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LA TRADUCCIÓN o Un signo somos

En el 2016, la poeta y ensayista Verónica Jaffé publicó su traducción de “Cantos hespéricos” del poeta alemán, Friedich Hölderlin (1770-1843), en una cuidada edición a cargo de La Laguna de Campoma

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De espíritu callado es confiar

F.H.

Recibo, a través de mi querida amiga Blanca Elena Pantin –poeta, fotógrafa, editora y periodista venezolana– el gran libro de los Cantos hespéricos, de Friedrich Hölderlin, traducidos por Verónica Jaffé, también poeta además de crítica, editora y traductora audaz. ¿Falta decir que es venezolana?

La edición, de La Laguna de Campoma (Caracas, febrero 2016), es bilingüe, e incluye versiones libres en lienzos y poemas. Además en la primera nota al pie de la Presentación, por Luis Miguel Isava, consta que esta traducción sigue la edición histórico-crítica de D.E. Sattler, considerada “por la crítica especializada como la más autorizada. La historia de la recepción y de las ediciones de la obra de Hölderlin es compleja: está determinada por presupuestos y atravesada por disputas que van desde el registro filológico –pasando por el filosófico y el histórico– hasta el político”, (…). La edición histórico-crítica de Sattler, de la que parte Jaffé, trabaja y coteja todas las versiones y variantes de los textos y pone de manifiesto el carácter inconcluso, de work in progress, de estos célebres cantos. Además, este inmenso trabajo de Verónica Jaffé incluye no solo los trece himnos analizados por Sattler. También aparecen dos fragmentos filosóficos tardíos, bajo el nombre de “Coda”, y un último canto, que el propio Hölderlin le entregó a Wilhelm Waiblinger, un joven estudiante, en 1822.

El libro entonces presenta los Cantos en el idioma original y su traducción –exquisita y cálida–; luego vienen las versiones de V.J., donde el poema se amplía, se ilumina y recorre los caminos íntimos de la poeta siguiendo, en sí, la voz de su maestro poeta, siendo despertada a la reflexión ya en acorde con el misterioso meandro de su propia realidad, que surge apasionada y dolorosa a veces, las más. Para entregarse al fluir hölderliano, V.J. también trabaja sobre grandes lienzos de un metro por setenta y otros más pequeños. Dice Isava en la Presentación “toda una geografía global e histórica que amplía el sentido de la traducción que se propone en este artefacto”.

Jaffé toma además otros ríos que los de Hölderlin, pero la idea del fluir que todo lo atraviesa, recorre, arrastra y sedimenta, queda plasmada en mapas y cartografías, collages y encendidos “poemas paralelos”: así la experiencia política de la traducción. Otro continente, otro país, otro siglo en otra dimensión cultural y científica… grafías, collages, carbonillas, superposiciones y tachaduras. De transverbal, califica Isava esta edición y esta performance de lectura. “No puedo de otra forma” creo dice con Hölderlin (y Lutero), Verónica Jaffé, que luego de una hermosa “Introducción en prosa”, y otra en verso, se lanza a esta poderosa aventura poética, un hito literario.

“En 1799, Hölderlin había traducido algunos himnos y odas píticas y olímpicas, en 1802 traduce el Edipo y la Antígona de Sófocles. De este diálogo directo y constante con la Antigüedad clásica nace la radical originalidad de los himnos hölderlinianos”, explica en el brillante texto introductorio Verónica Jaffé: “Introducción en prosa. La posible e imposible traducción”. Y dice también “a partir de 1800, comienza la escritura de los doce poemas inspirados en los himnos de Píndaro: grupos de tres estrofas que cantaban las alabanzas al ganador de algún juego deportivo, seguidas por el relato e interpretación de algunas historias de héroes y dioses, que le dan profundidad mítica e histórica a los acontecimientos y también, al final, son lecciones y sentencias que se desprenden de todo ello”.

