Es conocido que en la lucha política, la esperanza necesita un sustento para existir, para no quedarse reducida a «vapores de la fantasía», como se dijo alguna vez, ya lejana. El sustento puede ser de variada índole: una ideología, una causa política, un partido político, un líder con fuerza o un conjunto de líderes, en fin, se trata de una enumeración abierta. Pero la esencia del sustento es la creencia, el asentimiento, la conformidad con alguna cosa, sea ésta un ideal, un movimiento o una persona. Sin credulidad, no hay sustento, y sin sustento no hay esperanza en la lucha política.
Cualquier similitud de lo anterior con la realidad venezolana no tiene nada de coincidencia. Es el meollo de la tragedia, del atasco que impide que se abran de verdad los caminos del cambio efectivo, a pesar de las miserables condiciones en que sobrevive la mayoría abrumadora de la población, por el dolo y la negligencia de la hegemonía roja y sus satélites. Lo que se llama «catástrofe humanitaria» no es una expresión sin contenido. No. Es el padecimiento cotidiano de millones de venezolanos. Y sin embargo, la hegemonía continúa en el poder.
¿Por qué? En gran medida porque la hegemonía es eso: una hegemonía, un proyecto de dominación que utiliza algunas formas o trapos de democracia para proyectar un disfraz, dentro y fuera del país. Y además con botijas tan repletas como persuasivas, no para el pueblo, que termina recibiendo migajas, sino para los grupos político-militares-financieros, sus mutaciones multicolores, y sus no pocos aliados externos, comenzando por los patronos cubanos. Si no se entiende esto, pues me parece que no se entiende nada,
Algunos llamados expertos sostienen que las «dificultades» están en las «estrategias prácticas», como si la lucha política contra una hegemonía despótica, depredadora y corrupta, fuera una cuestión técnica, más o menos cómo de tecnología electoral. Craso error. La cuestión no es técnica, es política, es de comprensión de la naturaleza de la tragedia y de los medios legítimos para enfrentarla. Amplios como lo consagra y exige la Constitución formalmente vigente.
En el presente, la esperanza de cambio tiene un sustento muy precario, para decir lo menos. El poder establecido está ostentosamente desacreditado, y los que aspiran a sucederle no han podido, sabido o querido -esto último, es importante- promover las oportunidades para darle sustento creíble y sólido a la aspiración de superar la hegemonía. Una situación que debe ser transformada de raíz. No nos cansemos de luchar para que así sea
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