¡Menuda herencia la que le deja Donald Trump a los demócratas que se inauguran en el poder la semana que viene, en lo referente a la relación de la gran potencia norteamericana con Colombia!
Esta semana que termina los funcionarios encargados de los asuntos de seguridad estadounidense consiguieron motivar al presidente saliente para que incluyera de nuevo a Cuba en la lista de “países patrocinadores del terrorismo” dentro del contexto de una simple pero sólida argumentación: “Cuba , de manera repetida, provee sustento al terrorismo internacional cuando les garantiza un enclave seguro a los terroristas”.
Esta declaración en la boca de Mike Pompeo establece una realidad de la que no puede desasociarse la nueva administración por tratarse de temas de seguridad nacional. El Departamento de Estado no podrá desconocer este acto formal del gobierno saliente por lo que Joe Biden se verá atado de manos si quisiera replicar hoy las política del expresidente Barack Obama, que fue quien, dentro de una estrategia de acercamiento con el régimen de los Castro, había decidido sacar en 2015 al régimen cubano de la lista que existe desde hace 39 años. Gracias a esta iniciativa se reanudaron las relaciones entre Estados Unidos y Cuba.
Al encontrarse Cuba de nuevo dentro de la mencionada lista, se hace acreedora de sanciones para el régimen comunista. Su exclusión las suspendería.
Pero vayamos un poco más lejos: si el asunto es de enorme importancia dentro de la bilateralidad cubano-estadounidense, no lo es menos para la relación de Washington con Bogotá. Es muy protuberante el hecho de que Colombia resulta ser el principal país afectado por la actuación de núcleos terroristas dentro de nuestro continente, por la colaboración prestada por La Habana a actores terroristas dentro del país neogranadino. Fue gracias a esta actividad terrorista que fueron asesinados 22 efectivos de la policía de Bogotá en un atentado de bomba que tuvo lugar en esa capital en enero del año 2019. Y es en Cuba donde se han refugiado los criminales fichas del ELN, hoy solicitados en extradición por la justicia colombiana.
Colombia, como es notorio, ha desarrollado con Estados Unidos una relación preferida que se traduce en una presencia activa de Norteamérica dentro los asuntos domésticos de combate a las drogas y combate al terrorismo que afectan a Estados Unidos de manera directa. La cooperación de Colombia en estos dos terrenos ha sido irrestricta y solidaria. Además, el país vecino, en virtud de la colaboración activa del régimen de Maduro con el ELN y las FARC, se ha estado convirtiendo en un enclave de extrema peligrosidad para el vecindario. Hoy, más que nunca, una cooperación incondicional de Estados Unidos es imperativa. La Casa de Nariño ha querido ir más lejos y sus estrategas en política exterior y seguridad llevan ya muchos meses en tratativas con el gobierno norteamericano para promover la inclusión de Venezuela en la lista de países que colaboran con el terrorismo
Así, pues, todo parecería indicar que Joe Biden se inaugura con una papa caliente entre las manos en el terreno de sus relaciones con América Latina: la de la redefinición de una estrategia de seguridad hemisférica. Ella pasa por sancionar a La Habana, por aliarse estrechamente con Bogotá y por facilitar la eyección de la dictadura en Caracas.
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