Y también dice Jaffé: “La inmanencia histórica de lo divino es traducida y mediada a palabras particulares, por eso la poesía es, en la modernidad, inevitablemente un fracaso de traducción y mediación. Conscientes de este fracaso los cantos tardíos de Hölderlin se saben tardíos, posteriores, se saben traducción, se saben memoria incompleta y limitación”.

Un signo somos, sin sentido

sin dolor estamos y casi hemos

perdido el habla en el extranjero.

F.H.

¿Qué diferencia o agrega esta traducción, a otras versiones que he leído anteriormente? Creo que proximidad es el más certero nombre que se me viene a la cabeza. Libera al Hölderlin traducido de la solemnidad de ciertas palabras que le daban un aire más lejano, de lírica ampulosa.

La traductora nos acerca –con su tarea amorosa– al poeta discreto, humilde, que en su dolor no desespera, pues: “la esperanza / es un oscuro / tímido anhelo / y que traduce / de vez en cuando / y solo por instantes / la conciliación / imposible / la redención / de todos nosotros / seres humanos”.

O como traduce en “Fiesta de paz”: “Mucho ha, desde la mañana, / desde que diálogo somos y oímos unos de otros, / aprendido el ser humano; pronto empero seremos canto”. Porque el día de fiesta todo lo reúne, “hasta que madure, lo tímidolaborioso allá abajo”.

También reconoce, Jaffé, que fue el mismo Poeta quien “me enseñó a ver / la traducción en la poesía / y la metáfora del propio río / como el fluir de la memoria, / de la lengua en mi país / que no me pertenece, / ya lo sé / ni a mí ni a nadie”.

En los primeros versos de “Recuerdo (o pensar en…)”, el primer canto, la traductora encuentra la palabra marino y descarta navegante y con ese gesto Hölderlin queda de nuestro lado, llano caminante a pie. De amado entre los vientos, Jaffé asume querido y un aire de intimidad nos/me ha hecho entrar en la pieza de Hölderlin, un único espacio sencillo, con ventana al campo, monacal y una mesa de artesano cubierta de pequeños utensilios y papeles en un orden propio. Ya no fogoso sino de fuego, el ánimo. Quien piensa viajar piensa el viento y lo desea amigo. Sopla el noreste (y ya no nordeste) el más querido de los vientos… y así también la palabra, al soplar suena, dice para quien está dispuesto a escuchar. “Hölderlin, el poeta / de la piedad y el abismo, / de la patria, / propia y ajena, / como mina / y perdición”.

Hay, en el poema que reelabora su aproximación al original, una nostalgia dolida: “Es cierto que ya nada / funda la poesía / como lo hiciera antes / y los grandes / han muerto con sus poemas / (…) y recuerdos, / aunque solo sean / –aquí desde un país ajeno– / maltraducidos. /(…) El mar, dijo, / quita y regala / recuerdos, / la memoria / de amigos que ya no son / y otros que han partido / a fundar ilusiones / en lejanas lenguas / incomprensibles”.

“Ya nada es quedo ni se queda”, observa Jaffé con Elfride Jelinek, la escritora austríaca, (subrayado por Luis Miguel Isava, en la introducción del libro) y anota así la situación de la poesía dentro de un mundo, hoy, vertiginoso e irreflexivo, casi irreconocible.

Pero en el futuro el ardor

de mi voz

correrá como un perro

V.J.

Es un texto sutil y entreverado el que entrega Verónica Jaffé, poeta, editora y traductora, en este libro imponente, impreso en un papel ilustración de 115 gr. sobre el que es difícil, leyendo, atreverse a dejar marca…

