London Bridge is falling down
Falling down, falling down
Set a man to watch all night
Suppose the man should fall asleep?
My fair lady
Entre el Brexit y The Crown, ¿cómo no reflexionar en estos días sobre Gran Bretaña? Como cualquier niño nacido en el último medio milenio, crecí oyendo hablar del Imperio Británico, de lo bueno y de lo malo. Pero, a diferencia de las generaciones que me precedieron, al ser un baby boomer estudié y escuché lo que alguna vez fue. Aquella potencia ya había dejado de ser. Y, como venezolano, fue más lo negativo que oí …ese rey infame quebrantaba la unidad de la sacra santa Iglesia Católica por el mero capricho de querer divorciarse de Catalina, hija, nada menos, que de nuestros excelentísimos Reyes Católicos. No solo terminó divorciándose sino que, con seis matrimonios encima, se autoproclamó jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra (anglicana). ¡Cuánta soberbia! Además, aquellos creídos ingleses fueron, poco a poco, expropiándonos de un territorio legítimamente nuestro, aquel al que Témpano le dedicó una hermosa canción que coreaba: “El Esequibo es mío, es tuyo, es tierra venezolana”.
En la serie de Netflix hay, como en casi todas las series que buscan altos niveles de rating, medias verdades (mentiras), pero no dejan de ser fascinantes los hechos históricos por los que nos pasean y que terminan dándole un seductor atractivo a esta fabulosa y bien realizada novela histórica. El Brexit, por el contrario, no tiene en lo absoluto nada de novelesco, diría yo que más bien de tragedia. Aquella tan anhelada unión de naciones se resquebraja… ¿o no? El temor de los europeos de que otros países siguiesen el ejemplo de Gran Bretaña no solo parece haberse disipado, sino que ahora más que nunca esa unión de 27 pareciera afianzarse. En definitiva son más los pros de quedarse que los contras de salirse. Pero, si no pareciera verse afectada la Unión Europea, sí pudiera, por el contrario, hacerlo la unidad británica. En Irlanda del Norte podrían despertarse los fantasmas del republicanismo separatista, más allá de que, desde el punto de vista práctico y de acuerdo con la nueva normativa, este país queda en la UE. Escocia comienza desde ya a planear (una vez más) una consulta popular en aras de la separación de Gran Bretaña para, ipso facto, volver como país independiente a la UE. ¿Y Gibraltar? ¿Volverá el peñón a ser español?
¿Victoria política de Boris Johnson? En el corto plazo pareciera que sí. Pero ese afán nacionalista con devaneo de nostalgia y olor a imperio no pareciera que a largo plazo vaya a ser ventajoso para los ingleses. La historia nos enseña que, irremediablemente, en algunos casos más temprano que en otros, toda potencia cae. ¿Que los ingleses son malos como nos pretendieron enseñar desde niños? No, todo lo contrario. ¿Qué hubiera sido de nuestra civilización si no hubiesen derrotado a aquella Armada Invencible que ansiaba conquistarlos a toda costa a finales del siglo XVI? ¿Se hubieran dado todos los avances en las ciencias y el conocimiento que tuvieron su clímax primero con la Ilustración y a posteriori con la Revolución Industrial? O, por el contrario, si Felipe II hubiese logrado su objetivo, ¿estuviésemos todavía en una edad oscura, sometidos por los Austria o los Borbones y su Sagrada Inquisición?
Como bien nos recalcan los productores de la serie televisiva, los años de aquel imperio parecieran haber quedado en el pasado, quizás sin exhalar aún su último aliento por la existencia (cada vez más exigua) de la Mancomunidad de Naciones (Commonwealth). Probablemente su desvanecimiento en el horizonte del olvido no haya sido tan patente como ocurrió con otros poderíos (el español, por ejemplo), porque siempre, al menos desde inicios del siglo XX, han ido de la mano de la potencia dominante, la que le diera la estocada final a España en 1898, sus “primos”, los norteamericanos. Ojalá que esas ansias por revivir lo imposible no terminen por fragmentar aquella, todavía, extraordinaria isla.
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