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El regalo prometido

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La polémica surgida por los hechos del 23 de diciembre de 1951 en Dijon, Francia han generado discusiones hasta nuestros días © EFE

La tarde invernal con su delicada luz cruza, fina pero generosamente, los vitrales del centenario templo. En el frío aire se respira el humo que se desprende desde una gran pira ubicada en el atrio; mientras, el vaho va describiendo las formas de la fumarada, minúsculas virutas parecen danzar al gusto de un suave viento. El aumento de la temperatura por el fogonazo hace más confortable la presencia en el interior de aquellos que, envueltos, se acomodan entre cálidos abrigos; el resplandor de las llamas ilumina con fulgor las asombradas pupilas de quienes  son testigos. Entre las vivas flamas una figura es devorada por el abrazo del fuego;  la lumbre se alza cubriendo la totalidad de ese cuerpo que, sometido a la voluntad de las llamas, se pierde en el ardor por la vehemencia de la fogata. Aquella enorme efigie es consumida hasta ser reducida a solo cenizas. La sentencia  ha finalizado en las lenguas del incendio; entre las brasas  y sin clamor, yacen los restos de un condenado. ¡Ha muerto Santa Claus!

Portada de Point de Vue con el Auto de Fe de Papá Noel

El 23 de diciembre de 1951, en la catedral de Dijon, Francia, el cuerpo del clero católico y las jerarquías de la Iglesia protestante de esa ciudad, en una inusitada unión, deciden por medio de un Auto de Fe, el destino de Santa Claus, personaje que representa la mayor amenaza de la paganización de las fiestas de Navidad. Este singular hecho no escapa a la atención de uno de los grandes pensadores modernos, el filosofo francés Claude Lévi- Strauss: «La Iglesia no se equivoca cuando denuncia que en la creencia en Santa Claus se encuentra el bastión más sólido y más activo del paganismo en el hombre moderno». La celebración de la Navidad se registra históricamente desde hace decenas de siglos y en algunos casos su conmemoración precede al alumbramiento de Cristo. Para algunos esto puede conllevar la interrogante ¿cómo se pudo celebrar la Natividad antes del  nacimiento de Jesús Redentor? La respuesta es precisamente en que la Navidad no tiene de cristiano ni el nombre; desde tiempos pretéritos estas fechas eran dedicadas a fiestas paganas realizadas por los romanos en honor a Saturno. En la antigüedad, en el hemisferio norte, la humanidad tenía el temor, año a año, de que llegada la época de mayor oscuridad del invierno, quedará para siempre la tierra cubierta en la espesura de las sombras y el gélido clima. Un día, entre el 17 y 24 de diciembre, el Sol parece levantar y emprender un viaje al próximo solsticio, el de verano, despejando así los miedos de los hombres; he ahí el motivo de las llamadas fiestas saturnales. Posteriormente en el Imperio romano, las religiones orientales se popularizaron ante la decadencia de las costumbres y creencias de la Antigua Roma. Venido de Persia, el culto a Mitra (dios Sol) se convierte en una  influyente religión precristiana: el Mitraísmo. Esta, sacando provecho, instaura el 25 de diciembre como el día del nacimiento de Mitra. Otras de las similitudes claves entre las dos religiones son: el domingo como día sagrado; el banquete ritual con ciertas características presentes en la eucaristía cristiana; que el mitraísmo se definía por ser una religión de salvación; y que tras nacer Mitra fue adorado por pastores. Durante casi cuatrocientos años el mundo “civilizado”  celebró la llegada de Mitra, no fue hasta el año 354 de nuestra era cuando el papa Liberio cambia al personaje y el 25 de diciembre pasa a ser la fiesta por el natalicio de Jesús. Como bien lo escribió Juan Nuño, “el cristianismo se encontró con la cama hecha”.

La tradición de San Nicolás en Bélgica, Alemania, Países Bajos, Austria o Luxemburgo es un hecho de gran alegría, la noche del 5 al 6 de diciembre cada casa es visitada y deja a los más pequeños regalos y dulces © National Geographic

