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Camilo Pino: Intelectual hoy día es casi una mala palabra

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En Crema Paraíso nunca hay tiempo para la respiración. Los hechos suceden uno tras a otro a un ritmo vertiginoso, como si fuera un thriller, solo que esta vez el protagonista es un poeta, Alfonso Dubuc, y no hay asesinatos. Aunque sí hay violencia verbal, tensión y episodios insólitos.

Después de Valle Zamuro (2011), ambientada en los tiempos del Caracazo, y Mandrágora (2017), una obra más cercana a la ciencia ficción, Camilo Pino publica una novela en la que trata temas como la ética, el machismo, el racismo, la adicción, el fracaso, el éxito, el poder, entre otros, a través de una prosa sencilla, corta y precisa.

Dividida en dos tiempos, uno en la actualidad y otro situado en la década de los 80, Crema Paraíso es también una reflexión sobre lo que es ser escritor en cualquier circunstancia, pero no cae en la literatura del yo. Lo hace desde el humor y las exageraciones del particular personaje que es Alfonso Dubuc: un poeta de personalidad intensa, con complejos de superioridad y, también, de inferioridad, irresponsable y un apasionado hombre entregado a las letras, tal vez lo único que puede salvarle de sus muchos defectos.

El otro personaje principal de la novela, Emiliano Dubuc, el hijo de Alfonso, es opuesto a su padre. Odia los libros, los considera mugrientos y asquerosos, tiene una visión más relajada de la vida y es un obsesivo jugador de Candy crush. Ambos emprenderán en algún momento un viaje que podría llevarlos al abismo o al éxito.

Camilo Pino vive en Miami desde el año 2000. Cuenta que la pandemia ha sido un cambio raro, fuerte, por las restricciones en la vida social. En paralelo a su oficio de escritor identifica para Telemundo Global Studios títulos literarios, los recomienda y, si los aprueban, se desarrollan.

Está trabajando en otra novela de la que solo puede decir que es un manicomio a principios del siglo XX situado en Venezuela. Tiene otro proyecto de novela corta en el que ya está trabajando.

“Me ha costado escribir, suena contradictorio, pero es porque estoy concentrado en el trabajo, en mi profesión, porque el rol de las adaptaciones es reciente. Empecé justo con la pandemia y quiero que funcione. Para mí es importante. Como escritor poder hacer eso es un sueño. Si logro establecerme así puedo tener una vida para hacer lo que me gusta”.

Para Pino, algo esencial es que el lector se meta en la novela, que realmente le entretenga, a pesar de que la palabra suene banal. Pero lograrlo es la carnada para llevar al lector a otros temas que le interesan, ya sean artísticos, sociales o estéticos.

—Usted entonces no sufre esos complejos de que un escritor no puede ser cercano al entretenimiento y que prefiere ser más bien un intelectual.

—Yo empecé a escribir relativamente tarde, tendría unos 30 años. Era raro, porque tenía un texto que era literario con L mayúscula, con la prosa bien cuidada, como se supone que debe escribir un escritor, y tenía otro que era pueril, tonto, más concentrado en los personajes, donde sentía que podía hacer el ridículo, que decía cosas que me parecían exageradas, delirantes y hasta tontas. Y poco a poco me fui dando cuenta, fue mi primer gran descubrimiento, de que la literatura no estaba en el texto con L mayúscula sino en el otro. Una cosa es escribir como un cree que debe escribir y otra es escribir como debe escribir un escritor. Eso es terrible. Me parece que no es el camino. Creo que la literatura verdadera es encontrar voces que hablen por sí mismas, soltarlas. Y sí rescato la necesidad de que el texto sea entretenido. Pero hay un nivel de entretenimiento. En la medida en que el lector es más sofisticado, se entretiene con textos más sofisticados que pueden ser hasta experimentales, tienen matices.

—Parece que el humor no es un elemento que uno encuentre en los clásicos venezolanos, salvo en, por mencionar uno, Eduardo Liendo. Crema Paraíso parece derribar esos prejuicios.

