“Para que el pueblo ‘tenga poder’ (en serio) la condición irrenunciable es que el pueblo impida cualquier poder ilimitado…”.
Giovanni Sartori.
Qué difícil es vivir en una Venezuela que, durante tan largo tiempo, ha sido gobernada por el finado y sus secuaces. Es dramático y triste constatar, después de tantos años que han ejercido el poder, las enormes calamidades, las carencias y las variadas vicisitudes con las que debe lidiar el común de los venezolanos para sobrellevar de la mejor manera posible su existencia; sin recibir del régimen ninguna contraprestación de avance, crecimiento y progreso. Este ha sido un gobierno que ha abusado, abusa y expolia a la población, la esquilma, la envilece, la acosa y materialmente no le cumple con la tan cacareada “suprema felicidad social del pueblo”.
Por el contrario, cada día nos cercena el presente, nos destruye el futuro y nos encierra en un círculo de miseria y represión crecientes. Es una suerte de desenfrenado castigo colectivo al que nos ha sometido este nefasto régimen con su empeño de destruir al país, sus leyes, sus instituciones y los principios y valores democráticos que aún perduran para tratar de imponer, a cambio, un totalitario, fracasado y anacrónico modelo de sociedad, mayoritariamente rechazado por la población.
Al igual como han venido haciendo los ciudadanos en otras partes del mundo contra las satrapías que los subyugaban, ha llegado el momento de dejar la pasividad de lado y actuar para hacerle entender al régimen que categóricamente rechazamos su visión de país; que resistimos su decisión de arrebatarnos nuestra libertad individual y que no continuaremos tolerando sus intentos de limitar nuestra capacidad de pensar y actuar según nuestras propias convicciones y creencias; que no aceptamos que viole impunemente la Constitución y conculque nuestros derechos fundamentales; que no permitiremos que destruya el derecho a la propiedad privada; que no queremos que hipertrofie el tamaño y las funciones del Estado; que rechazamos como ha pervertido la economía y corrompido los valores éticos de nuestra nación; que no aceptamos como ha envilecido nuestro signo monetario y destruido industrias y empleos; que nos indigna como ha debilitado la seguridad individual y colectiva; que rechazamos su proverbial indolencia que ha permitido el terrible ecocidio que está ocurriendo en la zona de Guayana y como paulatinamente ha perdido el control sobre inmensas áreas del país, donde impunemente operan grupos irregulares y el crimen organizado; que no aceptamos como ha pisoteado y comprometido nuestra soberanía y limitado nuestro libre albedrío. Pero lo más grave de todos los desatinos del “farsante eterno “y del improvisado “dictadorzuelo” actual, es que han destruido el presente y el porvenir nuestro y el de nuestros hijos, quienes no alcanzarán a disfrutar la calidad de vida que teníamos antes de que ellos llegaran al poder, y además irresponsable, imperdonable e inaceptablemente le han robado las oportunidades y las posibilidades de un mejor destino a los niños venezolanos que no han nacido todavía.
Bajo tales circunstancias, nuestra decidida actitud y acciones ciudadanas contundentes constituyen el soporte fundamental para hacer posible la transición que nos lleve a reconducir el destino del país. Disponemos de la dignidad y de la autoridad moral y política suficiente para realizar los cambios y hacer que estos contribuyan a rescatar la institucionalidad democrática que nos ha sido arrebatada. De una vez por todas, seamos protagonistas, el país así nos lo reclama; pongamos fin a la gran tragedia que por estos largos, tenebrosos y onerosos 20 años ha destruido, empobrecido y enlutado la vida de los venezolanos.
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