Por ALEJANDRO HIGASHI
Octavio Paz es el más cenital de nuestros poetas. Ya lo era antes de la recepción del Premio Nobel un 11 de octubre de 1990 y se comprometió a no dejar de serlo después. Si el premio le trajo un reconocimiento internacional, Octavio Paz estaba muy lejos de ser un desconocido en su propio país: en 1989 protagonizó México en la obra de Octavio Paz, una serie producida y difundida por la empresa de televisión más importante y con mayor penetración por esos años entre públicos de muy distintos estratos, Televisa, y en agosto de 1990, el encuentro internacional El Siglo XX: la Experiencia de la Libertad, con cobertura internacional. Su influencia para las generaciones posteriores creció espontáneamente como las ramas de un árbol, aunque de forma desigual. En El manantial latente, muestra de poesía mexicana desde el ahora (1986-2002), Ernesto Lumbreras y Hernán Bravo Varela realizaron una encuesta entre los autores y autoras de su compilación: los ensayos en lengua española más leídos fueron El arco y la lira, El laberinto de la soledad y otros más escritos por Octavio Paz; pero al llegar al listado de los libros de poesía en lengua española con mayor influencia en su obra, sólo se recordaba Piedra de sol o Blanco después de Altazor de Huidobro, Trilce de Vallejo, Residencia en la tierra de Neruda, Muerte sin fin de Gorostiza, La realidad y el deseo de Cernuda y Poeta en Nueva York de Lorca.
Su obra poética no soportó la competencia desleal con su propia ensayística. Al año siguiente de ganar el Premio Nobel, se publicaron Sunstone y The Collected Poems of Octavio Paz (1957-1987), traducidos ambos por Eliot Weinberg para aprovechar la inercia publicitaria de la noticia, pero The Labyrinth of Solitude podía leerse en inglés desde 1961. La primera edición de sus Obras completas arrancó ese mismo años de 1991 en Barcelona, pero en 1997, cuando empezó a circular el tomo de Obra poética I, Anthony Stanton le preguntó a Paz quién reseñaría la edición definitiva de su obra en verso y el poeta sólo atinó a responder “Nadie”.
Este vacío alrededor de su obra poética no era nuevo ni tampoco lo era su coincidencia con una fama al rojo vivo por el calor mediático del momento. Carlos Monsiváis, en ocasión del ingreso de Paz al Colegio Nacional en 1967, máxima distinción a la que puede aspirar un intelectual mexicano, apuntó: “sucede con Octavio Paz el fenómeno típico de los grandes escritores vivos en México: la influencia mágica de su nombre es muy superior al conocimiento real de su obra, su pensamiento y su actitud”. Lo llamaba, “el más importante autor desconocido en México”. En un país que no había superado su etapa de subdesarrollo, Monsiváis pensaba que se podía ser “el mayor escritor de México y, al mismo tiempo, un autor prácticamente inédito en lo que a una mayoría del público se refiere”.
La injusticia denunciada por Monsiváis en 1967 se repitió en 1990. La idea central de Monsiváis (“vivimos en el subdesarrollo”) mantuvo su lamentable vigencia en el discurso de aceptación del Premio Nobel cuando Paz se presentó a sí mismo como un expulsado del presente y advirtió que “para nosotros, hispanoamericanos, ese presente real no estaba en nuestros países: era el tiempo que vivían los otros, los ingleses, los franceses, los alemanes. El tiempo de Nueva York, París, Londres. Había que salir en su busca y traerlo a nuestras tierras”.
En 2014, año en que se conmemoró el centenario de su nacimiento, se publicaron varias brillantísimas biografías que abonaron el culto a su personalidad y, lamentablemente, desampararon su poesía, relegada al estertor de lo testimonial: la de Enrique Krauze, la de Alberto Ruy Sánchez, la de Julio Hubard, la de Guadalupe Nettel, la de Carlos Ramírez; en los años inmediatos se publicarían las de Guillermo Sheridan, Ángel Gilberto Adame, Christopher Domínguez Michael y varias más. La lista de lecturas sobre su obra poética, por el contrario, puede leerse sin tomar mucho aliento: Toward Octavio Paz: A Reading of His Major Poems (1957-1976), de John M. Fein (1986); Octavio Paz: el poema como caminata, de Hugo Verani (2013) y El río reflexivo, poesía y ensayo en Octavio Paz, de Anthony Stanton (2015).
¿Qué ha cambiado entre 1990 y 2020? ¿Leemos más y mejor su poesía o Paz no ha dejado de ser el autor de un solo libro, El laberinto de la soledad? ¿Podemos recitar de memoria un poema de Paz como recitamos uno de Benedetti o Sabines? ¿Hemos puesto música a sus poemas como lo hicimos con Leduc? En Árbol adentro (1987), su último poemario, un Octavio Paz influyentísimo en el medio intelectual, pero sin lectores ni lectoras para su obra poética, escribiría: “Allá adentro, en mi frente, / el árbol habla. / Acércate, ¿lo oyes?”. Treinta años después, ¿nos hemos acercado a escuchar su poesía?
*Alejandro Higashi es profesor investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. Es miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua y del Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea.
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