Durante décadas, el elefante más solitario del mundo entretuvo a los espectadores desde su pequeño parche estéril de un zoológico en Pakistán.
Los visitantes lo aclamaban. El elefante los saludaba, impulsado por los cuidadores que le clavaban ganchos para que actuara y así llenara sus bolsillos de dinero.
A su alrededor, los animales desaparecían. Se rumoreaba que eran servidos en los platos de los ricos.
Su única compañera murió. Probablemente por la septicemia que provocaban los ganchos clavados en lo profundo de su piel.
Y durante años, parecía que a nadie le importaba el destino solitario del elefante. Sus heridas se infectaron y las cadenas alrededor de sus piernas dejaron cicatrices permanentes. Cayó lentamente en la psicosis y la obesidad.
Pero este domingo, el elefante más solitario del mundo dejó finalmente su desolado recinto y llegó a un nuevo hogar al otro lado del continente.
Todo gracias a la determinación de un grupo de voluntarios entre los que se encuentra la ícono del pop estadounidense Cher.
Esta es la historia de Kaavan. Empieza con un rezo y termina con una canción.
El rezo
Kaavan jamás habría llegado a Pakistán de no ser por una película de Bollywood, la diplomacia internacional y los caprichos de una niña pequeña.
Zain Zi, la hija del entonces líder militar pakistaní Ziaul Haq, se enamoró de los elefantes tras ver la película Haathi Mere Saathi (Mis amigos los elefantes).
Entonces la niña rezó.
«Miré al cielo y recé: ‘Dios querido, dame un elefante para que sea mi amigo'», dijo Zain a la BBC.
Su rezo fue escuchado por su padre. Poco después, Zain se preparaba una mañana para ir a la escuela.
Su padre la detuvo, le vendó los ojos y la condujo al jardín trasero.
«Dijo que era una sorpresa», recuerda. «Lo toqué. Me quitó la venda. Ahí estaba parado el pequeño elefante. Era encantador. Insistí en quedárnoslo en casa, pero mi padre dijo que pertenecía al gobierno y que debía ir al zoológico. Dijo que no sería capaz de cuidar bien de él, especialmente cuando creciera. Acepté».
El pequeño elefante se llamaba Kaavan. Hasta ese día había estado en un orfanato para elefantes en Sri Lanka, según Ravi Corea, un experto esrilanqués en rehabilitación de elefantes radicado en EE.UU.
Se piensa que el entonces elefante de un año había sido regalado al gobierno del general Haq para agradecer su apoyo al ejército de Sri Lanka durante una rebelión.
Las razones exactas no se esclarecieron. Tampoco si Kaavan era realmente huérfano. Pero sabemos que en algún momento de 1985 el elefante acabó en un zoológico de Islamabad, la capital de Pakistán.
Una mina de oro
El zoológico de Marghuzar había sido construido unos 7 años antes, pero había un vacío de poder en la cúspide. Habían entrado varias «mafias empresariales».
Sencillamente, a las autoridades poco parecía importarles lo que pasaba en el zoológico, o a sus animales.
Un número de empleadores influyentes del recinto empezaron a ofrecer contratos a miembros de la familia, permitiéndoles gestionar puestos de comida, zonas de juego de niños en el recinto así como en las zonas verdes de alrededor.
Tenían otras formas de hacer dinero.
Existen pruebas que apuntan a que los animales, principalmente antílopes negros, se habían utilizado de forma clandestina para abastecer fiestas de asados y bebidas organizadas por personas influyentes de la región en varias ocasiones.
Cuando un grupo de voluntarios llamado Friends of Islamabad Zoo (FIZ) comenzó a realizar encuestas periódicas en 2019, descubrieron que el número de animales había fluctuado. Cuando señalaron estas anomalías, de repente aparecían nuevos animales en los recintos.
No fue el único hallazgo.
«No hay instalaciones veterinarias ni suministros de medicamentos en el zoológico», dijo Mohammad bin Naveed, un voluntario de FIZ.
«Aquí no hay instalaciones de salud animal; ni espacio donde se pueda realizar una cirugía, ni donde mantener aislado a un animal enfermo».
En medio de todo esto estaba Kaavan, la estrella del zoológico.
«Zoocosis«
Durante el día, la función de Kaavan era situarse ante una verja y entretener a las masas. Alzaba su trompa y recogía, como un mendigo, el dinero que le daban. Entonces le clavaban un gancho y el elefante pasaba el dinero a su cuidador.
Kaavan pasaba las noches sin hacer nada en su pequeño recinto, del tamaño de la mitad de un campo de fútbol y con una cabaña con suelo de concreto.
Cuando los voluntarios del grupo de derechos de los animales Four Paws International (FPI) elaboraron un informe más tarde, encontraron «un foso seco con paredes de concreto estrechas; suelo compacto; ningún tipo de sustrato natural, ni árboles, ni troncos, ni arbustos, ni rocas, o gomas u otras estructuras».
Pero al menos Kaavan no estaba solo. Durante años, su compañía fiel fue Saheli, una elefante hembra traída de Bangladesh a comienzos de los años 90.
La necesidad de ese tipo de relación no debe subestimarse. Expertos en vida silvestre subrayan que los elefantes son cognitivamente sofisticados y sensibles, casi tanto como los humanos.
