No fue una fuente periodística interesada en debilitar a China sino el propio Partido Comunista de ese país el que se pronunció este año para decir que uno de los más acuciantes problemas del gran gigante asiático es el envejecimiento poblacional. Los datos aportados por quien rige la dinámica de ese país son elocuentes y, desde luego, inquietantes: «A fines de 2019 había 254 millones de chinos con 60 años o más. Este grupo representaba 18,1% de la población. Se espera que a mediados de este siglo llegue a 500 millones, 35-36%. Esta realidad convertirá a la sociedad china en una de las más envejecidas del mundo».
Ocurre que una población que se hace mayor aceleradamente impone una presión colosal sobre quienes administran los recursos para atenderla y sobre la sociedad en su conjunto sufre. El crecimiento rápido de la población sin empleo, como allí está ocurriendo, trae como consecuencia que un número más pequeño de trabajadores deba mantener a quienes ya se viven gracias a una pensión. Al mismo tiempo, la disminución del ingreso para la población más joven provoca una contracción en el consumo. El impacto de todo ello sobre la dinámica económica y sobre su posibilidad de crecer será inmenso. Pero además, si todo ello se desarrolla en el momento en que la población mundial también envejece aceleradamente –habrá 20% menos habitantes en el planeta para el año 2065– el drama para la humanidad es de proporciones épicas.
Hace ya cuatro años que se observa en China una caída preocupante de los nacimientos, que en algunas regiones puede ser del orden de 20% anual y se ha constatado que la población femenina en edad fértil se contrae en 4,5 millones cada año desde entonces. Igualmente, se ha observado el fenómeno de la falta de impacto de la política oficial de autorización de un segundo hijo en los hogares, lo que fue establecido en el año 2000 a fin de impulsar el crecimiento demográfico. El costo de mantener un segundo hijo no solo ha desestimulado la procreación sino ha dado origen a la práctica generalizada de abortos selectivos: solo se acepta el nacimiento de un hijo en proceso de gestación si el mismo es un varón. No puede sino alarmar la cifra dada a conocer por la Universidad de Singapur que señala que entre los años 1970 y 2017, los abortos de fetos femeninos en China alcanzaron los 10.600 millones.
Todo lo anterior hizo que durante el Quinto Pleno del XIX Comité Central del Partido Comunista chino, en octubre pasado, las autoridades se abocaran a buscar una solución temprana a los problemas que derivan de su propio envejecimiento poblacional. Hay conciencia, por demás, de que de poco han estado sirviendo las medidas para abaratar y mejorar la educación y la salud de los pequeños, ya que al menos en las ciudades, la marcada occidentalización de la población femenina trabajadora ha transformado hasta la inclinación milenaria a vivir en pareja y ha vulnerado la institución del patriarcado. De hecho, China tiene la mayor cantidad de hogares solteros del planeta y la cifra no es deleznable: 77 millones de hogares.
La solución no está, pues, a la vuelta de la esquina porque no se está produciendo una coincidencia entre las necesidades de expansión económica que el gobierno se ha trazado como meta, las medidas que intentan imponer a los ciudadanos para generar un mayor crecimiento poblacional, y este viraje significativo en el comportamiento del joven y, sobre todo, de las mujeres de las ciudades.
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