Una vez, reciente, me pareció inconveniente la consulta que proponía el gobierno interino de Juan Guaidó y di mis razones, en este mismo espacio. Nada, se decidió hacerla, entonces la apoyo y haré lo poco que puedo porque resulte un estimulante a esta Venezuela opositora, que a pesar de ser flagrante mayoría, permanece postrada, inmóvil, humillada. Esta Venezuela que ha padecido durante décadas espantosos males, no solo contra su integridad cívica o sus derechos humanos sino sobre todo contra su subsistencia vital mínima. Que ha sido torturada y demolida por una banda desalmada y sus cuerpos armados sin moral y sin piedad. Y nada parece ponerla de pie, nada parece conminarla a reencontrar su orgullo y sus derechos a una vida digna, en muchos casos a la vida misma.
Quiero aclarar, aunque poco importa, mis dos posiciones contrarias. A lo mejor porque aspiro a que sea un pequeño ejemplo de un intento de entender ciertos aspectos de la política. La democracia es desde los griegos la prevalencia en los asuntos públicos de la opinión mayoritaria. Y no creo que sea cierto que la democracia moderna, la de los inalienables derechos del individuo, la contradiga. Es obvio que en las democracias actuales ambos principios se complementan y funcionan, pueden enfrentarse también, dosificándose de diversas maneras en los varios ámbitos en que operan. Yo puedo leer el libro que desee u optar por la modalidad sexual que elijo pero en los asuntos que atañen al prójimo, a tal o cual colectivo, no puedo sino llegar a transacciones que no pueden tener otra resolución que la mayoría. Pero, esa es la cuestión, yo puedo inhibirme de participar en la decisión o acompañarla. Es un dilema moral propiamente dicho, atañe a la libertad. ¿Será por lo siniestro de la hora histórica nacional y mi desazón interior que ahora escojo participar? ¿Quién sabe a ciencia cierta por qué elegimos?, ¿quién tiene en política evidencias?, ¿quién sabe siquiera si elegimos o somos maquinales? (El problema político del “centralismo democrático” y similares se los dejo a los politólogos y afines). Cualquiera sean las razones, opto por sumarme y quiero sugerir unas modestísimas propuestas.
A mí se me ocurre que el primer problema por vencer en esta tarea sui generis es comunicacional. Vivimos encerrados buena parte de nuestro tiempo, otrora libre, y asustados. Por ende incapacitados de hacer campaña y mucho menos como era el ideal antaño “casa por casa”. No solo eso, sino que hasta los partidos mayores son muy pequeños y poco estructurados y para colmo no demasiado cohesionados, unificados. Y acosados y reprimidos porque la dictadura ha montado un aparato de control en los espacios populares que van desde el chantaje con la mísera ayuda alimenticia a la represión de la violencia de militares, colectivos, espías y delincuentes que hacen difícil desplazarse en los barrios. Claro, estamos en la sociedad de masas y los medios de masas. Pero igualmente el chavismo se ha adueñado de la mayoría y los usa para sus oscuros fines con la mayor desmesura e impunidad.
¿Qué hacer? Creo que un esfuerzo descomunal, en todo caso caer en cuenta que es condición indispensable para alcanzar los fines propuestos. Estos y todos los que nos propongamos en el futuro. Esta es una carencia que, en lo posible, y en sustancial cantidad, tenemos que afrontar para despertar el país cataléptico.
Y no creo que sea inadecuado hacer ver a nuestra mayoría estos límites que podrán evitar los triunfalismos y fijar los límites razonables que podamos alcanzar. Es verdad que vivimos en la mentira, en la posverdad. ¿Qué nos queda sino jugar a la veracidad con más énfasis que nunca? Revalorizar la honestidad y el valor que nos habita y calla pero es capaz de rehacernos. No hay otra.
Esperemos, por último, la respuesta de la canalla a los resultados del evento. No habrá calificativo que no utilicen para devaluarlos y ensuciarlos. Para eso también tenemos que idear las respuestas efectivas. Y trabajar con la esperanza de que algo distinto y muy necesario tiene que surgir para atravesar una muy difícil e inmediata etapa política en que habrá que barajar muchas piezas, para bien o para mal.
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