Para Perla Suez el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, que acaba de ganar por El país del diablo, mantiene su prestigio, a pesar de las críticas que ha recibido al ser entregado por un régimen señalado por la ONU de cometer crímenes de lesa humanidad o acusado por Estados Unidos y la oposición de apoyar el narcotráfico.
La escritora argentina, que por la misma novela recibió en 2015 el Premio Sor Juan Inés de la Cruz, dice desde Córdoba, la ciudad donde nació en 1947, que se le pone la piel de gallina al pensar en los autores que han ganado antes el Rómulo Gallegos, y menciona entre ellos a Gabriel García Márquez, Ricardo Piglia o Elena Poniatowska. Recibirá, como parte del premio, 80.000 euros.
«Yo quiero mucho al pueblo venezolano. Trabajé con el Banco del Libro cuando dirigía el Centro de Difusión e Investigación de Literatura Infantil y Juvenil, hace 20 años. Allí ya no estoy porque dejé la función de directora para poder trabajar en lo mío, que es la escritura. Hace años conocí Caracas y quedé encantada con la gente tan dulce, gentil y generosa», dice Suez, que fue finalista del premio en 2001 con Letargo y en 2013 por Humo rojo.
El país del diablo está ambientada en la Patagonia de la segunda mitad del siglo XIX y cuenta la historia de Lum, una niña de 14 años de edad, hija de madre mapuche y padre blanco. La trama comienza cuando el hombre le corta la cabeza a la mujer y un grupo de soldados perdido asalta una toldería (conjunto de toldos o viviendas que levantaban los grupos indígenas).
Suez, licenciada en Letras Modernas por la Universidad de Córdoba y ganadora en 2013 del Premio Nacional de Novela de Argentina por Humo rojo, ubica como origen de El país del diablo un libro con el que se topó en una librería en Santiago de Chile titulado Lonco Pascual Coña. Testimonio de un cacique mapuche. Cuenta que lo compró, lo devoró y entonces comenzó a investigar sobre la cosmogonía del pueblo mapuche.
En ese proceso, continúa la novelista, se preguntó qué tenía en común con los mapuches. La explicación, dice, la encontró al recordar su propio origen: «Yo soy blanca, mi cultura es del centro de Europa, donde mis abuelos, de origen judío, escaparon de las hordas del Zar Nicolás II. Yo dije ‘si vengo de la cultura judía, y mis ancestros de hace 5.000 años escaparon del Faraón en Egipto por el desierto, pagaron años exiliados buscando un lugar en la tierra, tengo un montón de cosas en común con los pueblos originarios, el pueblo mapuche».
Suez, que actualmente trabaja en una novela sobre la trata de personas, también considera que debía ocuparse en su obra de la tierra argentina pues en la trilogía de Entre Ríos ya había hablado de la historia de sus abuelos. De este modo, reflexiona, ocurrió en su trabajo el encuentro «entre dos lagunas»: la cultura europea y su preocupación por los pueblos originarios.
Lum, justamente, significa en mapuche encuentro entre dos lagunas.
El Premio Rómulo Gallegos no se entregaba desde 2015, cuando lo ganó el colombiano Pablo Montoya por Tríptico de la infamia. Se suspendió en 2017 y 2019 debido a la crisis política del país. La edición de este año generó una ola de críticas de intelectuales venezolanos que denuncian que postularse es legitimar a Nicolás Maduro, quien no es reconocido como presidente de Venezuela por decenas de países por haber vencido en unas discutibles elecciones.
—¿A qué se refiere cuando dice que en El país del diablo quiso contar la historia que no le contaron?
—Hay como una historia oficial que es la que está en los libros de lectura escolar. Allí los indios aparecen como primitivos, como los que tenían apenas un trapito para taparse la cola y que andaban con flechas envenenadas. Me acuerdo de las imágenes de los libros de lectura: los indios clavándoles esas flechas envenenadas a los soldados y a la gente, una imagen de salvajismo. Yo me pregunté, después de haber leído el libro mapuche, de haberme metido en la antropología y documentarme, después de ver cómo es su cultura que tanto admiro, su cosmogonía, su amor a las estrellas y la naturaleza: ¿entonces quiénes son los bárbaros?, ¿quiénes son los civilizados? En la escuela me enseñaron que los bárbaros son los indios, pero dije ‘hay que darle vuelta a la historia, la que no contaron, y contar la otra verdad, no la mentira’. Entonces fui en ese camino, ese río que corría necesitaba navegarlo o nadarlo, para de alguna manera encontrar esta otra historia.
