Priscilla Mongees una artista costarricense que cultiva la fotografía, la performance, la instalación y el videoarte, y cuya obra comenzó a conocerse internacionalmente desde los años 1990. Nacida en San José en 1968, estudió en los años 1980 en la Universidad de Costa Rica. El corte de la enseñanza que allí recibió estaba por aquellos años más enfocado a las manifestaciones artísticas más tradicionales, particularmente la pintura, que definiría sus primeros pininos en la creación. Es precisamente en la década de 1990 que el panorama artístico tico se abre ávidamente al arte postmoderno, socializándose y generando una apreciable influencia entre los jóvenes artistas nacionales. En el caso de Priscilla, artistas como Guillermo Kuitca, Eugenio Dittborny, muy particularmente, Luis Camnitzer, contribuyeron notablemente al desarrollo de su proyección decididamente conceptual. Ya desde aquella época comenzó a utilizar el texto escrito como parte central de las obras.
En el año 1994 se estableció en Bélgica, donde permanecería durante 4 años. Allí su interacción con Wim Delvoye también dejaría una impronta en su obra, sobre todo en la dimensión procesual, que otorga relevancia al método creativo, a la investigación y al proceso de gestación de la obra casi igual o superior a la obra misma. Particularmente cuando eso se asocia con el tipo de problemáticas sociales que aborda, tales como la violencia, la discriminación a la mujer, la censura a la libre expresión… En el desarrollo de este tipo de temáticas dentro de su obra, es posible entender por qué la expresión estética de sus piezas no es tan relevante como el contenido de denuncia que encarnan.
Sus piezas generan tensión, duda, cuestionamientos de todo tipo. En el año 1998 regresa a Costa Rica, y comienza a trabajar con el formato de las pizarras escolares. El soporte es similar, una versión más reducida de los pizarrones escolares, sobre el cual escribe, a modo de recurso escolástico, un sintagma determinado: «No debo perder la cordura» o «No debo amar demasiado». El sistema académico escolástico, de origen medieval, fue una extendida corriente filosófica en el mundo occidental, que era originalmente una corriente filosófica subordinada a la teología, un método de aprendizaje de los libros bíblicos. Esto se extendió a la enseñanza académica en general, y aún siglos después el aprendizaje memorístico a través de la repetición ininterrumpida de una información perdura en muchas escuelas.
Los escritos de Priscilla son mantras ambiguos, expresan precisamente una convicción que la artista no posee, ni busca en realidad poseer, aunque la sociedad así lo dicte. Lo que se entiende como socialmente correcto, y particularmente lo que la sociedad espera de una mujer, conlleva mucho de autolimitación, en la acción y en pensamiento. «Perder la cordura» o «Amar demasiado» son dos lugares comunes en el ideario colectivo de cualquier sociedad patriarcal, dos prejuicios conectados a una extensa red que pretende perpetuar convencionalismos que arrastramos del pasado. Este sistema de convencionalismos, que muchas veces las escuelas contribuyen a sostener, comienzan desde la casa, donde muchas veces los prejuicios, junto a las buenas costumbres, se pasan de generación en generación. En su obra No debo amar demasiado, detrás de las letras, se puede observar aún una serie de dibujos infantiles, figuras femeninas y masculinas en distintas proporciones, que aluden a la espontaneidad de los niños, cuando se enfrentan a una pizarra en sus primeros años escolares. La pizarra vacía, tal como la mentalidad de cada uno de esos niños, es un espacio fértil sobre el cual se puede verter cualquier tipo de información, proveniente de los adultos en su medio circundante. La prohibición que el texto impone, contrasta deliberadamente con la libertad del dibujo debajo, al que cubre de modo sistemático.
Sin embargo, aquí, y en sus fotografías con textos, mensajes politizados escritos a dedo en tazas de café, por ejemplo, lo que predomina es un sentimiento visceral de rescate de la libertad. Cuando en el año 2000 movió su producción a la fotografía predominantemente, el recurso textual, siempre ambiguo, mordaz, funcionó como un puente de comunicación fluido y versátil entre los demás medios de creación y la fotografía. De esta manera, su carrera experimentó un proceso de maduración orgánico y coherente, que distingue su obra en temáticas y contenido. Sus puertas, tazas y otros soportes sobre los que escribe, a veces pareciera que con sangre, ideas tales como «los héroes son cosa de vida o muerte», así también «el arte», «la memoria», «la belleza» pueden «ser cosa de vida o muerte». En cada caso obligan a pensar, producen en el observador una reflexión crítica, una duda, una interrogante que se sabe extraída de la sociedad mundial en que vivimos, y que en última instancia hace que veamos todo con nuevos ojos críticos.
Sobre ella y otros artistas conceptuales centroamericanos podrá acceder a más información a través de mi canal de YouTube y mi website.
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