«Querida Merkel, eres la primera mujer elegida para ser jefa de gobierno en Alemania. Una fuerte señal para las mujeres y ciertamente para algunos hombres».
Así fue como el entonces presidente del Parlamento alemán, Norbert Lammert, anunció, el 22 de noviembre de 2005, el resultado de la votación entre los parlamentarios alemanes.
A los 51 años de edad, Angela Merkel, doctora en química cuántica formada en física, que creció bajo el régimen comunista en Alemania oriental, se convirtió en canciller de su país.
En casi 16 años en el cargo, enfrentó una crisis tras otra: un colapso del sistema financiero mundial en 2008, las amenazas de disolución de la Unión Europea, la gran ola migratoria hacia Europa en 2015 y la pandemia del covid-19.
Pero tras un largo mandato, la canciller anunció en 2018 que no buscaría una quinta elección para gobernar más allá de 2021.
En anticipación a su salida del poder, su partido -la Unión Demócrata Cristiana de Alemania- escogió este sábado un nuevo líder.
Se trata del político centrista Armin Laschet, quien se autodenomina candidato de la continuidad y es conocido por su política liberal, pasión por la Unión Europea y capacidad para conectarse con las comunidades de inmigrantes que viven en el país.
La popularidad de Merkel en Alemania ha fluctuado en cuatro períodos. A nivel internacional, se consolidó, año tras año, como la principal líder europea.
El «fin de la era Merkel» fue identificado por la consultora Eurasia como uno de los principales riesgos para el continente en 2021.
«Sin las habilidades políticas de Merkel, la Unión Europea se habría enfrentado a una división interna sin precedentes, con Polonia y Hungría por un lado y los otros 25 estados miembros por el otro; también estuvo en riesgo la unidad de Francia y Alemania, con sus puntos de vista opuestos sobre el futuro de Europa», dice la publicación.
«La recuperación económica del continente también se hubiera suspendido con mucha mayor presión sobre el Banco Central Europeo», añade.
BBC News Brasil consultó a cuatro politólogos alemanes para recordar los altibajos de la canciller durante su gobierno.
«Merkelizar», «Merkiavelismo» y «Mami»
Merkel se convirtió en un verbo en Alemania.
Usado informalmente, el neologismo zu merkeln significa algo como no tener una opinión fuerte sobre un tema determinado, ser pasivo, vacilante.
Son características que, en política, pueden ser virtudes o defectos, según la situación.
En el caso de Merkel, la postura sobria y predecible ha sido prácticamente constante durante los últimos 16 años, lo que, por un lado, la ayudó a navegar las negociaciones laberínticas en un bloque heterogéneo como la Unión Europea.
Por otro lado, los discursos pausados y la falta de carisma alimentaron el desinterés de los alemanes por la política y contribuyeron a que, en 2009 y 2013, la presencia de votantes en las urnas alcanzara mínimos históricos desde la fundación de la República Alemana, alrededor de 70% (votar en el país no es obligatorio).
«La gente bromea diciendo que estaba haciendo que los votantes se durmieran (con sus discursos)», dice Ursula Münch, profesora de la Universidad de Munich y directora de la Academia de Educación Política en Tutzing, Baviera.
«Y eso puede ser una gran ventaja, de hecho», agrega.
La idea es que si Merkel no se emociona tampoco suscita mucho rechazo. Así, sus simpatizantes acudieron a las urnas, mientras que parte del electorado prefirió quedarse en casa porque «no estaría tan mal» que volviera a ganar.
Para el sociólogo Ulrich Beck, quien falleció en 2015, el estilo menos conflictivo ayudó a llevar a Merkel a la posición de máxima líder de Europa.
En 2012 acuñó el término «Merkiavelli» (algo así como «merkiavelismo», una referencia a Nicolás Maquiavelo y su libro «El príncipe»): la forma de hacer política con vacilación, sin demostraciones innecesarias de fuerza ni conflictos directos, pero que, en al final del día, logra sus objetivos.
«La gente confía en ella y eso marca una gran diferencia», dice Münch, recordando un momento clásico en la campaña de 2013 cuando al final de un debate contra el oponente Peer Steinbrück se le preguntó si tenía un mensaje final para los votantes, la canciller simplemente miró a la cámara y dijo «ya me conoces».
«Quizás (su estilo de liderazgo) también tenga que ver con el hecho de que ella es una mujer en política», agrega.