Viven casi lo mismo, unos 60-70 años, y tienen emociones similares, formando estrechos lazos familiares.
También lloran a sus muertos.
Saheli murió en 2012. La versión oficial dice que fue a causa de un ataque al corazón por el calor, pero Mohammad bin Naveed, voluuntario de FIZ, asegura que fue por septicemia.
«En algún momento, la punta sin esterilizar del gancho del cuidador penetró demasiado en su piel. Sufrió gangrena y murió de un shock séptico. Todos lo saben, pero no lo admitirán», afirma.
Kaavan, sin el ambiente natural que necesitaba, había estado actuando de forma agresiva antes de la muerte de Saheli. Desde el año 2000 ha pasado largos períodos encadenado.
Tras morir su compañera, empeoró. Su cuidador advirtió que era peligroso y no permitía que nadie, ni él, se acercara.
Cuando el equipo de FPI llegó en 2016, encontraron a un animal «agresivo» que sufría de «zoocosis». Tenía «baja actividad locomotora, sin posibilidad de exploración o comodidad, etapa avanzada de comportamiento estereotipado (constante meneo de cabeza)» y total indiferencia hacia los humanos.
Su condición física también se deterioraba. Tenía «conjuntivitis en el ojo izquierdo, zonas menos pigmentadas en la parte baja de las piernas por las lesiones de viejas cadenas, varias uñas rotas y cutículas sobrecrecidas».
Kaavan estaba enfermo. Sufría sobrepeso por la dieta alta en azúcares que le administraban.
Pero nadie quería perder la atracción estrella del zoológico.
Al final resultó que lo que Kaavan necesitaba era una estrella aún más grande que acudiera en su ayuda.
La canción
Cher se enteró por primera vez de la difícil situación de Kaavan en 2016.
La actriz y cantante ganadora de un Oscar, cofundadora de Free the Wild, una organización benéfica de protección de la vida silvestre, contrató a un equipo legal para presionar por la libertad del elefante.
Cuando en mayo se anunció la orden judicial que lo liberaba, la cantante lo describió como uno de los «mejores momentos» de su vida. En los meses posteriores, ha difundido crónicas de su progreso en su cuenta de Twitter, donde tiene casi cuatro millones de seguidores.
WE HAVE JUST HEARD FROM
PAKISTAN HIGH COURT
KAAVAN IS FREE😭😭😭😭— Cher (@cher) May 21, 2020
Pero la lucha por Kaavan y otros animales del zoológico no había acabado. El problema pasó de un departamento a otro, antes de terminar finalmente en el Tribunal Superior de Islamabad.
Se ordenó el cierre del zoológico en junio, pero el destino de Kaavan era incierto.
Hubo quienes, apunta Mohammad bin Naveed, tomaron la «ruta egoísta» diciendo que se negarían a dejar que Kaavan se fuera al extranjero, «que se ocuparían de él».
Pero como señaló la doctora Uzma Khan del Fondo Mundial para la Naturaleza en una entrevista televisiva reciente, el zoológico de Kazaan no era el único que tenía problemas.
Pakistán no tiene estándares uniformes en lo que respecta a la cría de animales. Ninguno de sus zoológicos es miembro de la Asociación Mundial de Zoológicos y Acuarios (WAZA).
FPI fue invitado por segunda vez al país y se elaboró un nuevo plan: transportar a Kaavan hasta Camboya, donde podría vivir el resto de sus años en un santuario de «contacto protegido».
Solo había un problema. Kaavan era un obeso elefante malhumorado de más de 30 años. Ni su carácter ni su peso pronosticaban un viaje sencillo a Camboya.
El doctor egipcio Amir Khalil, jefe del equipo de FPI, encontró una solución.
El equipo necesitaba tomar medidas de seguridad para evaluar de manera segura la salud de Kaavan, lo que significaba que Khalil y un colega tenían que mantener al elefante en otra parte del recinto, lo que les obligaba a esperar durante horas.
Dice Khalil que fue un trabajo aburrido.
«Empecé a cantar. Luego de un tiempo, noté que el elefante se interesaba por mi voz, que a nadie le gustaba, así que me avergoncé. Pero estaba feliz de haber encontrado un fan y empecé a cantar para él».
Pronto podía verse a Kaavan comiendo de las manos de Khalil, abrazándole con su trompa mientras se bañaba en el estanque y su nuevo amigo le cantaba una canción pop.
Poco después, el elefante otrora agresivo siguió feliz a Khalil y sus colegas dentro de la caja especialmente diseñada para transportar su peso de cinco toneladas y media en un vuelo de ocho horas a Camboya.
Y este domingo, tras 35 años de sufrir lo que Khalil describe como una combinación de «mala gestión, falta de personal experto, interés en el negocio y el dinero y poca atención al bienestar animal», Kaavan emprendió su vuelo.
Cher viajó a Pakistán y siguió de cerca la partida de Kaavan.
La nueva casa de Kaavan, en Camboya, será el Santuario de Vida Silvestre Kulen Promtep, donde voluntarios y trabajadores protegen el hábitat natural y a una amplia gama de especies en peligro de extinción.
Kaavan aún puede tener problemas para superar sus problemas psicológicos y adaptarse a un entorno natural, dice su amigo Khalil, pero «finalmente tiene la oportunidad de ser un elefante y vivir en un lugar que pueda llamar hogar».
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