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Sobre la opinión y los hechos por Twitter

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Twitter suspendió permanentemente la cuenta de Donald Trump

Foto AFP

Más de 21.000 miembros de la Guardia Nacional están desplegados hoy en Washington, D.C., para proteger el Capitolio, en cuyas gradas exteriores es la toma de posesión del nuevo presidente de los Estados Unidos, Joseph Biden. La cifra de efectivos es mayor que el total de contingentes armados de este país actualmente en Afganistán, Irak y Siria.

Esto da una idea de la gravedad de lo ocurrido hace dos miércoles, cuando una turba violenta irrumpió en el Congreso, con intenciones de linchar al vicepresidente, atacar a la presidenta de la cámara baja y someter físicamente a varios congresantes, en su objetivo de torcer la voluntad popular que le dio el triunfo a Biden, aupados por el presidente en ejercicio, Donald J. Trump, especialmente a través de sus cuentas de Twitter.

Una semana después de los hechos del Capitolio, el miércoles siguiente, la Cámara de Representantes del Congreso aprobó abrir un juicio político a Trump (impeachment), por haber incitado a sus partidarios a la insurrección violenta contra las instituciones democráticas. A partir de hoy, el Senado deberá decidir el futuro político del ahora exmandatario, dirimiendo si lo condena a través del proceso del impeachment, y de ser así, si lo inhabilita para el ejercicio de cualquier cargo público de elección popular.

Trump, igual que Hugo Chávez en Venezuela, baila según el son que le toquen. Apenas los diputados aprobaron enjuiciarlo políticamente el miércoles 13, grabó el discurso que debió dar el 6 de enero, cuando las turbas de sus fanáticos arremetieron contra el Congreso. Dijo estar “impactado y profundamente triste por la calamidad en el Capitolio la semana pasada”. “Quiero ser claro”, dijo de seguidas: “Condeno inequívocamente la violencia que vimos la semana pasada. Violencia y vandalismo no tienen en absoluto lugar en nuestro país ni en nuestro movimiento”.

Su mensaje dio un giro de 180 grados, respecto a los que emitía por Twitter antes, durante y después del 6 de enero, cuando invitó a sus fanáticos a Washington a que vinieran a protestar porque supuestamente le habían robado las elecciones. “Estén allí”, clamó en diciembre, “va a ser algo salvaje”. Y el 6, una vez allí, los invitó a que pelearan como en el infierno.

“Estas son las cosas que pasan cuando una victoria electoral sagrada y apabullante es despojada de manera tan brutal y sin ceremonias de los grandes patriotas que han sido tratados de manera mala e injusta durante tanto tiempo. Vayan a casa con amor y paz. Recuerden este día para siempre”, fue a lo más que llegó a transmitir cuando los líderes del Congreso le pedían que ordenara a sus partidarios desalojar el edificio, mientras los militares bajo su comando estaban indecisos sobre qué hacer y cuándo actuar para detener una masacre.

Allí fue cuando Twitter decidió suspenderle la cuenta por 12 horas, mientras que Facebook lo hizo de forma indefinida al día siguiente, jueves. “Creemos que el riesgo de permitir al presidente que continúe utilizando nuestro servicio durante este periodo es simplemente demasiado grande”, escribió el dueño de Facebook, Mark Zuckerberg. “Por lo tanto, estamos extendiendo el bloqueo que le hemos impuesto en las cuentas de Facebook e Instagram indefinidamente y por lo menos en las próximas dos semanas, hasta que se complete la transición pacífica de poder”.

La decisión más drástica de Twitter se produjo el viernes, después de que un equipo de especialistas y 5.200 empleados de la compañía deliberaron sobre lo que sería la decisión más importante de esta red social en sus 15 años de historia. El jueves en la tarde, después de la primera suspensión de 12 horas, Trump volvió a tuitear a sus seguidores, diciéndoles que eran unos patriotas que iban a ser respetados como tales. El viernes, después de una asamblea interna de 3 horas, Twitter excluyó a Trump de su portal para siempre.

La medida no causó mayor revuelo en el interior de Estados Unidos. Ninguno de los medios de comunicación tradicionales la protestó. Tampoco lo hicieron los líderes partidistas, ni demócratas ni republicanos, a excepción de un diputado aliado de Trump de California. Periodistas de la talla de Dan Rather incluso la aplaudieron, o de escritores como Stephen King, o personalidades como Melinda Gates. Las reacciones negativas fueron mayormente en el exterior. La mayoría de los estadounidenses considera que la violencia en el Congreso fue incitada y provocada por Trump, y para ello utilizó las redes sociales. Dado que las redes sociales no están reguladas en cuanto al contenido de sus mensajes, sino que la ley más bien otorga la responsabilidad de los mismos a quienes los emiten por su intermedio, estuvo plenamente en manos de los administradores de las redes decidir si era conveniente o no dejar que Trump continuara incitando a sus partidarios y que persistiera la violencia. De hecho, una semana después de la exclusión de Trump y sus aliados de las principales plataformas digitales, la desinformación en línea sobre el supuesto fraude electoral norteamericano bajó 73%, según una firma de análisis de San Francisco.