El profesor de ciencias políticas de la Universidad Libre de Berlín, Gero Neugebauer, señala que, además de tener que navegar en un entorno político en el que todas las redes de contacto son mayoritariamente masculinas, Merkel entró en la política fuera del sistema democrático, cuando Alemania aún estaba dividida entre una zona de influencia soviética y otra de influencia occidental.
Con la caída del muro de Berlín y la reunificación, a partir de 1990, su partido, formado originalmente en Alemania del Este, donde vivía, fue incorporado por la Unión Demócrata Cristiana (CDU), donde ascendió gracias a sus dotes políticas.
«La red de jóvenes de la CDU subestimó a Merkel y su capacidad para construir alianzas», afirma Neugebauer.
Con el tiempo, ya canciller, recibió el sobrenombre de «Mutti», algo así como mami en alemán, y una palabra cuya interpretación en el contexto de la política alemana es más compleja.
«‘Mutti’ es la que hace desaparecer los problemas, la que protege. Es la que se ocupa de los problemas de la forma que la mayoría juzga adecuada», dice Neugebauer.
Para él, el término se usa generalmente con respeto. En opinión de Münch, sin embargo, llamar «mami» a un líder político es de mala educación, a pesar de reconocer que la palabra trae una idea positiva, de «hacer el trabajo sin mucho alarde».
«Por lo general son hombres que la llaman ‘Mutti’. Y no es justo, porque ella es mucho más que eso. Es una líder extremadamente exitosa, con mucha experiencia», agrega.
Fin del uso de la energía nuclear en Alemania
Lo cierto es que el estilo único de Merkel le ha permitido abordar temas delicados para cualquier político sin dañar necesariamente su figura pública, reflexiona Andrea Römmele, profesora de ciencias políticas en la Escuela de Gobernanza Hertie de Berlín.
«Es muy hábil a la hora de adaptar sus políticas a las de sus socios de coalición (en tres de los cuatro mandatos el partido de Merkel no obtuvo la mayoría en el Parlamento y tuvo que gobernar con una gran coalición) cambiando a menudo su perspectiva en relación con ciertos asuntos».
Uno de estos temas fue la energía nuclear.
En 2011, después del tsunami del Pacífico y el desastre nuclear de Fukushima, Japón, Merkel dio un paso atrás en lo que era su posición y se comprometió a eliminar las 17 plantas nucleares de Alemania para 2022.
Y no solo eso. Lanzó una política agresiva para cambiar el perfil de la matriz energética de Alemania, denominada Energiewende, más enfocada en el uso de modalidades renovables, especialmente solar y eólica.
En los últimos años, el país ha batido récords en el uso de energías renovables: en 2020, representó 46% de la energía utilizada, un alto porcentaje para un país sin grandes centrales hidroeléctricas y hasta entonces bastante dependiente del carbón.
Legalización de la unión entre personas del mismo sexo
Uno de los mejores ejemplos prácticos del estilo de liderazgo de Merkel, para Römmele, fue el episodio de la legalización de la unión homosexual en Alemania en 2017.
Durante más de una década, el partido de Merkel había estado bloqueando las discusiones sobre el tema en el Parlamento. La propia canciller se había declarado en contra de la aprobación.
Y luego, en una entrevista en junio de ese año a la revista femenina Brigitte, al responder a una pregunta de la audiencia sobre el tema, Merkel dijo que venía observando cada vez más apoyo entre diferentes partidos y dijo que no evitaría que se la incluya en la agenda legislativa en algún momento en el futuro.
Y dijo que los parlamentarios, incluso sus simpatizantes, debían votar «según su conciencia» y no necesariamente según la posición del partido.
En una sorprendente secuencia de eventos, la oposición rápidamente llevó el asunto a votación, tres días después, el 30 de junio.
La canciller votó en contra, pero la unión entre personas del mismo sexo, que otorgaba a las parejas homosexuales los mismos derechos que a los heterosexuales casados, como la adopción, fue aprobada por 393 votos contra 226.
Consultada sobre su decisión, dijo que, para ella, «el matrimonio previsto en la Constitución es entre hombres y mujeres». Pero agregó que esperaba que la aprobación pueda promover «no solo el respeto entre opiniones diferentes, sino también traer más cohesión y paz social».
«Puede cambiar de posición sin hacerse daño», señala Römmele.
Este fue también el caso del fin del servicio militar obligatorio en Alemania, añade, aprobado en diciembre de 2010 y al que se opuso el partido de Merkel.
La crisis migratoria
Sin embargo, en al menos un momento importante, Merkel fue completamente en contra de su estilo.
