Por GEHARD CARTAY RAMÍREZ
A Mariela Arvelo
Florentino y el Diablo bien puede considerarse la obra magna del poeta barinés Alberto Arvelo Torrealba (1904-1971). Ahora, cuando se cumplen ochenta años de haberse publicado por primera vez, debe destacarse su vigencia en el tiempo y su trascendencia en la literatura venezolana y universal.
En todos estos años, el contrapunteo creado por Arvelo Torrealba ha devenido en un romance muy conocido en aquellas tierras planas, pues traduce una filosofía y una manera de ser del llanero, anda en los labios de su gente, en sus cantos y en sus dichos. Pudiera decirse, sin hipérbole, que se trata de una de las obras poéticas de mayor repercusión en nuestra cultura popular, surgida de las profundidades del llano venezolano.
En realidad, la leyenda de Florentino y el Diablo formó parte de una tradición oral de vieja data en Apure y Barinas. El periodista José Eustaquio Machado, en su discurso de incorporación a la Academia Nacional de la Historia, pronunciado el 11 de mayo de 1924, hizo una amplia referencia sobre la famosa porfía llanera entre Florentino y su contrincante (1), donde “el primero gana la prez de la victoria”.
Posteriormente, el intelectual apureño Manuel Mirabal Ponce publicó en la revista Fantoches, No. 112, de fecha 26 de noviembre de 1925, un estudio sobre el mismo tema, recogiendo de la tradición oral llanera muchas coplas atribuidas a Florentino y su oponente. Al referirse al primero, Mirabal Ponce afirma que no fue un personaje ficticio, sino real, “galanteador como ninguno”, con “fama de afortunado entre las hembras que siempre se disputaban las glorias de torcer los cordones de sus barboquejos” (2).
Más tarde, en 1934, Rómulo Gallegos desarrollará el personaje en Cantaclaro. En esta novela, Florentino alcanza contornos aún más definidos como el famoso contrapunteador llanero que dominó con su arte a todos los cantantes del Apure inmenso y solitario. Se trata de un cantor obsesionado con el Diablo, aunque en la obra nunca se produce la verdadera porfía entre ambos, a diferencia del poema de Arvelo Torrealba.
Lo cierto es que el tema apasionó desde siempre al poeta barinés. Ya en 1930, estando de vacaciones en Barinas, había escrito una obra de teatro sobre la leyenda de Florentino y el Diablo, escenificada luego en varias poblaciones de la región. Aquel ensayo teatral y poético revela, analizado ahora, que el tema siempre fue recurrente en la imaginación de Arvelo Torrealba.
Pero cuando ese mismo año Gallegos leyó a sus alumnos del Liceo Caracas, entre los que se encontraba Arvelo Torrealba, el primer capítulo de su novela Cantaclaro –el mismo Florentino Coronado–, el joven poeta resolvió que la obra que tenía en mente en torno a ese tema la escribiría en verso (3).
20 años de trabajo poético
Florentino y el Diablo es la obra a la cual el poeta dedicó más tiempo, a la que con toda seguridad quiso más y con la que se sintió plenamente identificado.
Se trata, en síntesis, de una versión venezolana de la eterna lucha entre el bien y el mal, acerca de la cual en algunos países diversos autores han producido obras prodigiosas. En el caso de Arvelo Torrealba, la suya está referida al entorno llanero y más propiamente localizada en la geografía barinesa, “buscando expresión en el cauce estrecho del octosílabo y teniendo como meta última la porfía legendaria”, a juicio del investigador Humberto Febres Rodríguez (4).
Los actores son, por una parte, el cantador más famoso de los llanos y, por la otra, el Diablo. Puede parecer un esquema maniqueo, pero siempre fue tal el sustrato de esta leyenda. Sin embargo, más allá de esa consideración, en el poema arveliano Florentino es la personificación del llanero, su filosofía, su vida, sus costumbres y su entorno, es decir, el llano mismo. En esa contienda frente al Maligno los representa a todos y, en cierto modo, es su paradigma. Del Diablo ya sabemos que se trata de un personaje universal, pero en este caso es particularmente un intruso que amenaza y provoca a Florentino. A él y a lo que representa tratará a todo evento de llevárselos a sus comarcas infernales. Y a partir de aquí pueden elaborarse tesis más allá del campo religioso y esotérico para adentrarse en consideraciones filosóficas, sociológicas o políticas. No es ese, por cierto, el propósito de este trabajo.
