen señalado por cometer crímenes de lesa humanidad, respondió: «Yo no me ato a lo que dicen los medios. Los medios de comunicación están manipulando informaciones de una manera tan mentirosa y tan tremenda que yo no me la creo. Para mí la ficción está en la literatura, lo demás es invento de los medios. No creo ni de un lado ni del otro. Prefiero ver con mis ojos cada cosa y me resbala esa postura respecto al gobierno actual de Venezuela. Lo que no me resbala, porque lo he visto con mis propios ojos, es la política de Trump en Estados Unidos. Eso no me resbala. Sé que la polémica está fuerte. Pero el Rómulo Gallegos, más allá del gobierno que esté, creo que tiene un gran respeto por la literatura. Si no no lo hubieran convocado”, dijo Suez, quien recibió un premio de 80.000 euros en un país cuyo salario mínimo mensual no alcanza los 2 dólares. Intentó desmentir a El Nacional diciendo que no había usado la palabra «resbala». El audio la desmintió a ella.

La «revolución cultural» también alcanzó al sistema de orquestas, institución de Estado creada por José Antonio Abreu en 1975 en el primer mandato de Carlos Andrés Pérez, hoy adscrita a la presidencia de la República.

Abreu, uno de los más grandes gerentes culturales del país, siempre supo manejarse en arenas movedizas, mantener sus relaciones con el poder para llevar adelante un proyecto que ha beneficiado a miles de niños en el país que encuentran en la música un camino para ser mejores ciudadanos. Un proyecto, además, replicado alrededor del mundo.

El escritor y guionista Isaac Nahon-Serfaty dijo para el medio Deutsche Welle en 2018 que Chávez vio potencial propagandístico en la educación. «El chavismo ha hecho uso de El Sistema para promover los supuestos logros de la revolución».

José Antonio Abreu, Gustavo Dudamel y Hugo Chávez, luego Abreu, Dudamel y Maduro marcaban el mismo compás hasta que se produjo el quiebre: 3 de mayo de 2017. Armando Cañizales Carrillo, joven de 17 años y violista del sistema de orquestas, moría asesinado por las fuerzas del régimen durante las intensas protestas de aquel año.

Dudamel, quien siempre guardó silencio, y a quienes los venezolanos acusaban de cómplice de Chávez y Maduro y le pedían pronunciarse, decidió hablar y se produjo el divorcio entre él y el régimen. En sus redes sociales manifestó sus sentimientos por la muerte de un joven que formaba parte de la familia en la que él creció y a la que le debe lo que hoy es: el sistema de orquestas.

«Levanto mi voz en contra de la violencia y la represión. Nada puede justificar el derramamiento de sangre. Ya basta de desatender el justo clamor de un pueblo sofocado por una intolerable crisis», escribió Dudamel en sus redes sociales.

Meses después Maduro le dijo en cadena nacional: «Te metiste a político, no importa; bienvenido a la política Gustavo Dudamel, pero actúa con ética», dijo molesto en un acto transmitido por VTV, en el que le envío su saludo a la cara más visible del sistema de orquestas. Y continuó: «No te dejes engañar y no ataques a quien ha sido el artífice de niños, niñas y jóvenes. Es muy fácil creer la mentira fresca, la mentira fácil y lanzársele al presidente Nicolás Maduro encima. Está bien, Gustavo Dudamel, que Dios te perdone por dejarte engañar», dijo.

No se quedó tranquilo Maduro: el régimen, para castigar al director, canceló una gira por Estados Unidos de la Orquesta Nacional Juvenil de Venezuela que dirigiría Dudamel en agosto de 2017. Cerca de 200 niños y jóvenes, con edades comprendidas entre los 11 y los 18 años, se preparaban desde hacía tres meses para sus cuatro presentaciones. Y, dos meses más tarde, también se suspendía una serie conciertos por Asia del director al frente de la Sinfónica Simón Bolívar. Dos noticias que le dieron la vuelta al mundo.

«Me da absoluta tristeza que el gobierno venezolano haya cancelado una vez más una gira de una orquesta de El Sistema. Agradecemos a nuestros amigos en Taiwán, Cantón y Hong Kong por su comprensión y apoyo», escribió Dudamel en Twitter.

Desde entonces el director de la Filarmónica de Los Ángeles no ha regresado al país, no ha vuelto a dirigir ninguna orquesta de El Sistema y no pudo estar presente en los actos fúnebres del maestro Abreu, quien falleció en Caracas el 24 de marzo de 2018. De hecho, un homenaje póstumo a su mentor se celebró en Santiago de Chile, el 28 y 29 de junio de 2018, con integrantes de la Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles de Chile junto a músicos provenientes de las Filarmónicas de Viena, Berlín y Los Ángeles; la sinfónica de Gotemburgo, la Nacional y la Simón Bolívar de Venezuela, bajo la batuta de Dudamel.

En 2001 el escritor venezolano Alberto Barrera Tyszka publicó en Letras Libres de México: «Suelen las revoluciones requerir protagonistas con egos inflamables, tentados siempre por las más diminutas miserias de su vanidad. Sólo así se entiende que el cambio de nómina en los más importantes cargos del sector cultural del Estado venezolano se bautice pomposamente como la ‘revolución cultural», dijo. Y seguía con una advertencia: «Es la idea de un gobierno que se asume a sí mismo como protagonista de la transformación histórica, como administrador de la eternidad».

Una «transformación histórica» que pretendía Chávez y que nunca llegó. Impuso un pensamiento único, quitó del medio a quien no estaba de acuerdo con él, puso en cargos claves a personas de su más absoluta confianza y exaltó como valor supremo la lealtad. Y, en medio de esa historia, pulverizó años de importante y reconocida gestión cultural.

En una carta abierta a Manuel Espinoza y publicada por El Nacional en 2002, el escritor venezolano Roberto Echeto hablaba del fracaso de las medidas tomadas por el ejecutivo en 2001. «Veamos: hace más de un año declaraste una ‘revolución cultural’. ¿Qué ha pasado con eso? Nada o, más bien, nada bueno», le dice a Manuel Espinoza. Y concluye: «En fin, señor Espinoza, la cultura está pasmada, pasmadísima, casi muerta de mengua y aburrimiento. Y por favor no creas que te estoy insultando. Simplemente te estoy diciendo que tu gestión es una vergüenza».

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