—No hay casi humor en el canon. El autor del que hablas es Liendo, que es un buen ejemplo. Está Miguel Gomes, un extraordinario cuentista, con mucho sentido del humor, o autores heterodoxos como Renato Rodríguez, que tiene un humor más bien grotesco. Pero el humor siempre ha ocupado un segundo lugar. Creo que eso no se restringe a Venezuela, pasa en América Latina. Un ámbito en el que el humor es más aceptado es en el anglo, que tiene una tradición de comedia muy grande. Fíjate en escritores como Eduardo Mendoza, de España, que siempre ha ocupado un lugar secundario en relación con lo que se supone son los grandes escritores de la época. La gente cree que si algo te da risa no es serio. Es un fenómeno más o menos universal, con la diferencia del anglo. Es un error. De hecho, si te pones a ver de dónde viene la novela y sigues el consenso de que la primera gran novela es El Quijote, pues entiendes que la novela viene del humor también. Hay algo importante en el humor, y es que me permite meterme en temas complicados, temas emocionales fuertes, como la sexualidad, el racismo, el machismo, por hablar de Crema Paraíso, y hacerlo de manera muy ligera y subjetiva. Yo no busco el humor, no me siento y digo voy a escribir una novela cómica, creo que a mí las novelas me piden un registro. Mi primera novela, aunque maneja mucho el humor, no lo hace con la intensidad de Crema Paraíso, y mi segunda novela, que es de ciencia ficción y un poco delirante, es una obra seria, si acaso lúgubre. En cambio Crema Paraíso me fue llevando al humor, quizás es un contrapeso a la intensidad de la vida del poeta, porque Alfonso Dubuc es tan intenso, se toma tan en serio, que existe una oportunidad de hacer contraste.

—Hay un momento en que tuve la percepción de que la novela es una sátira a ese escritor del siglo pasado comprometido, que es el caso de Dubuc, obsesionado por calcarse el comunismo encima para acercarse a la cultura. ¿Es así?

—La novela tiene mucha sátira, y creo que también ocurre esto porque es realista. Satirizo, pero siempre hay un espacio de duda en relación con lo que pasa, si puede ser o no verdad, si hay una posibilidad de que sea real el registro que se mueve entre la sátira, el humor y el realismo puro. Mis narradores, sobre todo el principal, son dudosos. Hay mucha sátira, pero trato de sopesarla para que no se me vaya de las manos, porque el problema con la sátira es que se puede quedar en la burla o en el chiste. ¿Satirizo al escritor comprometido? Sí, definitivamente. Es un blanco fácil, sobre todo hoy día. Satirizar a Neruda en 1970 seguro era más difícil. Ahí tengo la ventaja de que escribo en el presente. En realidad lo que satirizo es la idea del escritor, lo que es ser escritor, y sobre todo la necesidad de vivir una vida de escritor. Creo que el artista no tiene que vivir como artista sino hacer arte. No hay una manera de vivir como escritor o artista. Un escritor es una persona que no tiene nada de especial como persona, más allá de sus atributos. Me río de eso, de lo que se suponía ser un escritor en esa época y en esta época, sobre todo un escritor serio. En estos días leí una entrevista con Federico Vegas donde hablaba de seriedad, lo importante de no tomarse las cosas tan en serio, de quitarse esa gravedad, ese acartonamiento de la cosa literaria, esas actitudes forzadas intelectuales. Mi literatura trata de hacer eso, quizás es una reacción, no es un camino. Hay literatura intelectual seria que quizás sea la mejor. A ver, imagínate un Borges que trate de hacer comedia, sería extraño. Borges es el mejor ejemplo del escritor culto, por hablar en esos términos. Creo que mi camino no es ese, es un camino que me sobrepasa. Creo que escribo una obra más relevante si busco un camino más modesto.

—A pesar de sus intentos por mostrarse marxista con el fin de insertarse en el ámbito cultural y de sus complejos, Dubuc al parecer es un poeta talentoso. Gana el Reina Sofía.

