No importa la pandemia. El gobierno colombiano y el régimen venezolano están en guerra política, diplomática, económica y de declaraciones. Pero quienes esperan que, como consecuencia de esto, una mañana nos despierten tanques rusos T-72 con banderines venezolanos rompiendo la frontera por Paraguachón con eje de avance hacia Riohacha, mientras Miraflores declara que el “gobierno socialista recupera el territorio que históricamente ha sido y es nuestro”, podrían estar fuera de contexto.
¿Tanques a la frontera?
El Teatro de Operaciones del Nordeste y el Plan de Guerra Guaicaipuro son cosa del pasado, aunque reutilizables, por supuesto.
Los intereses geoestratégicos de Rusia, China, Irán y Turquía y las ambiciones del crimen organizado transnacional (agreguen a Cuba y Libia), reunidos en Venezuela, serían los decisores de una acción bélica dura, de dudosos y discutibles réditos. Por el contrario, se perderían las ventajas económicas y geopolíticas que les ofrece la “boliburguesía” dominante y su subalterna pandilla madurista. La baja moral de la tropa chavista, “desproteinizada”, con un liderazgo desgastado por la corrupción y la tal milicia, que se ha convertido en una carga logística más que un cuerpo de combate, son factores decisivos en este panorama. Los esfuerzos militares venezolanos siguen enfocados en la recuperación de su variopinto arsenal -ruso, chino, norteamericano, iraní, nacional-, lleno de problemas de mantenimiento, funcionalidad y complementariedad. Como sus refinerías. Colombia, por lo demás, nunca ha tenido planes militares ofensivos.Ni siquiera tanques registra en su inventario militar.
Con una migración que llegará rápidamente a los 2 millones de venezolanos buscando comida, techo, sanidad y seguridad en territorio neogranadino, lo último práctico y políticamente beneficioso, sería acudir a una acción armada mayor. Y está la frontera, un agujero negro que se tragaría cualquier eventual ofensiva militar venezolana. Finalmente, ni Colombia ni Venezuela tienen recursos para sostener tan siquiera por 48 horas, una dinámica de este tipo, mucho menos con una pandemia a punto de desbordarse.
Guerra cibernética electoral
Las campañas rusas a través de las redes sociales influenciaron la opinión pública en las elecciones de varios países europeos y sembraron incertidumbre y violencia callejera en la población estadounidense. El reciente hackeo a las cuentas federales norteamericanos de los Ministerios del Comercio y del Tesoro y el caso Solar Wind, tiene a todas las agencias de seguridad cibernética de Estados Unidos coordinando esfuerzos para prevenir nuevos y más refinados ataques de terceros alimentados y guiados por agencias rusas
En Latinoamérica, cuentas vinculadas a Rusia y Venezuela distribuyeron millones de mensajes desinformando y promoviendo la violencia civil en Colombia, Ecuador, Chile, Perú y Bolivia, en los disturbios civiles de finales del 2019, la “brisita” de Diosdado, remedo tropical de las primaveras árabes. Lo denunciaron la vicepresidente colombiana y la ministra del Interior ecuatoriana. Este año habrá elecciones en Chile, Perú y Ecuador. Pero la madre de todas las batallas electorales de la región será la de 2022 en Colombia, un país que durante más de medio siglo ha resistido los embates políticos-militares de la izquierda estalinista. A partir de ahora, la campaña 2022 nos sumirá en un escenario cibernético en el cual Venezuela desempeñará un papel de primera línea. Las capacidades cibernéticas de Moscú están disponibles desde Caracas para ayudar a “imponer democráticamente” otro gobierno progre que hundiría definitivamente el subcontinente en la miseria del castrochavismo. Se puede desde ya delinear este escenario de guerra cibernética preelectoral colombiana durante todo este año. Será menos costoso y más efectivo que movilizar tanques, aviones o tropas y generará perturbación social, inestabilidad y violencia, con el apoyo de las agencias de “información” rusas RT y Sputnik, iraní Hispan TV o china Xinhua, todas compartiendo oficina virtual con la criollisima Telesur en Caracas.
Según una investigación OEA-BID, Colombia es el segundo país con mayores logros en cibercapacidades en Latinoamérica, después del Uruguay. Pero estos son logros de naturaleza creativa, defensiva, protectiva, en tanto las capacidades cibernéticas rusas e iraníes son claramente intrusivas, ofensivas, que buscarán crear matrices de opinión favorables a los deslucidos candidatos de la izquierda y desfavorables a los candidatos del centro o de la derecha colombianos. Polarizar siempre ayuda a los intereses comunistas. Por otro lado, prohijados por Venezuela, los narcoterroristas elenos y farianos arreciarán sus asesinatos y masacres en los campos y extorsiones y control barrial en las ciudades como rudimentario método de lucha política. Total, a pesar de esta era de guerras cibernéticas, Estados Unidos aún ostenta su musculoso portaviones nuclear Nimitz en el Golfo Pérsico, Rusia se complace por su nuevo misil crucero hipersónico Zircon e Irán continúa enriqueciendo uranio y anuncia triunfante su renovada tecnología de drones suicidas. En medio de la virtualidad y la ciberdimensión, el garrote todavía funciona.
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