La marca del lector, lectora, subraya en el todo, una versión propia, constituida a partir de obvias lecturas anteriores, prejuicios y amores y rechazos. Entrar en la compleja articulación del “artefacto” que menciona Isava da cuenta de la actualidad del profético poeta Hölderlin: “pensar fijando / papel y lápiz, / sobre tela, / en memoria / de todos mis muertos”. Esos ríos así expuestos en collages de tamaños considerables, escritos, tachados, revisados y ampliados recogiendo la experiencia de viajes y visajes y virajes, con cuerdas, pedruscos, trozos de barro cocido, semillas, plumas y caracolas, objetos provenientes de la naturaleza pero también de museos del mundo, a veces parecen evocar algo desaparecido ya o a punto de hacerlo, como en los poemas donde la traductora deja paso a la poeta y queda más claramente plasmada la agonía y la nostalgia, y asimismo el dolor ante el penoso furor político, donde Hölderlin brilla como resignado visionario y anticipador. El Poeta, discreto y profundo, parece ganarle la partida al sabio:

¿Y si fue / el poeta, / más que el sabio, / el que corrigió / su error / y cambió el orden / del silogismo / aprendido de antiguo?/ (…) cuando Ruth / Klüger me hizo / entender / lo absolutamente / único, irrepetible / del acto bueno y libre, / ese de salvar a otro, / sin causa sino / solo por querer hacerlo, / en un campo / de concentración, // tal acción / sería en estricto / sentido / espíritu /divino.

(…) los restantes, / prisioneros / los guardias, / soldados / del tiempo terrible, / de la maldad banal / y previsible / de este mundo /… Una historia / temible y terca / … / serpenteante / entre extremos / de izquierda y derecha, o / como leí hace poco, / entre la Utopía / y Auschwitz?

Islas caribe

Cantos quebrados

Caracas

V.J.

“Un signo somos, sin sentido / sin dolor estamos y casi hemos / perdido el habla en el extranjero,” afirma Jaffé, que conoce bien la situación del exilio, ese modo de ir vacilando en las palabras o perder el pulso de una realidad lejana en la que sin embargo se sigue estando presente, fantasmáticamente. Porque esta nueva realidad que vive quien ha partido de su patria, no es exactamente indiferente pero dista mucho de estar bajo la piel, de reconocerse en la lengua la materialidad de los sentimientos que convoca.

Tres versos claves del poema “Mnémosina (La ninfa)” que hace de la memoria un arte. “Pero cuidado: necesario es lo fiel, peligroso el desenfreno de la nostalgia”. Y así me parece responde Verónica Jaffé a su maestro, el poeta que traduce tan acertada y cálidamente: “¿Que la vida humana sea metáfora y traducción / de algo más trascendente, al menos por figura contraria?”

Y luego, en su último poema “Quebradas Pajaritos y Sebucán”, encuentro esta pregunta entrañable de la poeta: “¿Será tan inútil recorrer / esta memoria azul cielo / como agua poesía / quebrada / que pudiera tornarse / de a ratos / en volátil refugio / de trágicas fatigas?”.

En el poema “Kolomb, Colón”, Hölderlin confiesa que si pudiera elegir un destino heroico, elegiría el de héroe del mar. Este poema llega lejos: costas poderosas por su belleza donde el cielo dialoga con el mar y hay esplendor y riqueza que hace evidente la piedad divina que Colón condensa, según el autor.

En poema paralelo, que lleva el título de “Mar Caribe e islas de Cuba y La Española”, leo a Jaffé, al cabo de versos en que se pondera el mundo griego y se lamenta también que “no cuidan los héroes / de lo patrio y en ruina / queda, en miseria / la ciudad y la tierra”.

Y luego sigue: “Los modernos deben / ser diferentes, el mundo ordenado / en congregación cuidar / de lo sagrado, del alma, / con piedad, a todos, / héroes, ciudadanos, /marinos y soldados, / siervos y señores. (…)

Sí. Colón, almirante. / Más que héroe marino y viajante / hoy aventuramos el viaje, a esta tierra / que se abrió a muchos, antes, / llamada Gracia. / Restan pocos los agraciados / hoy entre nosotros (…)” y luego pregunta: “¿Héroes ahora, poeta? (…) Soberbia dicen que era /Atenas (…) Tú no. Poeta. / Y sin embargo, tampoco /tú viste piedad en los ojos /de tus amigos (…)”.