En 2015, Europa se enfrentó a la crisis migratoria más grave desde la Segunda Guerra Mundial. Con el resurgimiento de la guerra en Siria y los conflictos en Afganistán e Irak, más de un millón de inmigrantes y refugiados ingresaron al continente solo ese año, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
Ante las imágenes de la desesperación de los migrantes que consternaron al mundo, Merkel respondió de manera abrupta.
No consultó extensamente con personas que entienden el tema para formarse un juicio detallado, analizar las consecuencias y tomar medidas, una rutina que hasta ahora se había repetido en todas sus decisiones importantes.
Alemania entonces cambió sus reglas de inmigración y adoptó una política audaz de puertas abiertas.
Fue el país del continente que recibió el mayor número de personas: hubo 476.000 solicitudes de asilo en 2015, 36,6% de un total de 1,3 millones, según datos de Eurostat.
Una frase suya se volvió emblemática: «wir schaffen Das», algo así como «podemos hacerlo«, comparada con el «sí, podemos» de Obama que sugería que la respuesta podría ser más humanitaria que política.
El manejo de la crisis dividió las opiniones. Mientras se convirtió en «la persona del año» para la revista Time, se encontró enfrentando las críticas más duras que jamás se hayan hecho a su gestión, en Europa y dentro de la propia Alemania.
«No entendía las estrictas políticas de migración y refugiados antes de 2015, pero tampoco creo que lo que pasó fuera una buena solución», dice la politóloga Ursula Münch.
«Creo que fue uno de sus mayores defectos, porque abrió la puerta a los partidos populistas, a la AfD, y tal vez incluso influyó en el Brexit», opina.
A raíz de la crisis migratoria, la hasta ahora pequeña ultraderechista Alternatif fur Deutschland (o ‘Alternativa a Alemania’, conocida por el acrónimo AfD) ganó impulso en ese país. Obtuvo 12,6% de los votos en las elecciones de 2017 y amplió su presencia en el Bundestag, el Parlamento alemán, a 94 de los 709 escaños.
La canciller enfrentó una fuerte oposición dentro del propio partido, que entró en crisis con su hermano, la Unión Social Cristiana (CSU).
«La alianza CDU-CSU casi se rompió», agrega Münch.
Neugebauer piensa que, si bien muchos alemanes consideraron plausible el esfuerzo de acoger a quienes buscaban refugio, en parte se preocuparon por las consecuencias: cómo financiar la política con los brazos abiertos e integrar a quienes llegaban a la sociedad alemana.
El politólogo ilustra la complejidad del desafío migratorio con una historia personal, un comentario desagradable que escuchó cuando, en 1957, sus padres alemanes decidieron dejar Alemania del Este y cruzar al lado capitalista, donde planeaban ir desde el fin de la guerra.
Ya «en el otro lado», un migrante dentro de su propio país, escuchó de una tía: «Gero, ¿conoces la diferencia entre el Sputnik (satélite ruso lanzado ese año) y un refugiado? Sputnik emite un «bip-bip» (pitido), y el refugiado hacer «geb geb» (dar, dar)».
Incluso hoy, tres décadas después de la reunificación, todavía existen profundas diferencias económicas entre Alemania oriental y occidental.
Römmele señala que en 2015 Merkel corrió riesgos, algo bastante inusual en su carrera política.
«Enmarcó la crisis de los refugiados como una crisis humanitaria, que realmente fue. Y tuvo que lidiar con todos los malentendidos en ese sentido. La narrativa de que había abierto las fronteras, ella no abrió las fronteras, se trataba de una crisis humanitaria», señala.
Cuando se le preguntó en agosto de 2020 si lamentaba las decisiones tomadas durante ese período, la canciller dijo que lo volvería a hacer.
La crisis existencial de la Unión Europea
Mucho antes de 2015 y unos años después de llegar al poder, Merkel tuvo que lidiar con la crisis financiera de 2008 que sacudió a Europa y puso a prueba el euro.
La política de ayuda a los países del bloque tejida por ella, por un lado, generó un enorme descontento entre españoles, portugueses, italianos y griegos, que tuvieron que someterse a las políticas de austeridad impuestas a cambio de la liberación de ayudas económicas.
Al mismo tiempo, dice Römmele, contribuyó a solidificar la imagen de la canciller como una de los principales líderes mundiales.
Durante este período, también dio una señal importante a los alemanes que le garantizó el apoyo interno que necesitaba. Al imponer medidas de austeridad, opina Neugebauer, le dijo al contribuyente alemán que estaba cuidando su dinero.
