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Netflix: Mank es una fábula sobre Hollywood con más cinismo que pasión

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Nadie podrá culpar a David Fincher de realizar una biopic tradicional de Herman Mankiewicz, el guionista de El ciudadano Kane, el clásico dirigido por Orson Welles. Escapando a los lugares comunes del género y a partir de un guion escrito por su padre, el director de Zodíaco construye una narración que replica la estética del Hollywood clásico pero no su espíritu.

La fotografía de Erik Messerschmidt en blanco y negro, con encuadres que incluyen un homenaje a uno de los planos más famosos de El ciudadano Kane y un hermoso fundido encadenado de la vieja escuela, remite al cine popular de la década del 30, cuando Mankiewicz trabajaba como guionista en el sistema de estudios. Pero la evocación a la época no se limita a la impecable fotografía y al diseño de producción sino que se completa con el estilo de actuación y declamación de los diálogos.

Aquí es donde el experimento del viaje en el tiempo que propone Fincher se complica. Los personajes se mueven y hablan no imitando a una realidad de antaño, sino el modo de representación que Hollywood proponía en esa época. Gary Oldman consigue un Mank fascinante en su complejidad, pero el resto del elenco del filme es muy disparejo en su capacidad para hacer que este estilo funcione.

Este distanciamiento pone a la película en un plano puramente intelectual, algo que no es negativo en sí mismo pero sí curioso en un filme que utiliza las herramientas de un tipo de cine que apuntaba a generar emoción. El espectador asiste al proceso creativo de Mank mientras escribe su película más famosa, desde su cama, enyesado por un accidente y dependiente del alcohol para seguir adelante. A través de saltos temporales astutamente ligados, también se muestra su carrera antes de llegar a este punto; su matrimonio; su relación con su hermano Joseph, luego convertido en un famoso guionista y director (La malvada), sus ideas políticas en el contexto de la Gran Depresión, las discusiones sobre la autoría de El ciudadano Kane y, sobre todo, su complicada amistad con William Randolph Hearst y Marion Davies.

Mank presenta estas situaciones y propone una explicación de las motivaciones del guionista para escribir el filme que humilló al magnate de cuyo círculo social era parte. Todo sin producir emoción alguna. Por ejemplo, una secuencia que tiene como protagonistas a guionistas legendarios como Charles Lederer y Ben Hecht está planteada con diálogos rápidos y furiosos que imitan a las comedias screwball que estos autores escribían, pero no son para nada graciosos. La cáscara, sin el jugo.

Cada vez que aparece Marion Davies, Mank se convierte en un retrato más humano y la experimentación formal queda en un segundo plano. Las escenas que contienen mayor emoción en el filme son aquellas que Oldman comparte con la brillante Amanda Seyfried, quien sorprenderá a aquellos que aún no se enteraron del talento de la actriz. En esas interacciones hay amistad genuina, ingenio, humor, resentimientos y revelaciones profundas sobre las personas escondidas en una fábula de Hollywood con más cinismo que pasión.

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