En nuestra América la Navidad tiene un significativo origen,  azaroso y trascendental como lo fue en gran medida el sino de nuestra historia. En la Nochebuena de 1492 naufraga la nao Santa María y con sus restos el 26 de diciembre Colón y sus hombres levantan Villa Navidad, primer asentamiento europeo en la isla La Española, ubicado en la costa noroccidental de Guárico, lo que hoy es Cabo Haitiano, en Haití. Con el desarrollo de la conquista y colonización se dota al Nuevo Mundo de una religión; la Iglesia y la corona, tomadas de la mano, marcan la formación del tejido social y cultural de estas tierras. La celebración navideña cobra  particular impronta, la que le brinda su origen católico y europeo,  fundido con los matices autóctonos de las distintas regiones del continente. En las culturas originarias de América encontramos celebraciones precolombinas con una relevante importancia, entre ellas, resalta la de los aztecas en honor a Huitzilopochtli, el dios azteca del Sol, o la de Cápac Raymi (Fiesta del Sol poderoso de los incas), celebraciones que coinciden en nuestro calendario en el mes de diciembre. Gracias a la Iglesia, la Navidad pasa a ser un hito fundamental en la reafirmación de nuestra fe: el origen de Jesús, hijo del Altísimo, vino a la Tierra a salvarnos. Es la invitación celestial a que orientemos nuestro espíritu en pro de alcanzar la auténtica magnanimidad de nuestra creación.

La poderosa empresa de bebidas gaseosas fue la creadora de la convencional imagen de Santa Claus. Haddon “Sunny” Sundblom _ The Coca-Cola Company

Desde hace décadas, impulsada por una visión netamente rentista, la relación ontológica y el sentido religioso de las fiestas decembrinas ha cedido espacio; parece que el origen místico de estas fechas solo habita en el relego de la memoria historiográfica. También parece acompañarle, en la retaguardia, la fervorosa espiritualidad que debía ser para todos los que somos cristianos: el jubileo por el nacimiento en humilde cuna del unigénito del Creador, el rey de reyes, ¡Dios nuestro Señor! Según Nietzche “Dios ha muerto” y hoy le vemos sustituido por una humanidad, que transmutó su palabra por la moralidad del mercado.  Santa Claus es el apóstol de esa ética, misma que sustituye la esencia del individuo por el beneficio, reduciéndolo a un mero vehículo en el complejo camino de la economía o en una variable algorítmica del universo 2.0. Para algunos estudiosos el creador de esta Natividad del consumo es Charles Dickens y su Cuento de Navidad; en 1843 no existían los árboles navideños ni las afectuosas tarjetas ni el matiz festivo que para la Iglesia anglicana tenía un antipático resabio pagano. Gracias a otras publicaciones alegóricas a las fiestas y la amalgama sincrética  de la celebración de el día de San Nicolás (6 de diciembre), con sus creencias relacionadas a las medias, los zapatos y las chimeneas;  la celebración escandinava del Yule (21 de diciembre); la del Abad del Júbilo (25 de diciembre) y la de Los obispos niños, elegidos el día de los Santos Inocentes (28 de diciembre), dan como resultado el personaje de Santa Claus o Papá Noel, un hecho relacionado al auge económico producto de la Primera revolución industrial en el siglo XIX.

Para quienes siguen a Cristo, el hermoso mensaje del pesebre encierra mucho de la fe, «Gloria a Dios en el Cielo y en la Tierra paz a los hombres de buena voluntad»

La infancia es la idílica etapa en la que las realidades de los adultos no se perciben con  claridad, pero, sí es el ciclo en que se nos forman los patrones con los que nos desenvolveremos en la adultez,  es en ella, cuando se inculcan los paradigmas de la motivación “si eres bueno recibirás un regalo”, patrón que pertenece más al mundo de los adultos que en el de la niñez. El carácter generoso, mítico y hermoso de la Navidad cobra mayor importancia en la infancia; de allí el respeto y cuidado con el que debemos preparar a los pequeños. Esta celebración, más allá de lo deslumbrante y el jolgorio ha de representar un gran acto de fe y de amor por los otros. El simbolismo de esta importante fecha recobra su valor cuando nos miramos hacia dentro, tendemos puentes con el prójimo y nos ponemos de ese lado de la vida, junto a los débiles, los desposeídos y los inocentes niños, que están excluidos del esplendoroso ambiente de festividad.  En estos días busquemos en los rostros de esos niños de la calle, en el Chiquilín de Bachín, de Horacio Ferrer y de Astor Piazzola, o en ese texto magistral de José Rafael Pocaterra, que nos desnuda como sociedad, De cómo Panchito Mandefuá cenó con el Niño Dios y veamos la verdad de las palabras que, desde las creencias, nos hacen humanos llamados a trascender desde la bondad y compasión. Dios no ha muerto. Viva Dios y ¡Feliz Navidad!

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