El proceso de transición ya se ha iniciado de una manera desordenada. El régimen experimenta un deslave en sus cuadros más importantes. Más de un camarada ha salido sin hacer ruido hacia otros derroteros. Por su parte, Maduro ofrece el oro y el moro a quien le quiera comprar su nuevo diálogo. La más reciente de las ofertas es una especie de CLAP con elecciones rapidito, cambios en el CNE, algunas liberaciones de presos políticos, a cambio de que lo dejen tranquilo para la mamarrachada de su nueva toma de posesión el 10 de enero. Como se sabe desde el inicio del régimen chavista, la táctica es invariable: cuando tienen el agua casi entrando por los huecos nasales, hacen una propuesta, con arrepentimiento si es necesario, y entonces sectores de la oposición comienzan a darle vueltas al asunto. La sola discusión alrededor de la apetitosa chupeta distiende los ánimos encrespados, algún pequeño espantajo sale del asunto, y el régimen gana tiempo y la oposición dialogante se declara en receso hasta una nueva pamplina.
Ante ese panorama, siempre hay algún erudito que afirma desde la altura del púlpito profesoral: esta vez es distinto; ya no pueden hacer trampa; ya no… ya no. Al final, cuando los ingenuos profesionales abren el grifo para que la cisterna se vacíe y le baje el agua y la angustia a Maduro, la pandilla saca otra receta para permanecer en el poder. Y para la marranada siempre habrá un Zapatero a la orden.
La transición ha comenzado no solo por ese deslave sino porque las fuerzas del cambio se preparan. Los que no compran los caramelos envenenados de Maduro han alcanzado un grado de comprensión de la situación venezolana profundo y nuevo.
El Estado como sistema de instituciones está disuelto. Obsérvese cualquiera de ellas: Pdvsa, el Banco Central, la Fuerza Armada y todo lo demás. Incluso, una institución de incuestionable legitimidad, la Asamblea Nacional, ha sido prácticamente disuelta, por la arremetida dictatorial contra sus atribuciones y miembros, así como por la falta de vigor de sus dirigentes. Con la guinda de ayer: evitar la censura a Zapatero.
Podría decirse que algunas instituciones no están disueltas, como el Sebin, la Digecim y los cuerpos más represivos de la Guardia Nacional y la Policía Nacional. Pero no existen tampoco; son instituciones corrompidas hasta la médula, capaces de dar garrotazos y matar, pero son cuerpos podridos. Cero “inteligencia” en contra del crimen porque forman parte de este. Cero capacidades para cumplir con sus finalidades institucionales.
El Estado no es que ha sido penetrado sino que el Estado disuelto fue sustituido por una mafia que controla el territorio nacional, y que comparte el poder con sus aliados como las FARC, el ELN, las mafias mineras, el narcotráfico, los “pranes” o jefes de las cárceles, agentes del terrorismo islámico y los colectivos que han sustituido a las antiguas y desaparecidas “fuerzas del orden público”.
La mafia del poder tiene carácter internacional. No es una dictadura “venezolana” sino que es una dictadura del bandidaje internacional que ha tomado posesión de Venezuela. De su naturaleza esencial dimana el carácter de la lucha: es también internacional. A los países democráticos les ha costado entender que esta no es una batalla de los venezolanos con la cual hay que solidarizarse; sino que es una batalla de los venezolanos, de los colombianos, brasileños, peruanos, bolivianos, norteamericanos, españoles y canarios, que luchan por la libertad.
Este carácter define la naturaleza del enfrentamiento y de sus actores. Del lado de allá, la mafia, el régimen cubano, Ortega y Evo, el terrorismo islámico, los dueños de las fortunas amasadas en el expolio de nuestro país. Del lado de acá los demócratas del planeta.
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