El reto del Diablo a Florentino lo sitúa durante el bravío verano llanero y en cualquier punto de una sabana barinesa. En cambio, la confrontación tiene lugar en una oscura “noche de fiero chubasco” y ocurre en la desolada población de Santa Inés, la misma que sirvió de escenario a una de las batallas más importantes de la Guerra Federal.
No se trata de una reyerta en el plano físico. Por el contrario, la lucha se realiza en el campo del intelecto, mediante una ágil y lúcida improvisación de ideas –tal como acostumbran a hacerlo los llaneros a través del contrapunteo musical, propio de toda fiesta o reunión–, las más de las veces graficadas con los dichos y los refranes que la gente del Llano usaba (y usa) para comunicarse con sus semejantes. Se trata de una cultura de vida y de una filosofía de hondas raíces y de extraordinaria riqueza, tanto en el lenguaje como en su temática.
Así, el Diablo combate para arrebatarle el alma a su contrincante, y este para impedirlo, ambos al compás de octosílabo y acompañados de arpa, cuatro y maracas. La primera y sombría escena es la del reto, en plena llanura calcinada y calurosa, casi a punto de entrar la noche. El coplero Florentino “desanda a golpe de seis (…) cuando con trote sombrío / oye un jinete tras él”. Entonces es cuando el Maligno lo desafía:
-Amigo por si se atreve,
aguárdeme en Santa Inés
que yo lo voy a buscar
para cantar con usté.
El poeta recrea aquel momento imantando todo el entorno con la fuerza extraordinaria que implica la siniestra invitación del Diablo:
Mala sombra del espanto
cruza por el terraplén.
Vaqueros de lejanía
la acompañan en tropel;
la encobijan y la borran
pajas del anochecer.
Pero el cantador llanero no se amilana. Acepta el reto, en medio del agreste paisaje que lo rodea, sin que le falte voluntad y el optimismo para enfrentar a su enemigo:
-Sabana, sabana, tierra
que hace sudar y querer,
parada con tanto rumbo,
con agua y muerta de sed,
una con mi alma en lo sola,
una con Dios en la fe;
sobre tu pecho desnudo
yo me paro a responder:
sepa el cantador sombrío
que yo cumplo con mi ley
y como canté con todos
tengo que cantar con él.
El ancho mundo del llano y el llanero
Después vendrá el largo y sabio contrapunteo entre las dos visiones de lo humano y lo satánico.
En el curso de las improvisaciones de ambos contendientes, Arvelo Torrealba recoge y reconstruye el ancho y maravilloso mundo de lo mágico y lo real, lo profano y lo humano, lo sacro y lo telúrico, en definitiva, la compleja y a la vez sencilla filosofía del llanero, desde todos sus confines, abarcando también los amplios terrenos que ocupan en su mundo el bien y el mal.
Pocas veces, en realidad, se ha expuesto con tanta gracia, ingenio y profundidad el arquetipo del llanero. Arvelo Torrealba lo describe íntegramente cuando pone en labios de Florentino su filosofía modesta, su chispa mental y la manera cómo afronta los desafíos. También el contrapunteador expresa el inacabable optimismo del llanero y su infinita esperanza, aún en medio de tropiezos y dificultades. Del Diablo se puede presumir su manera de ver y juzgar las cosas, pues el personaje es universal, plano y radical. Pero del hombre del llano venezolano –en este caso, oriundo de Apure y Barinas, concretamente– no se había recreado un modelo tan parecido como el que encarna aquel que cantó con el Diablo.
No es posible ahora, por razones de espacio, intentar un análisis de mayor profundidad sobre el contenido filosófico del poema, ni tampoco citar muchos de sus versos, provistos de una riqueza espiritual y filosófica, más allá de la contingencia del duelo. Y es que quien piense que se trata tan sólo de un desafío entre dos cantores y nada más, no ha comprendido el profundo calado discursivo de Florentino y el Diablo.
***
A lo largo de la dura confrontación y sin que el Diablo pueda darse cuenta, la zamarrería de Florentino lo va envolviendo hábilmente, pues en la medida en que alarga la improvisación, también avanza la noche hacia el amanecer –lo que resultará fatal para Satanás– y gana tiempo el catire quita pesares. Luego de varias horas, cuando el Maligno se da cuenta de la trampa que le ha montado el contrario, pretende entonces cortar por lo sano para llevárselo:
Donde manda capitán
usted es vela caída,
yo altivo son de la mar.
