Todavía en los años noventa, Alvin Toffler era reconocido como uno de los futuristas más acertados de los muchos que poblaron las librerías con toda suerte de predicciones sobre el curso de la humanidad. Divulgador de los más recientes desarrollos de la tecnología, más que de la ciencia, Toffler se hizo célebre con las extrapolaciones, a veces temerarias, por las que apostaba. Una de ellas fue la del dinero plástico o electrónico que asombraba a los venezolanos que todavía empleaba el efectivo, el cheque y hasta la letra de cambio, que son una rareza ahora: recordemos que apenas los cajeros automáticos comenzaban a andar la geografía nacional, con una economía con cierto desarrollo.
En los países desarrollados ―nada casual―, capitalistas, la moneda metálica y la de papel, han cedido el terreno a los medios digitales de pago, pero la emisión de esas monedas sigue en pie. Los bancos centrales continúan con su ritmo de trabajo, y la economía, proclive a las burbujas financieras, están ancladas a los indicadores reales de productividad que marcan la diferencia, a pesar de la consabida pandemia. Caso contrario en Venezuela, donde la moneda de curso legal se volvió inorgánica, o sea, sin ningún tipo de respaldo.Tenemos un banco central que no maneja y, además, que no refleja cifras ni de sus gastos internos.
Por lo que diríamos que en la actualidad estamos en presencia de un régimen visionario, porque acá ya no hay pagos en dinero efectivo o las tradicionales transacciones bancarias, sino que toda actividad comercial se realiza a través de los recursos electrónicos que, por cierto, no llegan al país y si llegan es porque en el fondo hay alguna negociación, o algún guiso de por medio. No hay necesidad de cargar con carretillas de reales para cualesquiera adquisiciones, porque – excepto el transporte público superficial, en las ciudades donde todavía existe – todo a se hace a través de transferencias o moneda extranjera. Con esto, la hiperinflación consigue, así, un magnífico burladero, ya que – sin necesidad de que la usurpación lo decrete – la gente le quita los “ceros” y un kilo de harina de trigo ha de valer mil quinientos o dos milbolívares, en lugar del millón y medio a dos que, nominalmente, cuesta.
Por consiguiente, hablando de contra milagros, el chavismo y, ahora, el Madurismo, es uno de las más cabales expresiones tofflerianas, por lo menos, respecto a nuestras transacciones. Porque, en otros sentidos, hemos vuelto a la Edad Media, al intercambio y al trueque. No hay recursos materiales, no hay productividad y, ni siquiera, hay industria petrolera, pero sí tenemos la conversión informática de los dólares en bolívares. Y si de papel moneda se trata, ni un bolívar, pero varios billetes de dólar, que también se están volviendo escasos.
En fin, el desarrollo económico del país se ha convertido en una caja vacía, donde el ciudadano poco a poco se adapta, pero no se acostumbra. No se pueden seguir manejando la economía de manera tan superflua; está en cada uno de nosotros la fórmula mágica para resolver todos nuestros problemas, sin esperar que sean los demás quienes lo hagan. Es la conjunción de cada uno de los aportes individuales lo que dará una nueva dirección, un cambio en nuestro país. Hay una Venezuela, no tan silenciosa, creyente en un cambio activo, a la espera de un futuro que resiste, persiste e insiste en el surgimiento de los cambios.
@freddyamarcano
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