Resulta que debemos hacer pronto una remodelación estratégica en la lucha contra la dictadura. Es correcto, siempre se deben repensar y afinar los instrumentos de lucha. Pero eso no quiere decir que las reformas sean cualquier reforma y ya y sin sopesarla debidamente. Yo he repetido, verbigracia, que cuando se da por terminada la línea opositora dominante porque su tiempo, dos años, se agotó, uno no puede dejar de pensar en los veintitantos años que fulano o sutano han fracasado, y a veces sin un solo logro, en su discurso abundoso y en su escasa o torcida praxis. Hasta algunos ya no están en este mundo, otros en Miami o Madrid, o han hecho mutis y son inubicables. Hay los que siguen con una fiera intensidad, lo cual es meritoria constancia, pero no parece tener muchos avales si sopesamos su escaso average histórico. Si a ver vamos yo diría, por ejemplo, que Capriles y Guaidó han logrado unas cuantas cosas que no son nada despreciables, por distintas que sean, dada la baja intensidad promedio de nuestra resistencia.
También eso, muy a la moda, de “hacer política”, ir a la concreto, alejar la fantasía y lo simbólico, poner los pies en la tierra, ensuciarse las manos, rechazar el inmediatismo infantil, no temerles a las habladurías por intentar encuentros cercanos a la tiranía y sobre todo nacionalizar la oposición y movilizar sincronizada y aluvionalmente a nuestro pueblo y votar, votar, votar en cualquier situación por nociva que sea. Y bien creo que todo esto, en abstracto, es muy razonable y debatible. Pero, por el momento, en el país entumecido, me parecen tan fantasiosas y lejanas como las que suelen ser objeto de críticas algo frenéticas contra el statu quo opositor. O, cuando han sido actualizadas en fechas recientes, claro la mesita, han sido tan fatales que lo poco que queda es una minúscula e inaudible “oposición” títere del gobierno. Por supuesto que no tiene por qué ser así, es simplemente recordar que del enunciado de los principios a las realidades hay un buen trecho.
Yo creo que ciertamente tenemos que rediseñar la estrategia opositora, tanto por los caminos sin salidas visibles a que hemos llegado -nosotros todos-, cuanto porque parece que el entorno internacional, que todo el mundo reconoce como necesario, así sea en cantidades diferentes, va a moverse, sobre todo por el ritmo asombrosamente vigoroso y pisapasito de Joe Biden. Pero vamos a conservar lo que tenemos y a partir de allí vamos sumando, girando o rehaciendo. Tenemos, diría, un hombre justo a la cabeza, que lidera las encuestas, ciertamente disminuido, un entorno internacional amplio y comprometido que es el único nombre propio que por ahora conoce y reconoce, y una unidad de partidos muy golpeada, pero unidad al fin. Se trata entonces de evolucionar más que de decretar una nueva etapa republicana ideal, la de los políticos que hacen política-política y la del pueblo que actúa como pueblo y, por último, votan y votan. Quizás esto sea más realista y más modesto que comenzar con otras plataformas y nuevos jefes emergentes por decreto. Paradójicamente, hay mucha prisa para que actuemos despacio -al son de la política concretísima- y más calculada que emocionalmente. De acuerdo, pero apliquemos el principio al cambio mismo.
Estamos, pues, en un momento de transición en el movimiento de resistencia. Y ya se han formulado una suerte de programas que si uno los deshuesa un poco ve que no son sino cautos prolegómenos. Salvo los gritos guerreros de Ledezma, los de María Corina son más discretos, pero que ya hasta los trumpistas los tildaron de realismo mágico. En el fondo todos quieren elecciones decentes, vía pacífica y a la postre mínima reconciliación del país. Hasta se parecen demasiado. Pero quedan unos vacíos nada desdeñables: si vamos a elecciones, vamos a ir de verdad así haya una tarjeta única con el retrato de Maduro o algún sucesor; pero bueno, no es lo principal a mi entender, sino si reconocemos los llamados electorales, muy sucios o algo más limpios, qué hacemos con Maduro legitimado hasta el año 24, cómo cohabitamos con semejante régimen; sí oponiéndonos, pero también tenemos que colaborar para que el país en terapia intensiva no se acabe de morir. Por ahí hay un referéndum, ¿se le aplica el votar y votar? La cosa no es fácil. Y allá fuera se puede apostar que se van a barajar muchas cosas, tan curiosas como Irán o Cuba que hoy solo miran expectantes al vicepresidente de Obama. Estamos en transición, no se apresuren.
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