«La idea (que llegó a los alemanes) fue: ‘No vamos a dar dinero a países que no pueden controlar sus cuentas, ahorrar y generar empleo».
«A nivel nacional, ella siempre trató de actuar como ‘embajadora’ de la economía alemana, de la industria alemana», añade.
Y lo hizo. La economía alemana ha estado creciendo durante una década y -con la ayuda de las reformas realizadas por el antecesor de Merkel, Gerhard Schröder, especialmente la que se conoció como Hartz IV, que generó las polémicas jornadas parciales que, para muchos, contribuyeron a precarizar el mercado laboral- el desempleo se desplomó.
«Más alemanes están viviendo de manera más próspera en los últimos 15 años que en cualquier otro momento», destaca Neugebauer.
Aunque la gestión de la crisis del euro fue un gran éxito para la canciller, la idea de fortalecer la Unión Europea fue más difícil de poner en práctica.
Merkel sale del poder con el bloque en crisis, con resaca por la salida de Reino Unido, un largo proceso que comenzó con un referéndum en 2016 y concluyó recién en 2020.
Un episodio reciente ilustra los desafíos del bloque ante el avance del nacionalismo y del populismo de derecha en algunos países.
A fines del año pasado, Polonia y Hungría intentaron bloquear la aprobación del paquete de ayuda para la pandemia covid-19 porque querían la extinción del mecanismo de protección del estado de derecho propuesto.
La legislación preveía sanciones o un acceso reducido a los fondos de la Comisión Europea si se identificaba una violación concreta del estado de derecho, y ambos países están gobernados por líderes antidemocráticos que podrían verse perjudicados por la medida.
En la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea, Alemania negoció con ambos países y logró desatar el nudo. Finalmente se ha liberado el dinero para amortiguar los efectos económicos del coronavirus. El costo, sin embargo, fue muy alto para algunos.
Los críticos incluyen al columnista de Bloomberg Andreas Kluth, quien dijo que el bloque estaba «vendiendo su espíritu democrático» y que la canciller se había «merkelizado» nuevamente: el mecanismo del estado de derecho fue aprobado, pero en una versión tan deshidratada que, en la práctica, puede que no signifique mucho en el futuro.
La pandemia del covid-19
En Alemania, Merkel deja el poder con una aprobación récord, gracias a la pandemia del covid-19.
El 18 de marzo, en una transmisión nacional, durante 12 minutos explicó en forma docente lo que estaba pasando y lo que había que hacer.
«Es serio. Tómelo en serio», dijo, solo para añadir más tarde que probablemente sería el mayor desafío del país desde la Segunda Guerra Mundial.
A partir de ese discurso, obtuvo el apoyo popular que necesitaba para presionar a los ministros-presidentes (algo similar a los gobernadores) de los estados federales para que realicen los primeros cierres. Hasta entonces, muchos de ellos se mostraban reticentes debido al costo político de las medidas.
Una vez más, abandonó el «estilo Merkel».
«Fue mucho más emocional -sin ser populista- y la comunicación fue directa», dice Jasmin Riedl, profesora de ciencias políticas en la Universidad de las Fuerzas Armadas (Bundeswehr) en Munich.
Quizás el cambio de humor se deba a que efectivamente estaba conmovida por todo lo que estaba pasando, quizás fue el hecho de que ya no era presidenta de su partido y se estaba yendo. Pero el hecho es que la retórica halló eco entre los alemanes.
«Estábamos viendo todo lo que pasaba a nuestro alrededor, en Italia, en Reino Unido, en Estados Unidos, en Brasil… líderes políticos anti-ciencia, populistas. Todo parecía una locura», dice la politóloga.
«Entonces parte de la población estaba feliz de tener una líder centrada y sí, muchas veces vacilante, que no toma decisiones apresuradas», agrega.
En diciembre, cuando Alemania ya estaba experimentando los efectos de una segunda ola más dura de la pandemia, la canciller pronunció su discurso más emotivo.
En un debate en el Bundestag, gesticulando más de lo habitual, defendió las medidas de distanciamiento social en las vacaciones: «Esta podría ser la última fiesta que pases con tus abuelos», dijo.
La aprobación de la canciller alcanzó 90% en abril pasado y en la actualidad se mantiene en torno a 70%, lo que le da a su partido una gran ventaja de cara a las elecciones de septiembre de este año, en un escenario de sucesión que aún está completamente indefinido.
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