Así, todo el poema de Jaffé destila –“honestidad y simpleza / y humildad como remedio / de tu alma”– profundo amor y nostalgia por las islas imantadas en la luz del Caribe, que “convocan también hoy, / también a nosotros, / al viaje, a la bondad, / a la justicia”. Pero asimismo está presente la amargura por un cercano pasado completamente inaccesible ya, pues la ruina de aquella Atenas ha llegado a estas islas igualmente bellas e igualmente mal queridas y abandonadas desde los asuntos públicos. Surge entonces muy poderosa y bellamente, la imagen de la infancia y su tiempo eterno… que enclava al lector en una actualidad de incomprensible promiscuidad.

La cuarta tríada traducida lleva el título de “El Ister”, el famoso himno comentado por Heidegger. Ister es el río Danubio, que Claudio Magris recorre en su fundamental libro. Pero el Ister de Hölderlin guarda ecos de todas sus preguntas, su magnífica profundidad lírica y ese ímpetu que lo encamina a verdades más allá de lo que es posible saber en el presente, porque en él sufre el profeta el peso de una verdad que solo los siglos confirmarán. Por otra parte, el subtítulo del himno es “El signo”. Hay develamiento: interpretar y descifrar hacen al arte del traductor.

Danubio es un larguísimo y cambiante río que fue el corazón del imperio austrohúngaro. Rin y Danubio corren en el poema, ambos como el otro de sí pero también unidos “los grandes ríos, por su no sin consecuencias caminata en lo árido”. Un signo es necesario –traduce Jaffé– nada más bueno y malo, para que / al sol y la luna lleve en el alma, inseparables.

Pues los ríos son, para el habla, punto de encuentro de la sed de palabra, esa sed que el río conoce y donde se reconocen, al cabo del largo camino del ser, los hombres.

Pero el poema comienza con un verso que Jaffé traduce así: “¡Ven ahora, fuego!”. Y sus posibilidades de interpretación le dieron vasta amplitud a lo largo de los más de doscientos años en que viene leyéndose este monumental poema de Hölderlin. ¡Ven ahora, fuego! El día comienza. Sale el sol. ¡El río está tan calmo que parece ir de retroceso!! (una honda percepción de la naturaleza, la marea, ese instante en que, como un sutil desvanecimiento, percibimos atravesar el velo de lo real, ya que todo es del revés). Así los ríos, enigmáticos, distintos, pero demasiado paciente / me parece este, no más libre / y casi burlarse… pues lo que hace aquel, / el gran río, / nadie lo sabe.

El poema con que Jaffé acompaña y penetra en el de Hölderlin está compuesto por dos partes. Gran belleza y amplitud campea en este homenaje a la bondad hölderliana, la comprensión de la naturaleza por un ser tan complejo y doliente es muy conmovedora, anticipatoria, política.

“La selva de mis semejantes”, escribe Jaffé. Y se pregunta “¿qué lo mantiene atado a la montaña? (…) Porque tiene sus consecuencias, / ¿cuáles? cuando los ríos desaparecen en el desierto, / y poco nos dicen sus palabras. Son signo, / tienen un sentido, simple y llano y no de otro tipo”.

Vínculo, el río, poderoso signo. Relativo a “Río, porvenir”, título del siguiente poema que comienza con una pregunta demoledora “¿Que venga entonces / lo que sea y caiga / sobre nosotros el caos, / porque nos enseñará / la verdad? (…)

No. Que no venga –responde casi al final–. Pues nadie supo ni sabrá / nunca qué nos traducen /los ríos, porvenires. / Porque no es lo malo signo / sino de su propia estrechez. / Y la bondad incomprensible / e inesperada, es de verdad / el único acto libre”.