—¿Se siente comprometida con los pueblos originarios?
—Totalmente. Cuando uno trabaja los personajes en la literatura desde la condición humana siempre hay contradicciones. No somos todos malos o buenos, como nos presenta la historia. Creo que hay un poco en todos nosotros, somos parte y parte. Veamos la historia del mundo, cómo está de oscura. Entonces dije: ‘Tengo que contarlo con una fuerza contradictoria’. El general Julio Argentino Roca, que fue presidente de Argentina a finales del siglo XIX, mandó como parte de su política de progreso civilizatorio, entre comillas, dejar entrar una corriente migratoria, la cual agradezco porque dejó entrar a mis abuelos al país. Por un lado está ese aspecto, y por otro estaba el exterminio que hizo de los indios, porque esas tierras querían liberarlas y ocuparlas, había esa contradicción. Yo la quise mantener en las historias de Lum y de los mismos soldados. Los soldados no son todos malos. Tienen sus contradicciones. Sentí que esa historia que estaba contando no era otra vez la de malos y buenos, sino la historia ambivalente, pendular, porque eso somos, pendulamos entre una cosa y otra todo el tiempo. Nadie es tan bueno y nadie es tan malo.
—¿Hay en El país del diablo algo de feminismo? ¿Usted se considera feminista?
—Yo creo que las mujeres nos hemos ganado un lugar, un espacio, nadie nos lo regaló. Ha sido gracias a nuestras luchas y nuestras maneras distintas de mirar el mundo, distinta a lo que ha sido la historia de la humanidad en sus orígenes, eso que llamamos patriarcado. Me parece que no es una lucha que iniciamos nosotros. Tiene muchos siglos. Fueron condenadas las brujas a la quema por sabias. Hay mucha historia detrás de todo eso, muchas mujeres tuvieron que disfrazarse de hombres para poder escribir o sobresalir. En general fuimos muy invisibilizadas. Me parece que se ha abierto un espacio y que el Rómulo Gallegos lo ha tomado como tantos otros. Creo que por supuesto ese camino recién empieza. Mira el mismo Rómulo Gallegos, ahora somos tres las premiadas, Elena Poniatowska, Ángeles Mastretta y ahora yo.
—Entiendo que será adaptada al cine la novela. ¿Puede adelantarnos algo al respecto?
—Es poco. Había dos proyectos para llevarla al cine, pero está la crisis por la pandemia y la situación económica. En Argentina tenemos el Incaa (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales), que siempre apoya y subsidia las películas. Esto es para un largometraje, no es para un corto o documental. Entonces necesitas mucho dinero para llevarlo adelante. Ojalá el Rómulo Gallegos sirva para conseguir el dinero para hacer la película. Yo personalmente no voy a participar. Me pidieron que me involucrara con el guion, pero ya conté la historia. Ahora la tienen que recrear ellos y contar otra como buenos lectores y directores.
—¿Qué significa para usted la escritura?
—Casi todo. Porque es un lugar de resistencia, lo único que sé hacer fuera de hacerme alguna comidita y ayudar a mi familia y a mi compañero ejemplar, que me ha apoyado siempre. Creo que sin la escritura no sería nada. Justo en mi novela Furia de invierno está la mirada de un hombre que se llama Luque y cuya búsqueda es por ser alguien. Entonces lucha y lucha, y cuando alguien le tira una mano para ser alguien, no la puede agarrar. Es demoledora. Termina con un hecho histórico de Argentina terrible, el atentado a la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina).
—¿Conoce a escritores venezolanos?, ¿qué sabe de la literatura venezolana?
