En matemáticas, dos y dos son cuatro, y no hay otra vuelta que darle. En política, dos y dos pueden ser cuatro, cinco o seis.
En las ciencias exactas, la resolución de problemas es el resultado de la combinación apropiada de factores reales, incontrovertibles. Dos más dos son cuatro, y si les sumas cinco, son nueve. No hay más interpretación. En política, los hechos, incluso aquellos que no deberían tener discusión, son sujetos a interpretación.
En Estados Unidos, un hecho incontrovertible es que Joe Biden ganó las elecciones presidenciales. En algunos de los estados donde eso se ha puesto en duda, se han contado los votos una y otra vez. En Georgia, por ejemplo, hubo primero un conteo digital, luego vino uno manual, se cotejaron los datos que arrojaban las máquinas con las papeletas físicas, y después hubo un tercer conteo. Y Trump todavía dice que ganó, que le robaron los votos.
Los funcionarios electorales republicanos de los estados donde perdió Donald Trump, que no votaron por Biden, ni querían que el demócrata fuera el próximo presidente, han certificado y avalado los resultados de los comicios de noviembre. Los jueces frente a los cuales se han llevado los casos de supuestas trampas alegadas por los abogados de Trump, han rechazado tales alegatos por falta de pruebas, jueces nombrados por presidentes republicanos y algunos por el propio Donald Trump. El actual mandatario, sin embargo, a pesar de los hechos, sigue cantando fraude. Y como en política, dos más dos pueden ser cinco o seis, hay millones de estadounidenses (la mayoría de los que votaron por Trump) que creen que lo que argumenta el presidente norteamericano es verdadero.
Los hechos son una cosa. La interpretación de los mismos es otra.
Lo clave para entender las cosas de la política es que se debe ser consciente de que en la lucha por el poder hay siempre un mínimo de dos contendientes (puede haber más) y que el éxito que cada uno pueda tener del proceso depende del nivel de respaldo del público hacia uno u otro. Sea en democracia, en autocracia o en dictadura, el peso del respaldo a uno de los dos contendientes principales es el que provee la medida del éxito. Y, como en el ajedrez (un poco de moda por la película la Movida de la Reina), cuenta tanto lo que haga yo como lo que haga mi adversario.
Se me dirá que, en Venezuela, por ejemplo, 80% de los venezolanos desea que Maduro se vaya inmediatamente, o muy pronto, según las encuestas. Bien, pero ese deseo no se traduce necesariamente en respaldo hacia una opción diferente de liderazgo. Hace tiempo que ese 80% de los venezolanos rechaza a Maduro. Y mientras la población ha expresado ese rechazo hacia el titular del régimen actual, también ha mostrado no estar convencida de que los líderes alternativos que le han presentado sean los apropiados para sustituirlo. Los apoyos a tales líderes, en todo caso, han sido fluctuantes, dependiendo de los acontecimientos del momento. No perduran. No hay raíces. Guaidó ha durado demasiado.
Los hechos del domingo pasado, con la turbia elección para escoger una nueva Asamblea Nacional en Venezuela, le ofrecen al país una cantidad de elementos frente a los cuales va a ser determinante lo que de ahora en adelante hagan tanto el régimen como la oposición. Lo que hagan y estén en capacidad de hacer los contendientes principales, y la capacidad de convencimiento que tengan ambos frente a la población, va a ser determinante de aquí hasta principios de enero en su intento por mantener o corregir el evidentemente equivocado rumbo por el que transita el país; lo que hagan ambos. Es cierto que una ficha importante de este juego es la represión gubernamental, pero la historia nos señala que al autócrata más pintado lo destituye un pueblo decidido, si está convencido de que el esfuerzo de sus líderes va por el camino correcto. Los líderes solos no pueden. La población sola, sin orientación, tampoco.
Un hecho cierto del momento es que la Asamblea Nacional, la que contará con recursos y apoyo del resto de los poderes del Estado, estará en manos del régimen. Por más vueltas e interpretaciones que se le den a la realidad, la Asamblea Nacional actual, a pesar de que su existencia tiene un basamento legal indiscutible e incontrovertible, tendrá un ínfimo juego para actuar. A los ojos del venezolano común y corriente, será un cuerpo anodino, insuficiente, asfixiado, prácticamente inexistente.
A los ojos de los factores externos al país, la legitimidad de la Asamblea Nacional actual y el reconocimiento del liderazgo derivado de su existencia institucional dependerán de lo que este liderazgo haga de aquí al 20 de enero, cuando se impondrá un nuevo gobierno en Estados Unidos, que ya ha anunciado que enmarcará su política internacional en un plano multilateral, que actuará en lo que respecta a Venezuela en consulta con sus aliados europeos y latinoamericanos, y que pondrá en práctica una política diferente hacia Cuba y China (aliados del régimen), que va a responder principal y primordialmente a los intereses de ese país.
La asamblea elegida (o designada) el domingo fue una ganancia para el régimen en lo que se refiere al control de las instituciones del Estado, pero la precaria presencia ciudadana en los turbios comicios no le concedió al régimen la apariencia de triunfo que esperaba. Eso es algo concreto. Basta ver cómo manejará el liderazgo opositor ese dato, interna y externamente, para convencer a los ciudadanos y a los factores externos de la necesidad de actuar para salir de Maduro.
Una incógnita en lo subjetivo de lo ocurrido el domingo, con la inmensa abstención electoral que obligó a que el espurio CNE extendiera el proceso hasta después de la hora oficial de cierre, porque no había suficientes votantes, es el efecto que esa precariedad manifestada de apoyo al régimen pueda tener en las Fuerzas Armadas, aun considerando el control que de ella tienen los altos oficiales enchufados, que viven de la extendida maraña de corruptelas de todo tipo y que están muy contentos con que el país se siga desangrando, porque ellos sí tienen la barriga llena. Eso puede poner nerviosos a algunos. Pero de nuevo, depende de cómo maneje los hechos el liderazgo opositor.
En fin, las elecciones del domingo son el hito inicial de un proceso clave y definitorio que dio unos resultados objetivos; proceso que continúa ahora con la consulta ciudadana promovida por la mayoría del liderazgo opositor democrático, y con lo que ese mismo liderazgo haga a partir del nuevo dato que surja de esa próxima consulta. En este segundo hito del proceso va a ser de mucha significación la importancia que le dé al mismo la ciudadanía opositora, esa masa que lo es aun cuando no se declare partidaria ni simpatizante de sus líderes actuales.
El liderazgo opositor democrático actual, como he dicho en otras oportunidades, va a tener que mascar chicle y caminar a la vez en los próximos días. Este liderazgo actual va a tener que mover bien sus fichas en el aspecto simbólico o subjetivo de su legitimidad interna y externa, y a la vez va a tener que decididamente vincularse orgánica y emocionalmente a los problemas reales de la gente, salirse un poco de las redes sociales y del Internet, y orientarse más a coger calle en los barrios, en los pueblos del interior del país, acompañar a los gremios, a los sindicatos, a los estudiantes, a sus maestros y profesores, a las organizaciones de la sociedad civil, a la población que tiene bastante tiempo protestando sin ninguna guía ni orientación. Si no lo hace, dos y dos seguirán siendo cinco, seis y siete, y corren el riesgo de ser desplazados, cualquiera que sea el resultado final de la operación.
@LaresFermin
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