Dubuc lo que tiene es un enorme amor devocional por la literatura, eso es lo que lo salva y lo que le hace trascender. Está lleno de defectos, la lista es tan larga que no sabría por dónde empezar. Pero siempre lo sostiene su amor absoluto por el oficio. Eso me parece fundamental. Si me preguntas qué necesitas para ser un escritor, diría que eso, por más pavoso que suene: amor por la literatura. ¿Qué implica? Muchas cosas. Una entrega sentimental, ¿no? Una dedicación absoluta. Y como casi toda persona absoluta, Dubuc es alguien que tiene que sacrificar muchas cosas.

—¿Por qué los escritores ya no tienen la misma influencia de antes?

—Ha habido un desprestigio muy grande de la figura del intelectual en los últimos 20 años. Ese desprestigio es parte de un movimiento político anti intelectual. Es un movimiento populista muy fuerte, en Estados Unidos lo ha sido. El trumpismo ha asumido esa bandera desde el principio. Parte del movimiento republicano ha mantenido esa bandera también, la idea de que un intelectual es un elitista y que está separado de la sociedad, o que tiene una agenda secreta. Ser intelectual hoy día es casi una mala palabra. Hay pocos escritores que todavía asumen ese rol, el ejemplo más obvio es el de Vargas Llosa. Ahora, se supone que un escritor tiene que estar dedicado nada más a la literatura. Yo no creo, creo que se puede ser intelectual y también escritor, y en algún momento ambas cosas pueden juntarse. Hay casos interesantes de lo que puede ser un escritor comprometido, desde posiciones admirables y con éxito comercial y de crítica. El caso de Valeria Luiselli, por ejemplo.

—¿Ha pensado en adaptar Crema Paraíso al cine o la televisión?

—Yo escribo con muchas imágenes. Además, para mí la escenificación es importante, al igual que el diálogo, el ritmo, son tres cosas que están allí. No he escrito pensando en una adaptación, para nada. No sé si hay allí una película o una serie. Te lo digo con sinceridad. Claro que me ilusionaría mucho la idea, pero no es algo que dicte mi trabajo. Quizás porque es a lo que me dedico, entonces siento que es como un territorio donde no me quiero meter con mi propia obra. Para mí lo importante es que la lean y se sientan metidos en el texto, y que el texto haga preguntas sobre lo que es ser escritor, un escritor comprometido, sobre ser papá o irse del país. Para mí eso es lo importante, que encuentres algo allí, así sean preguntas, que te obligue a pensar y ya, que cierres el libro y pases al siguiente, que hay bastantes por allí.

—¿Cómo es su proceso creativo?

—Primero conseguir el tema central y voy trabajando. Entonces empieza a salir una trama y trabajo en tres instancias: la estructura, que tiene que ver con la trama; escritura, que es un proceso más libre; y edición, que es el machete, el cuchillo y la pluma roja. Trato de moverme entre los tres. Pienso en la estructura, pienso en la trama también, sobre todo para mí es el andamiaje. Entonces pienso en la estructura, escribo, edito y me muevo. Cada uno de esos pasos de alguna manera sopesa al otro, equilibra, me ayuda a mantener la novela más o menos firme. Yo tiendo a ser muy excesivo. De hecho Crema Paraíso es excesiva, todas mis novelas lo son, pasa de todo. Entonces necesito contener eso, por eso es importante mantener ese orden.

—La novela también se burla de escritores destacados de la región como Ernesto Cardenal, Benedetti, Cadenas o González León. ¿Es como si usted estuviese blasfemando? ¿Cómo se sintió al escribirlo?