—Lo que he me ha llegado ha sido a través de la carrera de Letras, desde los comienzos con Doña Bárbara. Salvador Garmendia me hizo dar vueltas a la cabeza. He recorrido básicamente los cuentos más que las novelas. Hay una política del mercado editorial mundial en la que se publica al autor en su país. Es decir, soy conocida en Argentina y mis libros se publican en Argentina, pero en el resto de América Latina no llegan. Es decir, Alfaguara o Random House publican un libro en Argentina, pero este no llega a Uruguay ni Chile, mucho menos a Venezuela o Colombia. Tiene que ser un autor que haya ganado un gran premio. Ojalá el Rómulo Gallegos me permita eso, para que la novela circule en otros países. Eso es una política de mercado editorial que hace que nos limite el acercamiento a los autores.
—¿Sabe de la polémica que se generó por la convocatoria al premio, que se retiraron dos escritores y que otros lo criticaron?
—Sí, sí, lo he visto. Mira yo me centro en la literatura y me parece que esa postura es inútil. Me parece inútil la discusión. Me parece inútil mezclar la política con la ficción. Yo el año pasado publiqué El país del diablo en inglés en Nueva York. Bueno, bajo ese criterio yo no debería haberla publicado si está Donald Trump en el gobierno. Si está Trump, por qué la iba a publicar. Entonces me parece inútil, absurdo, mezclar la literatura con la política. Yo no comparto eso, tengo una postura independiente y progresista. Creo en el verdadero objetivo del arte y me parece que me centro ahí y camino por ahí. Y las críticas que lluevan. Que ladren, Sancho, que ladren.
—El Premio Rómulo Gallegos lo entrega un régimen que ha cometido delitos de lesa humanidad, lo dice la ONU. Estados Unidos y la oposición incluso lo acusan de estar vinculado con el narcotráfico. ¿Usted qué opina de eso?
—Yo no me ato a lo que dicen los medios. Los medios de comunicación están manipulando informaciones de una manera tan mentirosa y tan tremenda que yo no me la creo. Para mí la ficción está en la literatura, lo demás es invento de los medios. No creo ni de un lado ni del otro. Prefiero ver con mis ojos cada cosa y me resbala esa postura respecto al gobierno actual de Venezuela. Lo que no me resbala, porque lo he visto con mis propios ojos, es la política de Trump en Estados Unidos. Eso no me resbala. Sé que la polémica está fuerte. Pero el Rómulo Gallegos, más allá del gobierno que esté, creo que tiene un gran respeto por la literatura. Si no no lo hubieran convocado.
—¿No cree que es un premio que con el paso del tiempo ha perdido prestigio?
—No. Es un premio muy prestigioso y estoy orgullosa de haberlo ganado, absolutamente. Solamente con mirar hacia atrás, desde García Márquez en adelante, Ricardo Piglia, que fue mi maestro. Lo ganó un año o dos antes de morir. Pensar que estoy en ese catálogo me pone la piel de gallina, con escritores como Pablo Montoya y tantos otros como Elena Poniatowska o Ángeles Mastretta. Es un orgullo como escritora, y que va más allá de que si se es mujer u hombre, a pesar de tener una postura muy clara frente al papel que tenemos que tener las mujeres en el mundo. En ese sentido soy una feminista y pretendo que el lugar que tengamos sea no igual al de los hombres, porque pensamos con otra sensibilidad, pero que tengamos el que nos ganamos, no el que nos dieron, que es diferente.
—El jurado destacó de su novela que es una historia dura y desgarradora sobre la opresión de los militares a los indígenas. En Venezuela ocurre precisamente eso que usted narra en su libro: el chavismo, el madurismo, el régimen azota a las poblaciones indígenas, viola sus derechos humanos, les arrebata territorios, los persigue y mata. Y es este régimen, precisamente, quien la premia. ¿Qué dice sobre eso?
—Estoy en contra de cualquier tipo de xenofobia, de los blancos contra los indios o contra los negros, del antisemitismo. Imagínate el horror que fueron el nazismo y las grandes matanzas. Estoy en contra de todo tipo de guerra. Estoy en un lugar pacífico, de respeto a la condición humana, por eso escribo. Mi lucha está ahí, plantada en la ficción. Porque desde ahí la memoria en vez de ser pasado es futuro y va más allá. El país del diablo pareciera que fuera una novela histórica y no lo es, porque la mirada mía no es del siglo XIX, no hay costumbrismo o realismo, hay una mirada del siglo XXI. Estoy mirando el intento de genocidio de los indios mapuches desde hoy, no desde el siglo XIX.
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