La gesta previa al 23 de enero de 1958 por parte del estudiantado venezolano fue, sin duda, heroica y merece nuestro mayor reconocimiento, nuestro mayor respeto. Universitarios y liceístas encendieron las calles contra el dictador desde 1957 y postularon la democracia y la libertad. Ahora bien, se vuelve exultante conmemorar el pasado civil glorioso. Pero ¿qué se mantiene de aquel señero andar?
De todas, sabemos que los contextos, las situaciones, son absolutamente distintos. Había entonces militares conscientes, honorables, que se fijaban en el mal funcionamiento del Estado. La sensibilidad social y política era también muy otra. El problema no consistía en preservar «abiertas» las universidades del modo que fuera. El problema no consistió en terminar actividades porque de lo contrario se le podía causar alguna molestia al régimen o eso podía evitar la indispensable continuidad académica. Había una pasión expresada por la libertad y la democracia que se concretó, aun a costa de enormes sacrificios.
Políticamente se orientó una unificación muy coherente de criterios, guiados por la «acción coincidente» que sirvió de motivación y de fortaleza con un propósito fundamental: derrocar a la dictadura. Esto a pesar de las voces agoreras, detenedoras de las actividades, que propiciaban, como ahora, la evitación de medidas violentas, cuando no sufrían ni de lejos la violencia que padecemos. La coherencia política en el propósito de desplazar al dictador fue fundamental. Todos a una, como Fuenteovejuna. Hacia el 23 de enero se orientó todo, producto de un pacto que resultó letal contra la dictadura, firmado por las principales fuerzas políticas. No se desconcertó, a propósito, a la ciudadanía con tiranteces del tipo «vamos a negociar», «vamos a dialogar», «demos tregua a los criminales». Se lanzó directo a la yugular del despotismo hasta hacerlo escapar, luego de temer hasta por su vida.
El descalabro político de hoy, la falta de coherencia respecto al objetivo final, la carencia de pasión que se transmite por la democracia y la libertad, por meros intereses crematísticos inmediatos; el cuido de las instituciones destruidas, de los carapachos silentes de las instituciones; el deseo de dar continuidad a los estudios por encima de las consideraciones acerca de si vale la pena proseguir de este modo, con el país encadenado, secuestrado; le dan una particularidad más compleja a la lucha y a las posibilidades de triunfo. Se fortalece así indudablemente al enemigo. Algunas veces con total complicidad.
¿Celebrar? Desde luego. Recordar con despecho casi de rockola lo que hasta ahora hemos sido incapaces de acercarnos a concretar. Lo que vemos alejarse por los límites que nos imponemos nosotros mismos, con la colaboración firme que el régimen despótico y criminal le impone. Vamos a unas «elecciones» que se han dejado pasar casi como si nada. Retándolas acaso con una floja consulta. La deriva política desluce por la evidente falta de conducción y de sacrificios. El heroísmo estudiantil está allí, como un recuerdo libresco. ¿Seremos capaces de superarlo? Parece alejarse más y más un resultado favorable por disimilitudes estúpidas, por cerrazones que a nadie en general favorecen. ¿Se desea salir de esto o su prolongación infinita? En eso debemos obsesionarnos. Pero revueltos en sangre con los criminales indudablemente no. Jamás. Siempre estamos a tiempo para las indispensables rectificaciones.
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