El ministro de Defensa argentino, Oscar Aguad, reconoció que su país no tiene medios para reflotar el ARA San Juan y dijo que no sabía si en el mundo había tecnología capaz de encarar ese rescate.
El antecedente más reciente lo desmiente de forma parcial: una empresa especializada holandesa logró, en una prodigiosa misión que demandó casi tres meses de labor, izar el Kursk, que se había hundido en el Mar de Barents el 12 de agosto de 2000. El submarino nuclear ruso de la clase Oscar II terminó a unos 100 metros de profundidad en las aguas del Ártico. El TR-1700, en cambio, fue encontrado luego de un año de su naufragio a 907 metros, nueve veces más profundo para una hipotética acción de rescate en el mar austral.
Lo cierto es que salvo el caso del Kursk y de un grupo de misiones en las que se logró ubicar y traer a la superficie partes pequeñas, la mayoría de los sumergibles hundidos permanecen en el lecho oceánico, algunos a profundidades abisales; otros, al alcance de los recursos humanos actuales, pero sin que se considere ya necesario rescatarlos del mar.
No es el primer submarino argentino hundido: en la Guerra de Malvinas se perdió el S21 ARA Santa Fe, un viejo sumergible de la clase Guppy II que había servido para la Armada norteamericana en la Segunda Guerra Mundial y en la de Corea. En él iban los buzos tácticos y tropas especiales que participaron de la Operación Rosario, el 2 de abril de 1982. Luego partió hacia las Georgias.
El 27 de abril fue detectado y cazado por una patrulla de helicópteros y barcos británicos, que le lanzaron cargas de profundidad y misiles, lo averiaron seriamente en la entrada de la base ballenera Gritviken, en la isla San Pedro. Luego de un enfrentamiento en el que murió el suboficial Félix Artuso, el ARA Santa Fe fue capturado por los ingleses. Casi tres años después, en el verano de 1985, la Marina británica lo reflotó e intentó remolcarlo con rumbo norte. El viejo S-21, finalmente, se hundió en el Atlántico Sur. Yace a 196 metros de profundidad.
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