¿Fue la decisión de las plataformas digitales una afrenta a la libertad de expresión? No. Todo lo contrario. Fue una medida de protección contra el abuso de esa libertad. También, dado que el contexto legal dentro del cual ellas actúan, que determina que ellas son responsables del manejo de lo que en ellas se publica, y no el gobierno, estos portales están protegidos de hecho y de derecho respecto de la decisión que tomaron con Trump.

La Sección 230 de la Ley de Decencia en las Comunicaciones de 1996, promulgada mucho antes de que aparecieran las redes sociales de hoy, establece que las compañías que operan como foros en línea no pueden ser consideradas como el editor responsable de las publicaciones de lo que otros colocan en sus sitios. “Ningún proveedor o usuario de un servicio interactivo de computadoras será tratado como editor o vocero de ninguna información proporcionada por otro proveedor de contenido informativo”.

Trump y los grupos violentos supremacistas blancos, de QAnon, nazis y propiciadores de teorías conspirativas han venido actuando a sus anchas en las redes sociales por años, violando incluso condiciones establecidas en las propias redes para que hagan uso de ellas. Twitter y Facebook, principalmente, pero también Google (que es dueña de YouTube) han estado presionadas hace tiempo por demócratas y republicanos sobre sus contenidos. Los republicanos las acusan de que sus ideas conservadoras no son lo suficientemente difundidas. Los demócratas las critican porque los promotores de violencia han tenido mucha permisividad. Y ambos bandos han manifestado sus deseos de regular el manejo de la información de los usuarios, que las redes controlan y de la cual hacen uso para sus beneficios publicitarios y los de sus clientes.

Dos principios claves de la sociedad norteamericana han influido en que la ley que regula a las plataformas digitales de redes sociales no haya sido actualizada: el de la libertad de expresión, precisamente, y el de la libertad de empresa. Aunque habrá quien no lo vea así, las redes sociales son un muy novedoso medio de comunicación. Se diferencian de la prensa, la radio y la televisión en que las redes sociales son medios que le dan voz a quienes no la tienen en esos otros medios. De hecho, en inglés no se les llama redes sociales, sino social media, medios sociales.

Todos los medios tradicionales de comunicación de masas transmiten sus mensajes de un modo que debe adaptarse al medio en sí para lograr su efectividad. Por eso, se catalogan a unos como medios calientes y otros como fríos. La prensa escrita es más reflexiva. La característica del medio escrito permite que sus mensajes se conserven y se vuelvan a consultar. No importa demasiado la extensión de la información, si es verdaderamente útil. El mensaje de la radio y la televisión es efímero y breve. En el caso de la TV, debe apelar a la emoción para atraer la atención del televidente, que generalmente tiene distracciones a su alrededor. En el caso de las redes sociales, estudios indican que lo que mantiene enganchado al usuario, además de la brevedad del mensaje, es lo sensacional y provocador, que es lo que explotan populistas y demagogos como Donald Trump, y los propagadores de teorías conspirativas.

La incitación de Trump a la insurrección no fue cosa sólo la del día 6. Sus mensajes denigrantes hacia personas de color, hacia las mujeres, sus falsedades, medias verdades, desinformación y su promoción de la violencia estuvieron presentes en las plataformas sociales durante los 4 años de su presidencia. En mayo del año pasado, en medio de las protestas antirracistas después de la muerte de George Floyd, sugirió que a los manifestantes se les podía disparar con armas de fuego. “Cuando comienzan los saqueos, comienzan los disparos”, decía. Desde entonces, Twitter y Facebook agregaban etiquetas a sus mensajes. Alegaban que rompía normas sobre la “glorificación de la violencia.” Igual ocurrió cuando decía falsedades durante las elecciones para sembrar dudas sobre la confiabilidad del voto por correo. Las etiquetas abundaron durante el proceso electoral. Una profesora de Derecho de la Universidad de Virginia, Danielle Citron, experta en libertad de expresión, opinó que Twitter debió haber suspendido las cuentas de Trump al minuto que tuiteó en mayo lo de los tiros que venían después de los saqueos. “Si hubieran aplicado las reglas apropiadamente, hubiera estado excluido desde entonces”.

“Todo el mundo tiene derecho a su propia opinión, pero no a sus propios hechos”, es una frase famosa del fallecido senador y diplomático norteamericano Daniel P. Moynihan, que ha cobrado plena vigencia en los últimos días en Estados Unidos.

@LaresFermin

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