Lo bueno es incomparable e inexplicable porque no tiene una verdadera razón u origen sino en sí mismo y tampoco quiere nada ni tiene un fin sino a sí mismo. Esta es una nota de Ruth Klüger, sobreviviente de la Shoah y autora de un libro muy difundido, Still Alive, que inicia la última sección de este poema de la traductora, y que termina así: “Cuando Hölderlin lo oía como / cifra de historia y de origen, / el río le venía de Oriente y traducía / persistentes esplendores (…) / Qué no traduce el río hoy / entonces, dicen, por causa del / forzoso recuerdo de un campo / de concentración cerca de Viena / en Mauthausen, / queda mi tramposa, / mi traidora / melancolía”.

Y así Jaffé ratifica a Hölderlin en su fuerza predictiva, lo terrible ha sucedido camino hacia el este, siempre sobre el Ister, poderoso Danubio, mientras el Rin corre hacia el norte, al mar helado. Campos de concentración produjo el siglo veinte en que “los humanos, sin paciencia, salvajes como tormentas, se desvían en trampas y traiciones”. Y el horror de los campos parece multiplicarse desde entonces: a lo largo y a lo ancho la presencia de campos de prisioneros, léase inmigrantes, esclavos o indocumentados, la idea de civilización se ve limitada por la más horrible barbarie. Estrangulada civilización.

(…) Y siempre

hacia el desenfreno pasa una nostalgia. Mucho empero

debe conservarse. Y necesario es lo fiel.

Hölderlin, “Mnemósina (La ninfa)”

Pero quisiera volver a la idea de traducción, al intento siempre improbable pero monumental de traducir, devolver al presente una voz del pasado, respetando el aliento pero escuchando su eco en lo contemporáneo.

Jaffé, autora de Metáforas y traducción o traducción como metáfora. Algunas metáforas de la teoría de la traducción literaria (Caracas: Fondo Editorial de Humanidades y Educación, Universidad Central de Venezuela, 2004), entre muchas otras publicaciones, ha iniciado su tarea sobre los Cantos hespéricos, con dos prólogos, uno en prosa del que ya hablamos brevemente, y otro en verso, “Orinoco”. De allí tomamos: “Cómo / si no es con esta sensación / de susto e insuficiencia que / puedo ir traduciendo, / como pisando una débil / capa de hielo sobre un lago / profundo, algunos de sus escritos, / y no tener temor / de las sombras, / sus espacios, / y de las figuras / del tiempo (…)”.

Y luego: “qué más queda que entenderte / entonces como maestro, / padre y poeta, / como origen y causa, / fondo y frontera / de lo bueno y lo malo / que me es propio a mí / y –en verdad– solo mío / porque orinoquia es mi razón / y oscura mi madre”.

Es el río, Hölderlin, bucear en él hasta llegar al mar es el destino de esta traducción, en la que Jaffé se sumergió durante años: “(…) Hölderlin, el poeta / de la piedad y el abismo, / de la patria, / propia y ajena, / como ruina / y perdición”, afirma Jaffé al cerrar este prólogo en verso.

Furia, inconsistencia, desasosiego o desconsuelo y esa profunda sensación de injusticia que emponzoña y ralea la existencia de felicidad y trabajo, de la doméstica paz al abrigo del resentimiento –el político es un dolor paralizante, que transforma al hombre en un solitario casi condenado a caer dentro de la horda– “espada infiel / que se abate / sobre el sufriente / y el peregrino”. Así, cuando el país se vuelve extranjero para el natural, pura violencia, Jaffé escribe:

“porque no puede, / no debe, / volverse el país / espacio chiquito, / lugar solo aire, / y peor, / aire sobre aire, / poema nadería, / servicio sin corazón / ni coraje”.

Si Patmos se superpone a la bella y apacible armonía de la campiña alemana en la poesía de Hölderlin, Jaffé da una vuelta de tuerca y ubica a su patria venezolana, y con ella la poderosa vastedad americana, en aquel mismo meridiano.