Ceniza será su voz,
rescoldo de muerto afán,
sed será su última huella
náufraga en el arenal,
humo serán sus caminos,
piedra sus sueños serán,
carbón será su recuerdo,
lo negro en la eternidad,
para que no me responda
ni se me resista más.
Capitán de la Tiniebla
es quien lo viene a buscar.
Florentino acude entonces a su bellaquería llanera, a su creencia en Dios y a su devoción por la Virgen en varias de sus advocaciones. Así, armado de sus creencias y con la seguridad que le proporciona el inminente amanecer, el recio cantador pone punto final al contrapunteo:
Es quien lo viene a buscar.
Mucho gusto en conocerlo
tengo señor Satanás.
Zamuros de la Barrosa
salgan del Alcornocal
que al Diablo lo cogió el día
queriéndome atropellar.
Sácame de aquí con Dios
Virgen de la Soledá,
Virgen del Carmen bendita,
sagrada Virgen del Real,
tierna Virgen del Socorro,
dulce Virgen de la Paz,
Virgen de la Coromoto,
Virgen de Chiquinquirá,
piadosa Virgen del valle,
santa Virgen del Pilar,
Fiel Madre de los Dolores
dame el fulgor que tú das,
¡San Miguel! Dame tu escudo,
tu rejón y tu puñal,
Niño de Atocha bendito,
Santísima Trinidá.
Y ya derrotado el Diablo, Arvelo Torrealba cierra el largo poema con la siguiente cuarteta triunfal:
En compases de silencio
negro bongo que echa andar.
¡Salud, señores! El alba
bebiendo en el paso real
Ecos lejanos repiten:
¡Santísima Trinidá!
Las tres versiones
La necesidad de perfeccionar esta obra se convirtió para el poeta en una auténtica obsesión por pulirla, complementarla y mejorarla cada vez más.
Así, de la primera versión, publicada finalizando 1940 –constante de 280 versos–, a la segunda, aparecida inicialmente en la edición aniversaria de El Nacional en 1950, y luego incluida en la segunda edición de Glosas al Cancionero con el título de Florentino, el que cantó con el Diablo, hay una labor extraordinaria para ampliar en calidad el poema en referencia. Recuérdese que entre 1941 y 1945 Arvelo Torrealba fue Gobernador de Barinas y esa experiencia le sirvió para enriquecer su obra fundamental. Tuvo entonces tiempo para recopilar algunos otros refranes y dichos de llano.
Luego, entre 1946 y 1949, durante su pasantía en Acarigua, continuó, con disciplina y empeño admirables, puliendo la primera versión, según me contara su hijo Alberto Arvelo Ramos. Su técnica era, primero, componer mentalmente aquellos versos y luego declamarlos en la soledad de su estudio, hasta aprendérselos de memoria. Y sólo después de este ritual de creación e inspiración se sentaba a escribirlos. Así enriqueció notablemente la nueva versión, aumentándola a 447 versos.
Esta segunda versión de Florentino y el Diablo –conocida como la versión de 1950– es la que ha tenido mayor aceptación y la más estudiada por los investigadores. También ha sido la de mayor difusión popular, pues fue grabada por los cantantes llaneros José Romero Bello y Juan de los Santos Contreras (El Carrao de Palmarito), interpretando a Florentino y al Diablo, respectivamente. Su primera parte fue escogida por el maestro Antonio Estévez para componer la Cantata Criolla, en tanto que la segunda parte la extrajo de la versión de 1940.
En cambio, la tercera versión o versión final, la de 1957, a pesar de haber sido aumentada a 1.219 versos y notablemente mejorada en muchos aspectos –en 1966 el poeta le hizo las últimas modificaciones, a fin de incluirla en su Obra Poética–, se caracteriza por una cierta tendencia hacia el propio mundo interior del autor, lo que, en modo alguno, la desmerece.
¿Por qué razones el poeta produjo tres versiones de aquel poema? “¿Por qué tres veces –se preguntaron sus propios hijos– tentar el habla, para que diga sus misterios en torno a un tema permanente?” Ellos mismos advirtieron que ante la interrogante el poeta acostumbraba a callar. Pero atinaron a explicar que el poema “fue escrito y expandido tres veces, con tal severidad de transformaciones, con tantos versos renacidos o incorporados a cada una de las tres versiones, que casi podría hablarse de tres poemas distintos con unos versos comunes y un tema permanente”.
