El 5 de diciembre fue escogido como el Día del Profesor Universirario. Esto en reconocimiento explicito y consuetudinario a la Ley de Universidades promulgada ese día de 1958, a meses de la erradicación definitiva de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.
Se pensará, con algo de razón atenida a la realidad, que no existe motivo alguno para celebrar hoy el Día del Profesor, ni la referida ley firmada por el presidente Edgard Sanabria, pero no resulta del todo así. Por cierto que el caraqueño (esto es un breve aparte) espera aún alguna exaltación física que lo haga perdurar en la memoria civilista de los universitarios y de la sociedad democrática venezolana (obviamente no ocurrirá esa recordación simbólica permanente durante este oprobioso régimen). Sigo:
Si bien las universidades no son ajenas para nada a los tenebrosos momentos que todos padecemos, por sobradas razones de amplio conocimiento dentro y fuera del país: atropello generalizado y sistemático a derechos humanos, laborales; los inmensos frenos presupuestarios al desarrollo científico, humanístico, académico. Así como la castración de clases virtuales o presenciales; los muy diversos impedimentos físicos y materiales (reciente, y no solo simbólicamente, se hundió en Cumaná un barco que servía a la academia para la Universidad de Oriente), la inseguridad y muchas otras calamidades que resumen en cortas líneas ese tratamiento inclemente que el régimen tiránico le otorga a una institución como la universidad, a la que percibe asustado como inconveniente productora de un pensamiento múltiple (no único) y, además, espeluznantemente crítico para él. La cataloga como lo que es: su enemiga conceptual y de realización ideológica.
La universidad es amplio espacio de lucha, oasis del pensamiento y la acción. Lugar de resistencia, de rebelión, por antonomasia. Así expresa el rector De Venanzi la idea de lo que se vivía en la universidad durante el combate contra la dictadura previa a la promulgación de la ley: «…durante la dictadura se vivió un período muy dificil, había confidentes en todas las facultades, espías, vigilantes que estaban pendientes de lo que pudieran hablar profesores y estudiantes…». ¿Por qué sería? ¿Como queda el parangón con nuestra absurda realidad actual?
Tenemos mucho que conmemorar, así como mucho que celebrar hoy, en medio de tanta persecución infame al conocimiento: tenemos la oportunidad de continuar siendo espacios y personas irreductibles para los tiranos, porque seguimos siendo, en donde estemos, con lo que hagamos, universitarios, propagadores de la universidad, una idea que, por abstracta que luzca, llevamos tan internalizada que somos insustituibles referentes cívicos, sociales, morales, éticos y políticos para continuar en cualquier rincón cumpliendo nuestro deber inspirador, señero: «La enseñanza universitaria se inspirará en un definido espíritu de democracia, de justicia social, y de solidaridad humana y estará abierta a todas las corrientes del pensamiento universal…» Tal como señalaba la ley.
En la distancia que el virus chino impone, en la distancia espacial que impone el régimen por los impedimentos materiales que obligadamente nos agobian, no me queda sino, como todos los años, insistir, machaconamente, en palabras de optimismo, palabras redichas a los colegas anualmente en nuestra casa de estudios de Sartenejas, repercutidas en nuestras casas de estudio del país: más que feliz Día del Profesor Universitario. Celebramos un hecho, una ley, una perdurabilidad; llevando la palabra y la acción de quienes nos antecedieron, así como también de quienes nos sucederán como académicos, como científicos, como profesores…
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