La aguda crisis económica y política en su dinámica ha derivado en apreciaciones negativas en millones de venezolanos, percepciones nada esperanzadoras para el legado de Chávez. La gente está agotada, sonámbula e iracunda, realidad revelada con la abstención del pasado 6D, un chavismo en decadencia según la votación: 17%. A lo interno de la revolución brotó un problema vinculante a la decadencia del capital chavista-madurista. Con su ausencia y falta de lealtad revolucionaria las clases populares demostraron que se cansaron de esperar por la justicia social, se ilusionaron con una falsa revolución bonita o redentora, que tuvo muchos dólares y puso a soñar a los millones de invisibilizados por el histórico sistema sociopolítico venezolano.
La postura de la indiferencia de un pueblo hacia el gobierno de Maduro cada día cobra una gran dimensión, es una actitud intolerante casi generalizada, rebelde, de mucho rechazo, potenciada por diversas injusticias, violaciones de los derechos humanos, abusos, inseguridad, represión desmedida de los cuerpos de seguridad. En buena parte de la gente ya no existe el miedo, el pueblo ya se atreve a protestar en sectores populares motivados por el hambre que no se le para firme a los militares, el gas, los malos servicios, los CLAP… Lo cierto es que los bonos de la patria no son suficientes para enfrentar su existencialismo humano, los estratos sociales D/E de la población –que fueron en su mayoría fieles al proyecto de Chávez– ya valoran sin piedad negativamente la gestión de Nicolás Maduro y todo lo que proponga, incluso en nombre del “comandante eterno”. No obstante, Maduro trata de construir verdades sobre las tangibles mentiras.
En esa complejidad intrínseca que vive Maduro, es un convencido poseedor de la verdad absoluta. Pero, lamentablemente, la verdad no se compra en ninguna parte, es relativa, nadie va a una tienda o supermercado a comprar verdades. Lo tangible es que vivimos en un país donde reina el daño antropológico, la anomia, fatiga cognitiva y el secuestro emocional, esa es la única verdad.
La crisis política es un obstáculo para lograr el bienestar social y la paz ciudadana, el gobierno entrelazado con el actual CNE siempre siembran dudas frente a la posibilidad de permitir eventos electorales a los que acudan a votar sin condiciones más de 20 millones de electores venezolanos inscritos en el registro electoral, es decir, que estos dos poderes de manera inducida construyen perversos entramados para frenar seguras derrotas, tiene su lógica las trabas. Durante estos 21 años de mandato la revolución de Bolivariana no había tenido un rechazo tan grande como en este momento. Las tendencias de los números hablan y dan lectura concreta: la revolución fracasó y no tiene futuro de continuar si no se apoya con una postura antidemocrática y represiva.
Emergen nudos críticos para el oficialismo, más aún cuando sus mejores tiempos electorales son historia, pero quieren perpetuarse en el poder con un apoyo minoritario que se mueve entre 15% y 14% aprobación a la gestión de Maduro. Antes esta realidad, Maduro tiene su desafío de fraguar el tránsito final hacia un sistema mixto / político anacrónico llamado comunismo-militarismo, exigencias de factores de poder político y económicos exógenos.
En este momento histórico el interpelado proyecto madurista finge miopía y se aferra al poder con un respaldo de 16,9%, olvida de manera interesada. Mucho tiempo en el poder todo gobierno democrático, más si tiene sustancia de dictadura, se desgasta y corrompe. La variable rechazo toma un valor cuantitativo muy significativo, hasta devastador y más si es una gestión que está en nivel “tóxico” e ineficiente en sus diversas respuestas a las exigencias de un pueblo sometido a una iniquidad socioeconómica.
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