“Patmos” es el poema transido, el que adelanta el terror futuro: el actual. Agua e isla. Sonidos y silencio. ¿Bondad es posible? ¿Dónde Dios? ¿Escribir? ¿Traducir es posible? Todas preguntas apretadas, reiteradas: “La fuerza serena / de su escritura”, “marcas de inalcanzable / consciencia.”

La elipsis de la transmisión, de la traducción: la interpretación que necesariamente atraviesa el cuerpo y el habla de quien traduce, y pone, en su versión, toda la carga de su propia experiencia, el peso de su mundo.

De alguna manera Jaffé expone el esfuerzo, la vacilación, la decisión de su traducción a los ojos del lector. Y sus obras plásticas, collages o pinturas de técnicas mixtas exponen la misma pregunta acerca de la posibilidad de la traducción. Pero sobre todo el pasaje del original a través del lenguaje, es decir el cuerpo resonando reconocimiento. Proximidad, la elipsis del traductor otorga ese espacio donde la voz del original fulgura e ilumina.

Nodos de comprensión personal, propia maduración –personal y política–, destilan verso a verso esos recorridos en que la densidad poética del original hacen su travesía en los destellos proféticos, reiteraciones enigmáticas o las conmovedoras y sabias recomendaciones del poeta, tal “salid vosotros fuera de vuestro / derecho de enemistad”.

Como si la poeta Jaffé necesitara recogerse en su experiencia y espejarse en la bondad del maestro, su tutor, y negarse a suposiciones, recorre desde esa altura prestada su propia geografía y sabiendo que “lo divino no toca a los indiferentes” y entonces encuentro estos dos versos: “Mientras empero por mi sombra / dirijo y espejo…”. Y más adelante reitera Hölderlin, “(…) / me oriento y espejo la almena / a mi soberano”. Así la tierra patria, el lar, la naturalidad de pertenecer hasta en el mismo aire que con “naturalidad” y “gratitud” se conoce como propio, esa bondad de pertenencia “me han educado (domesticado) empero, aún a mirar, / el gusto por la esgrima”. Ese empero con que Hölderlin abraza el nombre patria. La patria esquiva, engañosa, y como el laurel, fruta prohibida. –¿Y por qué?–. La patria, empero, juega su último chance en la señal celeste. El cielo que define la vida humana. “Pero hermoso es abrir el alma y la vida corta / Cristofori (pues el paso natural cambia, no empero / el pero y cuándo)”.

y el cultivo de la letra comienza

con la traducción de lo existente

V.J.

Pero siguiendo el hilo meándrico de esta poderosa obra, original y traducción, anoto unos versos del poema que comenta el himno Grecia, y que Jaffé titula “Grecia ‘g’ de gato”: “Tendría que entender las cosas / lejanas / ajenas / diferente / para traducir con el nombre de un río, / el mío, / el Guaire, / la patria putativa / de la poesía moderna alemana, / y no solo, / de la polis, / y del pensamiento. / Era el lugar del padre para / mi maestro poeta”.

Es realmente difícil completar todos los ríos que recorre, dibuja o menciona Verónica Jaffé. El mundo no cabe en este pequeño pañuelo. Apenas un terrón de la patria, con que la exiliada perfuma su nostalgia. Es en la lengua donde busca su consuelo. Y leo, de Jaffé, en uno de sus poemas finales, “¿Que la vida humana sea metáfora y traducción / de algo más trascendente, al menos por figura contraria? / Errores y penas terrenales se ven en inverso / espejo de perfecciones de lo celeste, / leen y comprenden como en escrituras, / los humanos, copian y traducen la ajena riqueza”.

Por supuesto, como en toda lectura, la subjetividad de cada quien abriría los propios surcos, una navegación personal sobre estos extraordinarios ríos de los himnos hölderlinianos. Relativo a lo inagotable, su lectura. De allí, lo monumental de la traducción de Verónica Jaffé, incluyendo todas las áreas expresivas que atraviesa.

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Este texto fue publicado previamente en http://www.lacuartaprosa.com.

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