Alfred Hitchcock es sin duda, uno de los grandes directores de la historia del cine y uno que además, hizo contribuciones de considerable importancia al ámbito cinematográfico. Pero también, tiene un lado oscuro que conviene revisitar de vez en cuando, aunque solo sea para analizar las sombras y luces de su legado, que la película Marnie de 1964 resume casi por completo.
Para cualquier cinéfilo, la sola mención de Alfred Hitchcock es un recorrido por lo mejor del cine y en especial, una serie de películas de ruptura que alumbraron lo cinematográfico tal como lo conocemos en la actualidad. No obstante, pocas veces se habla del otro Hitchcock, el director despótico, con varias acusaciones veladas de acoso en su contra y en especial, un uso más que dudoso de alguna de sus mejores películas para satisfacer un instinto perverso que todavía es difícil de comprender y más allá de eso, asimilar. Sin duda, Hitchcock es un genio de reconocido talento, un transformador del cine en varios niveles distintos. Pero también hay una percepción oscura en su mito que vale la pena analizar, para comprender sus puntos más altos —y bajos — en toda su amplitud.
Para comenzar, es conveniente dejar claro en algo concreto: Hitchcock estaba convencido de que el cine era una forma de lenguaje y como tal, en ocasiones estaba más interesado en la forma que en el fondo de lo que mostraba en pantalla, algo que nunca se molestó en disimular y que llegó a debatir en varias entrevistas. Para el director británico, la percepción sobre lo cinematográfico estaba relacionada directamente con algo de especial importancia: como arte visual que era, lo que se mostraba en pantalla debía tener el atractivo de contar, sin necesidad de otra cosa que los juegos ópticos, composiciones y la cualidad de la iluminación la historia que relataba el guion. De modo, que incorporó a su método de trabajo una meticulosa planificación previa, un minucioso guión gráfico y un control extremo que hacía cada cosa que ocurría en el set, debía pasar por su expresa aprobación. A distancia, todo lo anterior parece necesario y ejemplar, pero en realidad, también acentuó los peores rasgos del director de maneras despiadadas e incluso, desconcertantes.
Desde comentarios sobre una insoportable tensión en el set para todo el talento detrás de cámara, hasta el dominio casi enfermizo por la imagen e incluso la vida privada de sus actrices fetiches, Hitchcock desarrolló una concepción sobre lo cinematográfico, que incluía al set de filmación como coto privado. Ya durante la filmación de Psicosis, hubo rumores sobre despidos injustificados de camarógrafos, editores y productores por contravenir las órdenes del director, de una forma de dirigir que provocaba una atmósfera enrarecida y angustiosa dentro del plató. No obstante, la percepción general sobre la obra de Hitchcock seguía siendo la de un artista exigente que necesitaba expresar sus ideas. Hasta que comenzó la filmación de Marnie (1964) y quedó demostrado, al menos para la actriz Tippi Hedren, que había algo más turbio en la relación del británico con el cine.
Cien pájaros temibles volando
En una de las escenas más conocidas de la película Los pájaros (1963), Melanie (Tippi Hedren) entra en una habitación en la que es atacada por una bandada de aves enfurecidas. El personaje levanta los brazos, grita y su expresión de terror es tan genuina, evidente y profunda, que resulta estremecedora por su mera cualidad realista. Es una escena impecable que sorprendió al público de la época y que de inmediato pasó a formar parte de la historia del cine de género. Los críticos alabaron la tensión, el público se maravilló por la sensación de patente certeza de la amenaza que acechaba a los personajes. No obstante, solo los que estaban en el plató sabían qué había ocurrido en realidad.
Por desconcertante que parezca, la escena no tuvo dobles ni tampoco efectos especiales. Hitchcock decidió — sin consultar a su actriz principal — que la secuencia, tal como la había imaginado, ocurriría con todo el realismo posible y eso incluía 120 horas de filmación continua, insultos, hostigamiento y también un ambiente terrorífico que Tippi Hedren recordaría, muchos años después, como los más aterradores de su vida. El director hizo entrar a la modelo y actriz a la réplica de una pequeña habitación durante cinco días seguidos, mientras una docena de pájaros reales volaban sobre ella y en algunos casos, le picoteaban por medio de señuelos de comida y el uso de sonidos que aterrorizaban a los animales.
Hitchcock escogió aves lo suficientemente grandes como para que el daño que pudieran causar fuera real, visible y que resultaran además, una bandada terrorífica: cuervos, gaviotas y palomas de considerable tamaño volaban en pánico hacia la actriz, que debía arrojarse al piso si quería evitar que las garras y picos le hicieran daño real. La primera vez que se grabó la escena, hubo murmuraciones en el set, por la cualidad terrorífica de la experiencia, pero nadie se atrevió a contravenir a Hitchcock. Cuando se filmó por sexta, quinta vez, ya Hedren tenía las manos llenas de excrementos, el vestido roto, rasguños en las manos. Estaba aterrorizaba, gritaba a ciegas e incluso, tuvo que espantar a palmadas a un cuervo que estuvo a punto de clavar el pico en su ojo derecho. “Uno de los pájaros que estaba atado a mí, saltó de mi hombro a mi cara y me arañó el párpado inferior”, contó Hedren en su libro de memorias.
La mayoría del equipo técnico, que incluía además a los adiestradores de las aves, trataron de aminorar la tensión. Se cuenta que uno de los expertos recomendó a Hitchcock no provocar aun más a las aves, también agotadas y cada vez más violentas por el esfuerzo. Pero el realizador no les escuchó: de hecho, repitió la toma nada más y nada menos que 45 oportunidades, hasta que finalmente estuvo satisfecho con el resultado. Para entonces, Hedren lloraba a lágrima viva, tenía heridas reales en los brazos, dedos, manos cuerpo cabelludo y el rostro. Y por supuesto, solo quería huir del plató. Hitchcock se limitó a recordarle el contrato que había firmado y salió de allí.
La experiencia dejó constancia que los métodos de Hitchcock se habían convertido en algo más que las exigencias de un genio perfeccionista. De hecho, para el realizador la experiencia de Hedren era mucho menos importante que el resultado, por lo que cuando la actriz recibió una semana de licencia para recuperarse de la experiencia, Hitchcock protestó. De hecho, la propia Hedren contaría en su libro que el médico de cabecera del plató tuvo que intervenir para evitar que le obligaran a volver, en medio de un trauma a gran escala que le provocó un agudo caso de ansiedad y estrés post traumático a la actriz.
Al final, atada a un contrato y con su carrera pendiendo de un hilo — como el director se encargó de recordarle — , Hendren regresó y culminó la filmación. Pero todavía había una película más que filmar y fue en el set de Marnie, donde se hizo evidente que lo ocurrido en Los Pájaros, no había sido casual ni tampoco, fruto de un error técnico. Hitchcock estaba convencido de que sus actores y actrices eran meros instrumentos para lograr la perfección en pantalla, pero en especial que Hedren le debía su incipiente fama. E hizo uso de esa influencia para casi aplastar a la actriz bajo su puño.
Silencio bajo el silencio
Para la década 1960, la palabra “acoso” no existía en Hollywood. O al menos, no con la connotación actual. De modo que Tippi Hedren jamás pensó que las llamadas, insinuaciones sexuales y por último, el maltrato físico que recibió por parte de Hitchcock era en realidad algo más que una prerrogativa de un director poderoso sobre una actriz desconocida. De hecho, la actriz está convencida de que la inusitada crueldad que el director demostró contra ella durante la filmación de Los pájaros y después en Marnie, había sido una forma de venganza por el rechazo de la actriz a las insinuaciones del realizador, que le triplicaba la edad y se hacía cada más violento e insistente.
“Estoy viendo toda la cobertura mediática del asunto Weinstein. Ni esto es nuevo ni se limita a la industria del entretenimiento. Yo he tratado con el acoso sexual durante toda mi carrera como modelo y actriz. Hitchcock no fue el primero. Sin embargo, no estaba dispuesta a aguantarlo más tiempo, así que me alejé de ese mundo sin mirar atrás. Hitch dijo que podría arruinar mi carrera si contaba lo que me hizo. De esto hace 50 años, pero es el momento de que las mujeres empiecen a ponerse en pie por ellas mismas como ha pasado con el caso Weinstein. ¡Bien por ellas!”, contó la actriz apenas el movimiento #MeToo comenzó a tener una repercusión mediática considerable. Para la actriz, era una revancha tardía a toda la situación espeluznante que había tenido que vivir.
