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¿Tenemos los venezolanos una elección?

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Tener que seguir adelante. Ajustarse a las circunstancias. Convivir, lo queramos o no, con lo que está más allá de nuestro control. Estos son algunos de los mandamientos en el decálogo tácito de la vida, pero, para aquellos que vivimos en Venezuela, también implica dejar victimizarse a diario. En nuestra frustración toleramos los desmanes del poder y la demencia de los incapaces, incluida la de algunos que se denominan “oposición”, porque siempre habrá quienes dirán que no hay otra opción, que cuando se habla de reaccionar uno está pretendiendo que esa es una elección plausible.

Sin embargo, en este punto tras tantas tragedias, hay otros que siguen de falsos profetas y exclaman “¡Sí hay una opción! ¡El voto es la herramienta del hombre libre!”. El problema de tal consigna es que, en nuestra circunstancia, como bien lo dijo alguna vez esa joyita llamada Joseph Stalin, los que emiten los votos no deciden nada; los que cuentan los votos lo deciden todo. Ahí es donde estamos. Ese es el planeta en el que habitamos. ¿Por qué esos alienígenas que fungen de políticos no terminan de aterrizar en una realidad tan manifiestamente obvia para el ciudadano? No lo sé, podemos pensar en dos posibilidades exclusivas y excluyentes, no lo hacen por contubernio o no lo hacen por credulidad. Lo probable es que sea lo primero por cuanto en política nadie se chupa el dedo.

Dicho eso, es claro que nuestra capacidad de decisión ha sido coaptada. Lo que hoy se presenta en el país como comicios electorales ni siquiera son una elección. Son simulaciones, pantomimas y, en definitiva, palizas a la aspiración de cambio de los venezolanos. Esa es su función; ser una burla que nos desmoralice perennemente. En tal sentido, nuestros opresores son tanto quienes las organizan, lo que a la fecha algunos osan llamar gobierno, y quienes actúan como si hubiese una elección, los presuntos opositores que las validan. Ese es el juego. Ese es el ciclo vicioso que, en nuestro caso, se ha traducido en un tango entre quienes sabemos que nos engañan y quienes quieren creer que nos siguen engañando.

Siguiendo este orden de ideas veremos que no solo es el sistema electoral el que es un fraude, sino que también nos enfrentamos con el fraude de que hay una alternativa convencional. Lamentándolo mucho, la verdad del caso es que la Mesa de la Unidad Democrática, el Frente Amplio o como sea que se venda en estos instantes, no representa al cambio que la nación requiere. Los venezolanos no queremos el mismo sistema manejado de forma más eficiente o con más civilidad. Lo que sí queremos es la instauración de un nuevo país a partir de ideas frescas y modernas, cosa con la cual grandes porciones del liderazgo opositor no pareciesen entender. Pero no podemos culparlos, eso es difícil de hacer cuando se es parte de un status quo moribundo.

Por este ping-pong maquiavélico entre los agentes del Partido Socialista Unido de Venezuela y la Mesa de la Unidad Democrática es que los venezolanos de a pie no creen en nada. No creen en la posibilidad de líderes íntegros. No creen que haya método alguno para mejorar sus vidas. No creen, en resumidas cuentas, que puedan decidir sobre el destino de su país. ¿Cómo podríamos criticar a nuestra ciudadanía sobre este respecto? Los actores políticos preponderantes se aseguraron de que así fuese. Ellos, después de sangre corrida e ilusiones invertidas, no pudieron evitar que aconteciese la gran revelación: el juego estaba truncado desde el principio.

¿Esto quiere decir que se acabó todo para nosotros? Pues estamos en una muy mala situación, el mismo Cicerón hablaba de como una nación puede sobrevivir a sus locos y hasta a sus ambiciosos; pero no puede sobrevivir a la traición desde dentro. Incluso así, hay un factor que el gran jurista romano no tomó en cuenta: el poder de la disidencia en tiempos de cataclismos políticos.

Anteriormente se hizo mención al hecho de que la dinámica polarizadora entre el PSUV y la MUD es, de una forma u otra, un status quo en decadencia. Ellos, en conjunto, nos han querido hacer creer que los necesitamos por ser las únicas opciones entre las cuales decidir. Pero eso es falso de toda falsedad y más aún en las horas que estamos viviendo. El primer movimiento político en la nación venezolana no es uno o el otro, sino la aspiración de cambio sistémico. Esta aspiración es encarnada por los disidentes en todas las áreas de la vida nacional. La disidencia es, hoy por hoy, una legión que se encuentra en las filas de los partidos políticos, en las barracas de los cuarteles militares y en los cinco continentes del mundo.

Sabemos que la hemos tenido difícil. Sabemos que le han hecho mucho daño tanto a nuestra autoestima como a nuestra confianza. Pero nunca dudemos que, fuera de las maquinaciones y abusos, sigue habiendo una elección, una elección personalísima que no cae en polarizaciones irrelevantes de antaño ni en electoralismos burdos. Y esa es que debemos salvar nuestro país, cada uno de la forma en que pueda contribuir con ello, pero hacerlo juntos, estemos donde estemos, seamos lo que seamos. Hace ya veinte años los venezolanos nos agotamos de la partidocracia y no será la partidocracia la que nos impedirá llegar a la Venezuela que merecemos y que siempre merecimos.

@jrvizca

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