—Tiene que ver con la personalidad de mi poeta, que es un tipo con ínfulas de superioridad totales. Eso es algo que también es recurrente. Lo veo en muchos de mis colegas, esa tendencia a ningunear en privado el trabajo del resto de los escritores, excepto el de los amigos. Es una cosa como psicológica que he visto, sobre todo cuando hay tragos enfrente. Me pareció divertido decirlo de alguna manera. También hay un contraste en el caso de Dubuc y es que él pasa de la admiración absoluta a detestar a los individuos, tiene que ver todo con la reafirmación. ¿Cómo me sentí yo? Sabes que lo dudé. Lo dudé porque dije ‘la gente va a creer que esto es lo que pienso’, pero no me duró mucho la duda, tengo más o menos tiempo escribiendo como para saber que eso es una tontería y que si acaso eso suele indicar que tu personaje está vivo y que generará algún tipo de reacción.  Personalmente traté de intervenir esos juicios, decir que este escritor es mejor, no debería estar en la lista, pero Dubuc tenía la lista de escritores de su época y se la respeté, y me parece que funciona perfectamente.

—¿Qué tanto le gusta a usted jugar Candy Crush?

—Nunca en mi vida he jugado Candy Crush, no sé cómo funciona. Candy Crush tiene una intención puramente poética allí. Por eso tiene el disfraz o cubierta de banalidad que me permite precisamente hacer todo lo contrario. Ahí lo único que hay es lirismo, imágenes abstractas. También hay algo de literatura de adicción, eso sí lo conozco, en el sentido de que hace muchos años me quede pegado una vez en mi vida con un juego de video que era un simulador de vuelo de un F-16. Me pasaba días enteros volando aquella vaina, hasta que mi esposa me ayudó a darme cuenta de que estaba teniendo problemas de adicción. Pero Candy Crush acá es un espacio poético y tiene una intención artística, además de una intención narrativa que es contrastar la supuesta banalidad del hijo con el supuesto lirismo del padre. En realidad es al revés: el hijo tiene un alma artística que brota en Candy Crush en su sentido estético.

—Ese contraste entre ellos dos es radical, porque Emilio hasta odia los libros.

—Eso fue muy sabroso escribirlo, yo soy coleccionista de libros, no solo los adoro. Me dio mucha risa decir lo contrario de lo que pensaba de alguna manera. Pero también hay algo de sinceridad allí: ¿por qué alguien inteligente no puede odiar los libros? ¿Cuál es esta locura que tenemos nosotros por el libro per se? Porque en realidad no es el libro sino el conocimiento. Lo que digo es un poco provocativo y exagerado, pero me gustó plantear ese contraste. Siempre pensaba en la biblioteca de Hitler, que tenía una extraordinaria de literatura germana del siglo XIX, al parecer leía tres libros al día y mira lo que salió. Una cosa no implica la otra. Tú puedes odiar los libros y ser un gran artista, no debería funcionar, pero me gustó ese contraste como un divertimento. No es una teoría mía ni mucho menos, fue sabroso poderlo decir, como una provocación contra mí mismo.

—¿Para usted, cuál es el futuro de la novela tomando en cuenta el poder narrativo del cine y de las series, que además han desplazado las salas para dejarnos en casa viéndolas desde un smartphone?

—Mira yo veo la novela muy viva, y si acaso creo que es muy compatible con el cine y la serie. Te pongo un ejemplo tonto: la serie de Netflix Gambito de dama. Está basada en una novela y ahora que podría ser la más vista de Netflix ha resucitado el libro, que en los años 80 no se leía, nadie sabía que existía. La serie en particular definitivamente es el gran producto cultural de nuestra época. Ahora se consumen más series que literatura. Pero hay un estudio muy famoso de una organización de editoriales de Inglaterra que señala que las series basadas en novelas son más vistas que las de guiones originales, porque, claro, hay toda una arquitectura en la trama, no digo que sean mejores, creo que son compatibles. ¿Y cuál es el género desgastado? La poesía se está consumiendo más que nunca, ahí están los números, son reales. Nunca se ha vendido tanta poesía. ¿Cuál género ha muerto? La novela permite una profundidad que parece cada vez más necesaria en un mundo tan fragmentado, y creo que la gente la busca.

—¿Qué opina de la literatura venezolana de los últimos años?

—Esto es una teoría un poco disparatada, pero creo que la crisis venezolana nos ha dado mucho material y que los escritores hemos respondido a esa crisis convirtiendo ese material en arte. Me interesa destacar dos cosas porque me afectan directamente: la literatura que se escribe desde Venezuela, de Rafael Cadenas a Ricardo Ramírez Requena, y la que se escribe en Estados Unidos, que escriben literatura de acá y de allá; quizás la persona que inicia ese proceso, y que empieza a escribir sobre temas americanos, es Miguel Gomes. La lista de escritores venezolanos aquí es grandísima: además de Gomes, Leopoldo Tablante, Israel Centeno, Leonardo Padrón, Douglas Gómez Barrueta, Natasha Tiniacos, Keila Vall de la Ville, Enza García Arreaza, Claudia Noguera Penso, María Ángeles Octavio, Raquel Abel Van Dalen, Luis Ordóñez, Oriette D’Angelo, Adalber Salas Hernández, Jonathan Jakubowicz, Alberto Ferrara, Dinapiera Di Donato, Luis Pérez-Oramas, Naida Saavedra. Lo impresionante de esa lista es la diversidad de temas, registros, géneros, edades, es una bestialidad, y hay muchísimos que son bastante conocidos y otros menos. El punto es que se escribe muy buena literatura venezolana, eso tiene que ver con la crisis, guste o no. También tiene que ver con un fenómeno interesante, y es que muchos de esos escritores, sobre todo los más exitosos, son hijos del boom literario chavista. Esto la gente lo va a odiar. Alrededor de 2010, hubo un boom literario dentro del chavismo, sobre todo de editoriales privadas independientes, en el caso de Alfa, Punto Cero, Todman, que publica mucho, estas editoriales  independientes como Lugar Común, Libros del Fuego, todo eso aparece en la época de la gran bonanza petrolera, cuando se llega a leer más libros o a vender en Venezuela. Fue un boom editorial enorme.

—¿Hay algún libro que recomendaría de un venezolano?

—El último que he leído de un venezolano es Viudos, sirenas y libertinos: relatos 1992-2008 de Miguel Gomes. Estoy simplemente impresionado de la calidad de aquello y de la cercanía literaria que tengo con ellos. El penúltimo que leí fue el primer libro de cuentos de Federico Vegas, El borrador, que de alguna manera contiene toda su obra. Fue muy conmovedora esa lectura. La novela de Michelle Roche Rodríguez, Malasangre, me gustó bastante, me pareció una novela muy osada. Un librito que me gustaría nombrar, porque la gente no habla de él, es Los días animales de Keila Vall de la Ville. Es muy bueno.

—Uno de los temas que toca en la novela es la ética. Me gustaría preguntarle particularmente por el episodio del reality show de Alfonso y su hijo: ¿esa sociedad del espectáculo ha empeorado en estos tiempos con las redes sociales?

—Qué bueno que hables de ética porque para mí es uno de los temas más importantes, aunque no lo parezca. Los dilemas morales son importantes en mi obra. Creo que están allí siempre. Los valores éticos y personales me parecen vitales. En cuanto a la televisión basura, o más allá, el Internet y sus sitios oscuros, el entretenimiento basura de Internet, creo que nos está cambiando de manera muy profunda. La manifestación más obvia de eso es la política. Lo más reciente fue la campaña electoral de Estados Unidos. Fíjate en la participación de los venezolanos en la campaña, lo disociada que fue de un lado y de otro, una cosa extraña. He estado pensando últimamente en esa noción de Marshall McLuhan del medio como mensaje. Creo que está más vigente la idea de la polarización de los mensajes, la simplificación de los mensajes o de los contenidos. La polémica constante, la obsesión con la popularidad. Eso nos está transformando de una manera que no sé si sea buena o mala. Lo cierto es que eso está allí, que eso no va a cambiar, y que nos toca entenderlo y que como escritores nos toca convertirlo en arte.

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