Para Hedren, hablar sobre la conducta de Hitchcock había significado romper un tabú que por años, se había alimentado en Hollywood. Después de todo, la actriz había sido descubierta y además encumbrada a la fama por el director, quien había decidido ofrecerle un contrato luego de verla en un comercial televisivo. Al principio, para la modelo de 31 años, todo había un sueño hecho realidad: Que uno de los directores más conocidos de Hollywood se convirtiera en su Pigmalion, rebasó cualquiera de sus fantasías.
Hedren no tenía experiencia y firmó un contrato con cinco años, en unas condiciones que en la actualidad, serían impensables. El director tenía un completo control sobre la vida de la actriz, tanto fuera como dentro del plató, lo que incluía que Hitchcock podía opinar — y quejarse — del comportamiento de la actriz, si así lo consideraba necesario. También tenía poder sobre su imagen, su tiempo libre y lo que resulta más escalofriante, su imagen más allá de la actuación. Palabras, palabras menos, Hedren era “suya” y el director, que ya era famoso por establecer vínculos exclusivos y posesivos con sus actrices, no dejó de recordárselo en cada momento de su vida en el medio lustro en que tuvo influencia sobre la actriz. La obsesión de Hitchcock por Hedren llegó a extremos de prohibir que cualquiera hombre del plató le dirigiera la palabra. Y por supuesto, nadie se atrevió a contravenir a uno de los grandes mitos vivos de Hollywoood. “Estaba aislada, petrificada de miedo y sin saber a qué acudir”.
La situación se hizo cada vez peor, a medida que Hedren dejó en claro que no aceptaba ningún acercamiento más allá de lo profesional con Hitchcock. Durante la filmación de Los pájaros, cada rechazo equivalía a una escena más difícil, a un riesgo más complicado de sobrellevar. Ya por entonces, Hedren llegó a comentar a sus amigos y parientes que, a menudo, el director se dirigía a ella en forma sexual y perversa.
Para cuando la filmación de Marnie comenzó, era obvio que Hitchcock utilizaba el plató como un método de castigo contra la actriz. Desde hacer instalar una puerta secreta que unía su oficina con el camerino de la actriz, hasta tener una máscara con su rostro en su habitación, la situación se volvió insoportable, degradante y temible. Hedren trató de resistirse como pudo, pero sus opciones eran cada vez más reducidas. “Cuanto más me enfrentaba a él, más agresivo se volvía”, aseguró la actriz en el libro en el que explica gran parte de la experiencia.
El momento más duro llegó cuando Hitchcock tomó la deliberada decisión de crear una escena para humillar y lastimar sexualmente a Hedren. Cuenta el escritor Donald Spoto en su libro Alfred Hitchcock, La cara oculta del genio (1983), que la escena en que el personaje de Marnie es violada la noche de bodas por su flamante marido no era parte del guion original y de hecho, el guionista Evan Hunter fue despedido por no querer añadirla. Al final, la escena se llevó a cabo y el director mantuvo la cámara muy cerca del rostro de la actriz, que no tuvo ninguna duda que se trataba de una venganza repulsiva a su rechazo. “Lloré por semanas enteras después de eso”, contaría Hedren en su libro.
A pesar de su contrato, Hedren no volvió a trabajar con Hitchcock, lo que virtualmente llevó a su carrera a un punto muerto del que jamás pudo recuperarse. Y Marnie sigue siendo considerada la película más extraña, desordenada y poco coherente del director. Incluso el recién fallecido Sean Connery llegó a decir que fue uno de los momentos más extraños y duros de su carrera.
Al final, Donald Spoto parece resumir el lado oscuro de Hitchcock en su ya clásico libro: Un genio extraordinario que legó al cine un tipo de pulcritud y adelantos argumentales y técnicos asombrosos, pero también dejó a su paso, un espacio complicado relacionado con lo que un hombre con poder podía hacer en Hollwyood. ¿Fue el director la puerta abierta a hombres como Weinstein? Tal vez es muy duro decir algo semejante, pero sin duda, la actitud de Hitchcock sobre sus actrices y la forma en que el cine se hizo la vista gorda, sigue siendo un legado incómodo que difícilmente puede ignorarse en la actualidad.
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