Estas notas no son una monografía sobre la Política, son unas precisiones necesarias al respecto, escritas por un politólogo, motivadas por frecuentes y repetidos casos en los cuales se comete el error de expresar una concepción restrictiva, parcial, limitada y por ende equivocada de la Política como actividad. Asunto en el cual incurren científicos sociales, comunicadores sociales, analistas políticos, opinadores varios, políticos con experiencia en distintos avatares y escenarios; lo más grave al respecto es la incursión renovada de politólogos en el desaguisado.
Nos referimos a continuas y reiteradas expresiones como: “con Capriles volvió la política”, “negociar es la esencia de la política y el centro de toda guerra”. En la primera de las citas al calificar de esa forma la vuelta de Henrique Capriles a la palestra pública, sus opiniones y propuestas se afirma sin decirlo y por contraste que las actuaciones del gobierno interino de Guaidó no son actos políticos y entonces qué son se pregunta uno, si muchos de los cuales son verdaderos actos de gobierno y de poder. En la segunda cita, el autor le atribuye condición primigenia a la negociación como esencia de la Política en tanto que praxis, pero no se limita a lo anterior, sino que a contrapelo de la Historia asume que el objetivo fundamental de las confrontaciones bélicas es el de facilitar la negociación entre las partes enfrentadas y no la neutralización o derrota del enemigo en el campo de batalla.
A estas alturas es conveniente acercarse a una definición de qué es la Política y palabras más palabras menos, puede definirse como: la actividad humana mediante la cual se busca construir, adquirir y mantener poder e influencia en la sociedad, particularmente en los asuntos de Estado y gobierno.
La Política no nació en Grecia, en ella se la conceptualizo con ese nombre, existe desde que los seres humanos fueron conscientes de la necesidad de agruparse y crear algunas formas de gobierno y reglas para preservarse designando o aceptando que algunos de ellos –los más fuertes por lo general– ejercieran la conducción de los asuntos públicos. Luego fue evolucionando hacia sistemas y formas de gobierno más sofisticadas y complejas.
También es arte y ciencia: arte, porque en su ejercicio se requiere de habilidad, astucia, imaginación… Y el azar es un actor nada infrecuente en su devenir. Ciencia porque es susceptible de ser estudiada bajo la aplicación de métodos científicos. De hecho, existe desde el siglo pasado como disciplina científica con estudios de pregrado y cuarto nivel en muchas de las más reputadas universidades del mundo bajo el nombre de Estudios Políticos o de Ciencias Políticas.
La política es, casi por definición, el manejo del disenso, de la confrontación. Incluso en democracia –sistema político favorecedor de momentos de diálogo, negociación, acuerdos o consensos– lo permanente es el disenso y el conflicto. Solo que en ella el conflicto transcurre por una senda condicionada por reglas civilizadas donde hay adversarios y no enemigos, donde la derrota no significa perder la vida o la libertad, tampoco la muerte política. Pero también la política contiene la otra manera de resolver los disensos y conflictos: la guerra, la violencia, las diferentes formas de imposición. Ya disertó Von Clausewith al respecto: “La guerra es la política por otros medios”. O Napoleón comentando al Príncipe: “El fin justifica los medios”
Lo político es el objetivo no los medios y las vías para lograrlo. Se ejerce y se hace por igual política cuando se va a unas elecciones, cuando se dialoga y se negocia con el diferente, cuando se construyen consensos, cuando se apela a la violencia, a la guerra.
De visiones limitadas y reduccionistas como la anteriormente anotada, surgen conceptos y expresiones confusas. Nos referimos por ejemplo a llamar “solución política” solo a las que provienen de la negociación o los acuerdos; mención aparte merece la expresión antipolítica que se le asigna a la acción de señalar la pérdida de vigencia y utilidad de la política, de los políticos y de las organizaciones políticas para promover el bien común, cuando en realidad lo que se está criticando son unas políticas, unos políticos y unos partidos en particular. Ni hablar, del recurrente empleo de los conceptos hegemonía y dominación para caracterizar una misma situación.
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