“Contrapunteo de la vida y de la muerte” llamó el escritor, poeta y crítico literario Orlando Araujo a esta magna obra de Arvelo Torrealba, Pero Araujo fue más allá al destacar también la universalidad del poema y del poeta barinés: “Algún día llegará la hora del reconocimiento universal de este poeta hasta hoy minimizado por pequeños cultos regionales y por carteles de un nativismo que no alcanza a ver, más allá de esteros, de garzas y de chaparrales, las esencias eternas de uno de los poetas más auténticos de la lengua castellana” (5).
Esta obra de Arvelo Torrealba marca también, de manera indeleble, la literatura venezolana, en general, y la llanera, en particular. En el primer caso, Arvelo Torrealba llegó a ser llamado “el gran poeta nacional”, según la autorizada opinión de Luis Beltrán Guerrero. En cuanto a lo segundo, basta adentrarse en nuestros llanos para constatar la profunda resonancia popular del poema arveliano: no hay cantante que no lo conozca o lo haya interpretado y son escasos los que no lo han oído alguna vez.
Su gran poema se ha masificado de la misma manera como ha crecido la simbología creada a su alrededor: Arvelo Torrealba es hoy un icono de la cultura del Llano, sin dejar de ser también -como lo exigía Orlando Araujo- un poeta universal.
NOTAS
1 Humberto Febres Rodríguez, En Negra orilla del mundo, Fundación Cultural Barinas, 1994, página 19.
2 Edgar Colmenares del Valle, Introducción del Diario de un Llanero, por Antonio José Torrealba, Tomo I, Caracas, 1987, página XL.
3 Alberto Arvelo Torrealba, Florentino y el Diablo, Vitrales Editorial/Gobernación del Estado Barinas, 1995, página 109.
4 Humberto Febres Rodríguez, obra citada, página 19.
5 Orlando Araujo, Contrapunteo de la vida y de la muerte. Ensayos sobre la poesía de Alberto Arvelo Torrealba, páginas 75 y 76, Caracas, 1974.
Alberto Arvelo Torrealba
Poeta, abogado, docente, político, gobernador, magistrado del más alto tribunal, ministro, académico, embajador, ecologista, premio nacional de Literatura en 1966 (mención prosa), todo eso y más fue Alberto Arvelo Torrealba, autor de Florentino y el Diablo y de una obra poética que algunos han calificado como neo nativista, aunque no se agota en tal calificación. También fue un laureado ensayista, como lo demuestran sus dos libros en prosa: Caminos que andan y Lazo Martí, vigencia en lejanía.
Arvelo Torrealba nació en Barinas el tres de septiembre de 1904, miembro de una familia de poetas e intelectuales, entre los que también destacaron su propia madre, Atilia Torrealba Febres Cordero de Arvelo, y sus primos hermanos Alfredo y Enriqueta Arvelo Larriva.
Cursó estudios primarios en su ciudad natal y luego bachillerato en el Liceo Caracas, bajo la dirección de Rómulo Gallegos, siendo condiscípulo de Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Jóvito Villalba y Miguel Otero Silva, entre otros jóvenes que más tarde se destacarían en diversas áreas y con quienes integró la famosa Generación de 1928. En 1935 se graduará de doctor en Ciencias Jurídicas y Políticas en la UCV.
En 1941 el presidente Isaías Medina Angarita lo designó Gobernador de Barinas, cargo que ocupó hasta 1945. En 1948 es nombrado magistrado de la Corte Federal y de Casación. En 1951 será embajador en Bolivia y en 1952 ministro de Agricultura y Cría. En 1953 ejercerá como embajador en Italia, cargo al que renuncia en 1955 para ocuparse del ejercicio profesional del Derecho.
Fue un personaje poliédrico y enciclopédico, abarcador de varias disciplinas a las que dedicó profundos estudios e investigación, entre ellos la ecología, la geografía y el medio ambiente. Dominó varios idiomas, escribió algunos poemas en francés e italiano y tradujo al poeta Giuseppe Ungaretti. Murió en Caracas el 28 de marzo de 1971.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional